Desde siempre la lengua ha sido un instrumento, no solo de comunicación, sino también de cohesión cultural de un pueblo; cada comunidad posee una lengua que contribuye a forjar, entre otras cosas, su identidad cultural y su unidad. Sin embargo, los diferentes avatares históricos pueden llegar a provocar que desaparezcan o queden relegadas algunas lenguas, a la vez que favorecen el auge y la expansión de otras. Normalmente se imponen aquellas lenguas que permiten mayores posibilidades de comunicación con otros pueblos, facilitan el desarrollo del comercio, la importación de estructuras políticas y el intercambio cultural.
2. Las lenguas francas
Concretamente, las lenguas que se extienden por territorios más o menos amplios y son empleadas por diferentes grupos para comunicarse entre sí son las denominadas lenguas francas. En el transcurso de la historia ha habido muchas lenguas francas; en el ámbito europeo, encontramos dos ejemplos que nos han llegado del mundo antiguo: la koiné helenística y el latín. La koiné helenística es una variante del griego que contenía características de los dialectos griegos más importantes, y fue la lengua del imperio de Alejandro Magno; precisamente es a este griego al que se tradujo del arameo la Biblia. El latín, por su parte, fue una lengua franca no solo de todo el Imperio Romano, sino también la lengua científica y de cultura del occidente europeo.
En la actualidad nos encontramos con una situación que es consecuencia de determinadas circunstancias históricas. Durante la era de expansión colonial, las diferentes potencias (España, Portugal, Francia, Inglaterra, Holanda...) difundieron sus lenguas por las distintas áreas geográficas de su influencia. En algunos casos, esto provocó la desaparición de lenguas vernáculas y el auge de las lenguas de los colonizadores, tal y como había ocurrido ya en Europa con la romanización. Estas últimas se han ido sucediendo en orden de importancia como lenguas de prestigio, culturales o francas; por ejemplo, en los siglos XVI y XVII, la lengua franca fue el castellano: España era la potencia más poderosa en ese período. Después, la hegemonía lingüística pasó alternativamente al inglés y al francés. Esta última prevalece en dos momentos concretos: durante el reinado de Luis XIV de Francia, el Rey Sol, cuando su corte fue un modelo para el resto de las monarquías, y, posteriormente, durante la Revolución Francesa (1789).
La declaración de independencia de los colonos ingleses asentados en Norteamérica supuso el nacimiento de una joven nación. La posterior consolidación de estos Estados Unidos de América y su progresivo desarrollo hasta llegar a ser la primera potencia mundial, sumado al importante papel desempeñado por Inglaterra como última potencia colonial y principal motor de la Revolución Industrial explican el predominio de la lengua inglesa en los siglos XIX y XX. Esta lengua tiene además a su favor su concisión, precisión semántica y unas estructuras sintácticas relativamente sencillas en los niveles más básicos de su aprendizaje, lo que también contribuye a su rápida y sólida expansión.
3. Las lenguas del futuro
Sin embargo, esta situación puede cambiar, ya que algunas lenguas tiene un número mayor de hablantes y un potencial aún por descubrir, como es el caso del chino. Aunque las estructuras políticas, económicas y sociales de países como China están empezando a actualizarse, todavía es pronto para aventurar lo que el futuro puede traer. Por otro lado, hay que tener en cuenta que en organismos internacionales como la ONU, los documentos se redactan siempre en tres lenguas: el inglés, por las razones ya comentadas; el francés, por haber sido lengua diplomática y de prestigio en el pasado y porque sus antiguas colonias todavía lo usan, y el español, por idénticas razones que el francés, además de por el constante aumento de su número de hablantes en todo el mundo (incluso en países anglófonos como Estados Unidos).
Un mayor número de hablantes del castellano, el empuje social de la población hispana en Estados Unidos y las posibilidades de mercado que ofrece Iberoamérica hacen que el español pueda llegar a convertirse en una de las lenguas francas en un futuro no muy lejano.