El
baremo para incluir o no a una sociedad dentro de las fronteras de la
civilización ha sido generalmente la posesión de un determinado nivel
tecnológico, similar al imperante en las naciones más “desarrolladas”, pero al
ser este criterio bastante impreciso se ha usado otro, cuya utilización de este
modo no le da más precisión, sino todo lo contrario, que era el de considerar a
los pueblos civilizados como poseedores de una cultura, en tanto que los
incivilizados estaban carentes de ella. Este criterio es totalmente
inexacto e inválido desde nuestra perspectiva.
No existen pueblos en estado natural; el “estado de naturaleza” es una errónea
construcción intelectual nacida en el seno de las disquisiciones filosóficas y
desprovista de toda base empírica, y por tanto, científica. Puede haber pueblos
más o menos atrasados, o, mirado desde otro ángulo, más o menos evolucionados,
pero todos gozan de una experiencia histórica y ninguno se encuentra en ese
ficticio nivel cero.
Identificación de cultura y civilización, cultura mundial, nueva cultura,
cultura del hombre nuevo, o como le quiera llamar, sólo será posible en el
momento en que se superen las contradicciones actuales y principalmente la
explotación del hombre por el hombre; en un mundo en que la técnica esté al
servicio de los hombres y éstos estén exentos de toda coacción y violencia
externa; en la sociedad en la que los individuos puedan realizarse plenamente.
Hasta esos momentos la identificación de los conceptos cuya diferenciación
venimos estudiando no será posible.