Bote de marfil, conservado en Pamplona |
Aunque el número de los que llegaron a tierras hispanas era muy reducido si lo comparamos con la población hispanovisigoda, consiguieron establecer su dominio político sobre la casi totalidad del territorio peninsular. El período de máximo florecimiento del Islam en España se extiende hasta principios del siglo XI. A partir de esa fecha asistimos a un progresivo retroceso de los musulmanes peninsulares, proceso paralelo al avance incontenible de los cristianos del norte.
1. El establecimiento de los musulmanes en la Península
La conquista de la Península Ibérica fue en realidad una fase más de la expansión musulmana por la cuenca del Mediterráneo desde mediados del siglo VII. Los motivos concretos de la invasión musulmana están envueltos en la leyenda, pero parece confirmado que jugó un papel clave el conde Julián, gobernador de Ceuta, quien animó a los islamitas a cruzar el estrecho de Gibraltar para ayudar a una de las facciones en pugna por el poder en la España visigoda, la de los hijos del rey Vitiza. Un cuerpo de ejército, al mando de Tariq, desembarcó en la zona de Gibraltar y arrolló al ejército visigodo que le salió al paso en Guadalete, dando muerte al rey Rodrigo (711).
Los musulmanes, en lugar de retirarse con el botín logrado, iniciaron una serie de compañas, con el propósito de conquistar la Península Ibérica. Utilizando las calzadas romanas, Tariq y Muza efectuaron rápidas incursiones que les llevaron a la Meseta norte y al Valle del Ebro, estableciendo en los puntos claves guarniciones para asegurar el control del territorio. La resistencia que encontraron fue, en general, muy escasa. En muchos casos la aristocracia hispanovisigoda, con el fin de salvar sus bienes, prefirió pactar con los invasores (un ejemplo bien conocido es el de Teodomiro, señor de Murcia). La debilidad de la monarquía visigoda, consumida por luchas internas, y la tolerancia de los musulmanes hacia los habitantes de la Península, facilitaron la conquista. Prácticamente toda la Península, con la única excepción de las montañas septentrionales, cayó en poder del Islam. El territorio fue conocido con el nombre de Al-Andalus, estableciendo su capital en Córdoba.
2. La población de Al-Andalus: complejidad étnica y religiosa
La población de Al-Andalus está integrada en principio por dos grupos bien diferenciados, los que habitaban en la Península antes de la invasión y los conquistadores musulmanes. Estos últimos fueron, según todos los indicios, muy pocos. Algunos autores afirman que no pasaron de 60.000 los islamitas que, en diferentes oleadas, llegaron a la Península durante la primera mitad del siglo VIII. Otras investigaciones más recientes tienden a considerar que el número de musulmanes asentados en tierras hispanas fue más elevado y que su organización social peculiar, de tipo tribal, tuvo mucho más influencia de lo que se sospechaba. En cualquier caso lo importante es destacar cómo en Al-Andalus se impuso la lengua, la religión y la cultura de los conquistadores, que eran en definitiva una minoría.
La población de Al-Andalus era de una gran heterogeneidad desde el punto de vista religioso, pues había musulmanes, cristianos y judíos. Los musulmanes eran el grupo dominante, pero dentro de ellos había una gran diversidad étnica. Los auténticos dirigentes eran los árabes, aristocracia militar asentada en los núcleos urbanos. Por otro lado estaban los bereberes utilizados como tropas auxiliares y establecidos en zonas más pobres, preferentemente montañosas. Frente a los árabes, los bereberes se consideraban sometidos, lo que explica su malestar y su predisposición a la revuelta. No obstante, el grupo más numeroso de los musulmanes de Al-Andalus estuvo integrado a la largo por los hispanovisigodos que habían aceptado la religión de los vencedores. Son los muladíes. Algunos eran miembros de familias nobles, por lo que con el tiempo procuraron identificarse con la aristocracia árabe. Pero la mayoría de los muladíes eran modestos cultivadores del campo. También hay que incluir en el grupo de los musulmanes, aunque su situación personal fuera muy degradada, a los esclavos, cuyo número fue creciendo paulatinamente. Los había negros de origen sudanés. Otros procedían de diversos puntos de Europa y se les llamaba eslavos, aunque no fueran todos estrictamente originarios de ese pueblo.
Mezquita de Córdoba |