Con
la simplificación que le es característica a Linton,
pero también con la claridad pedagógica que no le es menos característica, este
autor agrupa las necesidades humanas en: biológicas, sociales y psíquicas.
Las necesidades biológicas son aquellas que se derivan de las
características físicas del hombre, son comunes a los hombres y a los animales
y de un tipo particularmente urgente. A menos que la cultura proporcione
técnicas adecuadas para resolverlas, ni el individuo ni el grupo podrán
sobrevivir. También son las que están relacionadas con el medio natural y la
forma como se presentan puede estar determinada por éste; el tipo de alimento,
la forma de las habitaciones o la característica de los vestidos variará de una
región a otra.
Las
necesidades sociales de los seres humanos surgen de la vida en grupo. La
primera y más vital de estas necesidades es la de proteger la solidaridad del
grupo, e íntimamente ligada con ésta, la de evitar las tensiones y solucionar
los conflictos. También se incluyen entre este tipo de necesidades la de
preparar a los individuos para ocupar las posiciones sociales que el sistema
social les haya asignado. Aunque en mucha menor medida que las necesidades
naturales, y contrariamente a lo opinado por Linton,
estas necesidades también están influidas por el medio físico, dado que las
formas de organización social son consecuencia de la lucha del hombre contra la
naturaleza.
Por
último, las necesidades psíquicas, exclusivas de la especie humana, son
todas aquellas que ejercen la función de crear algún tipo de satisfacción a la
gente que las comparte. Todos los seres humanos desean reacciones honorables en
otros individuos, esperan cosas inalcanzables o fáciles de alcanzar, y
necesitan de evasiones psicológicas y de procesos de compensación. A la larga,
la satisfacción de estas necesidades es quizá tan importante para el
funcionamiento efectivo de una sociedad como la de cualquiera de los otros dos
tipos de necesidades, aunque son menos inmediatos y urgentes. Sin embargo,
estas necesidades son en sí vagas y generales; las fija el condicionamiento
cultural del individuo y las respuestas que para ella ofrecen las diversas
culturas son casi infinitamente variadas.
Desde el punto de vista de la participación de la cultura, y siguiendo también
a Linton, podemos distinguir los
siguientes elementos o rasgos culturales: universales, especialidades,
alternativas y peculiaridades individuales.
Los
universales son las ideas, hábitos y reacciones emotivas condicionadas que
son comunes a todos los miembros adultos de la sociedad. El término universal
es explicado por Linton de un modo mucho
más restringido que otros autores, que lo consideran como la constante
aparición de algún tipo de pauta en todas las sociedades, como el tabú del
incesto o la elaboración de los alimentos; tal es la idea de Levi-Strauss cuando precisa que el objeto de la
Antropología es el obtener conclusiones válidas para todas las sociedades
humanas, desde la gran ciudad moderna hasta la pequeña tribu melanesia. Sin
embargo, en este caso Linton sólo lo
refiere al contenido de una cultura determinada. Un elemento clasificado como
universal en una cultura –nos dice- puede faltar totalmente en otra. A esta
categoría pertenecen elementos como el uso de un idioma particular, las formas
de vestido y vivienda, etc., e igualmente las asociaciones y valores que,
aunque en su mayoría no alcanzan un estado consciente, son una parte integral
de la cultura.
Las
especialidades son todos aquellos elementos de la cultura que comparten
los individuos pertenecientes a ciertas categorías socialmente reconocidas,
para la totalidad de la población. Determinadas actividades son asignadas
a los hombres y otras a las mujeres; el reparto de oficios y diversas funciones
entre los miembros de la sociedad tiene también origen en este tipo de elemento
de la cultura. Son, en su mayoría, habilidades manuales y conocimientos
técnicos. En su mayor parte sirven para la utilización y control del medio
ambiente. Y, aunque no toda la sociedad los comparte, sí participan todos de
los beneficios de ellos derivados, y todos los miembros de la sociedad tendrán
una idea bastante clara de cuáles han de ser el producto final o el resultado
final de cada una de las actividades especializadas. Se pueden desconocer las
artes culinarias, pero cualquiera de los miembros de la sociedad en la que
éstas sean usuales sabrá distinguir, sin que tenga que ser cocinero, si una
comida está bien o mal hecha, lo mismo que cualquiera que no sea capaz de
trazar el más mínimo dibujo puede opinar respecto a la pintura llevada a cabo
por un singular artista.
En
tercer lugar, existen en toda cultura un número considerable de características
que comparten ciertos individuos pero que no son comunes a todos los miembros
de la sociedad, que Linton denomina alternativas.
Todas estas alternativas tienen en común lo siguiente: representan diferentes
reacciones frente a las mismas situaciones, o diferentes técnicas para alcanzar
los mismos fines. Las alternativas son más numerosas e importantes en las
sociedades con mayor grado de complejidad y más evolucionadas tecnológicamente.
Como ejemplo tenemos los diferentes hábitos domésticos, la posibilidad de usar
múltiples medios de transporte, las diversas opiniones ideológicas o creencias
religiosas que se pueden presentar dentro del seno de una sociedad.
Fuera
ya de los límites de la cultura, pero íntimamente relacionada con ella y con
importancia sobre todo desde el punto de vista dinámico, aparecen las llamadas
(por el autor al que estamos siguiendo) peculiaridades individuales.
Están integradas por todos aquellos aspectos que aparecen de modo singular en
individuos aislados sin que se repitan con una frecuencia significativa dentro
de su sociedad. Tal sería el caso de todo aquello que posee alguna
característica o capacidad atípica con las imperantes en su sociedad, como las
rarezas consideradas de “extavagancias” que aparecen en algunos individuos, el
particular estilo literario de un escritor, la mayor capacidad física de un atleta,
las tendencias delictivas, los hábitos urbanos de una persona que vive en un
medio rural, la adopción por alguien de nuevas ideas religiosas o políticas,
etc. Las peculiaridades individuales en muchas ocasiones toman la forma y el
sentido de simples transgresiones y pueden ejercer la función, en el caso de
que se transmitan, de originar cambios implantando innovaciones,
descubrimientos o invenciones, o procurando que los otros miembros de la
sociedad emulen actos destacados, como sucede con la continua superación
científica o en la tendencia a batir marcas atléticas.
Ely Chinoy parte de la división inicial
de los componentes de la cultura en tres grandes campos: instituciones, ideas y
materiales. Las instituciones son definidas como las pautas normativas
que delimitan lo que en una sociedad se considera como adecuado. El
concepto sociológico de institución incluirá la totalidad o la mayoría de lo
que bajo este término se considera desde el punto de vista jurídico, como puede
ser una corporación municipal o la admisión o inadmisión del divorcio, pero no
quedará aquí limitado, sino que su parte cuantitativamente más importante
trasciende de estos aspectos y puede incluir hasta el uso de la boina en el
caso del País Vasco.
Las
instituciones pueden ser subdivididas de acuerdo con diversos criterios. Según
uno de ellos se pueden dividir en folkways y mores. Si nos
atenemos a su traducción literal ambas significan en castellano lo mismo:
costumbres. Sin embargo, se ha escogido la palabra inglesa y la latina para
incluir en ellas matices específicos necesarios dentro del análisis
socio-antropológico. Por folkways entendemos los usos populares no
obligatorios, como puede ser el caso de la utilización de la corbata y del pelo
corto entre los hombres de nuestra sociedad, lo mismo que dentro del subgrupo
hippy sería precisamente un folkway el pelo largo o no usar corbata.
Los
mores son aquellas normas fuertemente sancionadas desde el punto de
vista moral; o sea que su obligatoriedad reside en su sanción social. Incluso
dentro de nuestra sociedad, aunque muchos mores no se encuentran dentro de la
legislación positiva su trasgresión es más difícil que la de las leyes, por la
carga coactiva que recibe de toda la sociedad. El no ayudar a los ancianos, o, hasta hace bien poco, la
pérdida de la virginidad por la mujer soltera o el afeminamiento en los
hombres, se suelen tomar, en nuestra sociedad, como más importantes que la
evasión de capitales, el fraude fiscal o la especulación.
Otra alternativa de dividir las instituciones desde otro punto de vista es la
de hacerlo en hábitos y leyes. Los primeros son los usos
establecidos por el tiempo, es decir, aquellas prácticas que han llegado a ser
profundamente aceptadas como forma apropiada de conducta, en tanto que las
leyes son las reglas establecidas por el poder, participando de una imposición
coactiva por los diversos medios de que dispone el estado o las organizaciones
políticas o cuasi políticas dominantes en cada sociedad. La ley puede estar
originada por la costumbre, o sea, que por el uso continuado y aceptado del
hábito se puede convertir, por la promulgación o aceptación del poder político,
en ley. Las leyes son propias de las sociedades más complejas. En las llamadas
sociedades “primitivas” no se da la ley más que de un modo muy diluido; el
autocontrol y la pasión social suelen ejercer la misma función, y
frecuentemente de modo más efectivo.
Hay otro tipo de instituciones que no encajan en las divisiones antes
señaladas, pero que no por ello pierden tal carácter. Entre este tipo de
instituciones recogemos la moda y el estilo, importantes en las
sociedades en cambio y cuya característica principal es la transitoriedad.
Otra de las categorías en que se divide la cultura es en la de las ideas,
tras lo que se abarca un variado y complejo conjunto de fenómenos sociales. A
su vez, las ideas se pueden subdividir en creencias y valores.
Creencias son todas las interpretaciones que los hombres dan
sobre ellos mismos y sobre el mundo social, biológico y físico, en el que
viven, y también sus consideraciones respecto a las relaciones con sus
semejantes, con la sociedad, con la naturaleza y aquellas otras entidades y
fuerzas que suelen descubrir, aceptar o conjurar. Ello abarca la totalidad del
vasto conjunto de conocimientos y opiniones por los cuales los hombres explican
sus observaciones y experiencias.
Los
valores son el conjunto de patrones que los hombres de toda sociedad
aprenden y comparten –dentro de ciertos límites, por supuesto-. A su vez, los
valores son fuentes sentimentales; ya que de acuerdo con ellos, los hombres
aprobarán o desaprobarán un acto, estarán de acuerdo o en desacuerdo con una
situación, considerarán buena o mala cualquier cosa o aplicarán el concepto de
belleza o fealdad. El sistema de valores imperante en una sociedad influye
sobre su dinámica acelerando o frenando el cambio.
Íntimamente
ligada con las creencias y los valores está la ideología, que es el
conjunto de creencias y conceptos que explican el mundo social, a los
individuos y a los grupos que los sustentan. La ideología se diferencia de las
simples creencias en que supone un cuerpo interrelacionado de estas últimas, y
en que generalmente reviste un carácter cualificadamente trascendente. En la
misma línea también tenemos que distinguir las mentalidades, que son
complejos de opiniones y representaciones colectivas menos deliberadas y
reflexivas que las ideologías. La mentalidad tiene una proyección
primordialmente psicológica, y afecta a la personalidad y actitudes del que la
posee. Tanto la mentalidad como la ideología están compuestas de creencias y
valores que en cada caso estructuran y ordenan el comportamiento de una manera
típica.
El
tercer gran campo de la cultura es el de los materiales. Consisten en
aquellas cosas que los hombres crean y utilizan. El complejo constituido por
los materiales puede ser muy diferente de una sociedad a otra, tanto
cualitativa como cuantitativamente.
En los materiales tenemos que distinguir dos componentes: el físico y el
simbólico. El primero es el que se deriva de su composición, forma y utilidad,
en tanto que el segundo, que sólo existe para algunos materiales, está
integrado por la carga significativa que los hombres le asignan de acuerdo con
sus ideas y, posiblemente en relación con las instituciones vigentes en cada
sociedad. Una cruz puede ser simplemente una pieza de dos palos cruzados, sin
embargo, para el cristianismo cobra un singular relieve como símbolo de la
Cristiandad.
Hasta aquí, la división que de los elementos de la cultura hace Ely Chinoy, pero consideramos que a
instituciones, ideas y valores hay que añadir la tecnología o conjunto de
técnicas existentes en una sociedad. La tecnología comprende la
existencia y usos de materiales pero dentro de determinadas normas y
coordinadamente con otros materiales.
Marcel Mauss define a las técnicas como
actos tradicionales, agrupados en función de un efecto mecánico, físico o
químico, en cuanto que son conocidos como tales actos. El conjunto de las técnicas
forman las industrias y los oficios. Y el conjunto de las técnicas, industrias
y oficios forman el sistema técnico de una sociedad, que es consustancial a la
misma.