La península Ibérica, una vez conquistada por los musulmanes, fue colocada bajo la dirección de un emir, que gobernaba en nombre de los califas de Damasco. Esta etapa, conocida con el nombre de "emirato dependiente", duró casi medio siglo. En ella se sucedieron unos 20 emires, que tuvieron como tarea principal la consolidación de los territorios peninsulares ocupados. Las disputas entre los bandos de la aristocracia árabe y la sublevación de los bereberes, que sólo pudo ser sofocada después de la llegada de socorros militares sirios, anunciaban la inestabilidad política de Al-Andalus.
1. Los Omeyas y la independencia de Al-Andalus
Al producirse a mediados del siglo VIII la revolución abbasida un miembro de la derrotada familia Omeya encontró refugio en la Península, estableciendo en ella un emirato independiente del poder central del Islam, que se hallaba en Bagdad. Se trata de Abd al-Rahman I (756-788), iniciador de la monarquía hispanoárabe de los Omeyas.
El "emirato independiente" perduró hasta bien entrado el siglo X. En líneas generales puede decirse que en este período se consolidó el poder del Islam peninsular. No obstante, las conmociones interiores fueron muy frecuentes, demostrando la dificultad del poder central para imponerse a los poderes locales. Hasta mediados del siglo IX las revueltas más importantes se produjeron en las regiones fronterizas del norte. Tenían un doble carácter, político, de independencia frente a Córdoba, y social, pues sus principales protagonistas, los muladíes, se encontraban en una situación económica precaria. Hay que destacar las sublevaciones de Toledo, de Mérida y del valle del Ebro. En Andalucía la inquietud social hizo su aparición en Córdoba, a principios del siglo IX, en el "motín del arrabal". A mediados del citado siglo estalló en la propia Córdoba un conflicto con los mozárabes. Pero la revuelta más peligrosa fue la de Omar ben Hafsum, que, a fines del siglo IX, se hizo fuerte en la zona malagueña de Bobastro. Omar ben Hafsum dirigía a los muladíes andaluces descontentos, pero su posterior conversión al cristianismo parece que pretendía atraer a sus filas a los mozárabes.
2. El Califato de Córdoba
El emirato de Córdoba se convirtió en califato cuando en el año 929 Abd al-Rahman III (912-961) decidió proclamarse califa. El paso dado era muy importante, pues consagraba la independencia de Al-Andalus en sentido religioso. La proclamación califal de Abd al-Rahman III pretendía esencialmente realzar su figura, pero en cierto modo había sido también un acto defensivo frente a la aparición en el norte de África del califato fatimita. Alb al-Rahman III puso fin a la rebelión de Omar ben Hafsum, mantuvo firmes sus fronteras septentrionales frente a los ataques de los cristianos del norte e intervino con acierto en el norte de África.
Después del breve califato de Al-Hakam II (961-976), notable por las actividades culturales que en él se desarrollaron, Al-Andalus conoció su período de máxima expansión militar. Fue en tiempos de Hisham II (976-1009), durante los cuales la verdadera dirección política y militar estuvo a cargo de Almanzor, "hachib" o primer ministro del califa. Las correrías de Almanzor por tierras cristianas demostraron cumplidamente su fortaleza militar. Pero las contradicciones internas del califato cordobés eran muy agudas, por lo que una vez desaparecido el gran caudillo militar nada pudo evitar su rutina, que se produjo en la primera mitad del siglo XI.
3. La organización política de Al-Andalus
Los Omeyas, especialmente a partir del emir Abd al-Rahman II (822-852), decidieron introducir en Al-Andalus los elementos de gobierno establecidos en Bagdad por los Abbasidas. Con ello pretendían fortalecer sus propias atribuciones, que cada día se parecían más a las de un monarca absoluto, pero también desarrollar la administración central. Los organismos básicos de ésta eran los "diwanes" de la Cancillería y del Tesoro, especie de ministerios. En la corte el papel político fundamental, después de los Omeyas, lo desempeñaba el "hachib". El saneamiento de los ingresos hacendísticos y la fidelidad del ejército, en el que crecía el papel de los mercenarios, fueron piezas claves al servicio de los Omeyas.
Al-Andalus estaba dividido en circunscripciones territoriales o "curas", con un gobernador al frente. Tres grandes distritos, que semejaban a las marcas carolingias, vigilaban la frontera septentrional de Al-Andalus frente a los cristianos. Eran la frontera inferior, la media y la superior, con capitales respectivas en Mérida, Toledo y Zaragoza. Cada uno de estos distritos estaba dirigido por un caid o jefe militar. Posteriormente hubo una reorganización, trasladándose la capital de la frontera media a Medinaceli.
La justicia era administrada por los "cadíes". En cuanto a las instituciones locales no había en el mundo musulmán nada similar a los municipios de época romana. Únicamente existían algunos funcionarios, encargados de vigilar la buena marcha del mercado o de mantener el orden ciudadano.