Un rasgo esencial de la educación institucionalizada es el agrupamiento de los alumnos ya asignados previamente a un curso o ciclo determinado. Esta problemática se plantea en las escuelas grandes, donde el número de alumnos es superior al número óptimo por clase. ¿Cómo agruparemos los 150 niños que inician la escolaridad? ¿Qué criterios utilizaremos para asignarlos a 1º A, 1º B, 1º C, ... ? ¿Lograrán una mejor formación organizándose de este modo o del otro?
Aquí se plantea una gran cantidad de interrogantes a los que la organización escolar debería responder.
Un riguroso trabajo de análisis crítico y de sistematización acerca de las investigaciones experimentales sobre agrupamiento como el realizado por el profesor Arturo de la Orden (1975) puso de relieve la evidencia científica, desmitificadora en este caso, de la relación entre un agrupamiento determinado de alumnos y su rendimiento académico.
El agrupamiento, por una parte, viene determinado y es expresión de factores sustantivos como la filosofía de la educación que informa el sistema, el tipo de programa y los objetivos propuestos; y por otra, determina en gran medida las características del proceso educativo y, a nivel más modesto, ciertos resultados pedagógicos.
Agrupar a los alumnos, algo exigido en principio por razones cuantitativas, se realiza de acuerdo con determinados criterios, justificando su utilización en la pretensión de que los grupos así formados constituyen el medio más eficaz, en una situación dada, para que un máximo de alumnos alcance un óptimo de educación
El problema de la clasificación y agrupamiento de los alumnos ha constituido y constituye, en la medida en que la educación institucional se ha hecho multitudinaria, una de las preocupaciones permanentes del profesorado y de los directores y responsables de la organización de los centros docentes.
La variabilidad en los rasgos y ritmos de desarrollo y aprendizaje de los alumnos se halla efectivamente en el fondo de toda la problemática de la agrupación escolar.
Como consecuencia de la concepción meramente instrumental del agrupamiento, los centros docentes del futuro adoptarán sistemas propios, eclécticos y pragmáticos, en vez de someterse a planes organizativos prefabricados y previamente (rígidamente) estructurados. Con la tendencia actual hacia la generalización del aprendizaje individualizado, dentro de una concepción personalista de la educación, desaparecerá la problemática de la agrupación de los alumnos o de las supuestas ventajas de clases homogéneas o heterogéneas.
El agrupamiento homogéneo, tomando como base la inteligencia o la instrucción, no produce grupos homogéneos respecto al resto de los factores determinantes del aprendizaje, e incluso la homogeneidad en relación con cada uno de estos amplios criterios es sólo relativa.
Aunque las investigaciones realizadas en la primera mitad del siglo XX parecían aportar cierta evidencia en favor de una ligera superioridad del grupo homogéneo sobre el heterogéneo, en relación con el rendimiento académico de los alumnos, los estudios más recientes, de metodología y diseño más adecuados, permiten afirmar que, en general, el agrupamiento por sí mismo, sea homogéneo o heterogéneo, no afecta de forma apreciable al rendimiento académico de los alumnos. En contra de las conclusiones obtenidas en los primeros estudios, se pone de manifiesto que el grupo homogéneo influye negativamente en el rendimiento de los alumnos lentos. Por ello cada vez se tiende más a no separar a los estudiantes en clases diferenciadas, sino incluso a integrar (con los apoyos necesarios) a los alumnos con deficiencias en la escolaridad normalizada.