El pesimismo y el temor se han apoderado de la humanidad. |
La apacible llama de la felicidad se extingue irremediablemente del corazón del hombre, y la luaz de la esperanza zozobra, día a día, ante un presente salpicado de sangre, fuego y violencia. Muchos han afirmado ya, víctimas del pánico, el inminente holocausto de la vida humana bajo una inevitable tercera guerra mundial que hará estallar, de súbito, los cincuenta mil megatones de armas nucleares convertirán a nuestro planeta en un terrorífico cementario de cadáveres calcinados.
Otros intelectuales afirman que, en caso de que no acontezca el fin nuclear, la vida futura del hombre será insoportable a causa de la muerte del sentimiento, la agonía del espíritu bajo el imperio del automatismo de la megamáquina y el advenimiento de regímenes absolutistas y autoritarios.
De esta manera, el porvenir, tradicional morada de esperanza para la humanidad, se ha transmutado en fuente de desesperación.
Las víctimas inocentes de esta enfermedad del futuro son los jóvenes, dado que el futuro es de la juventud y para la juventud. Ella es al futuro lo que la vejez al pasado. La negación del futuro equivale a la negación de la juventud, a la negación de la esperanza en la vida.
Ante esta imagen del futuro que ciertos pensadores contemporáneos tratan de imponer como algo fatal, la prospectiva defiende que no hay nada escrito sobre el porvenir. Cierto que existen ciertos peligros y amenazas que comprometen la continuidad de la vida humana, pero no están científicamente justificados ni el fatalismo ni el abandono en manos de la desesperanza. Los presupuestos de la pedagogía prospectiva rechazan todas las posturas deterministas que pretenden convencernos de que nos dirigimos ineluctablemente hacia algún camino claramente definido.
Síguese de todo lo dicho que la función de la educación prospectiva será la de despertar en los discentes una conciencia muy viva de la importancia de su libertad para configurar el futuro. En manos de cada uno de ellos está el secreto para configurar el porvenir. De ellos y de todos nosotros depende el que construamos o no un mañana mejor. No un camino, sino un variopinto abanico cualitativamente distinto de alternativas y posibilidades se abre ante nuestro horizonte. Responsables somos nosotros de escoger el mejor y luchar para, paulatinamente, realizarlo. Esta orientación abierta y antifatalista, propia de la prospectiva, es susceptible en el momento actual de enriquecer sustancialmente la labor educativa y poner su enorme potencial creador al servicio de la humanidad de hoy y de mañana.