1. Recursos metodológicos
Fue Maslow quien en 1969 dijo: "Yo soy freudiano, yo soy conductista, y yo soy humanista". Su afirmación sugiere que las diferentes metodologías preocupadas por el ser humano no son necesariamente contradictorias ni hay por qué adoptar posturas radicales excluyentes. Todas ellas, desde su peculiar perspectiva e idiosincracia, han contribuido y contribuyen a potenciar y dignificar la realidad del ser humano.
Nos referimos a dos grandes metodologías: la modificación de la conducta y las terapias de inspiración psicodinámica.
La modificación de conducta
La modificación de conducta, que ha prestado importantes servicios en la educación especial, ha sido igualmente un foco de denodadas controversias.
"La modificación de conducta -apunta Brengelman (1979)- desea estructurar nuevos modos positivos de conducta y reducir los modos conductuales indeseables o inadecuados, a través de una manipulación directa de la conducta", ya sea reforzando positivamente, con refuerzos primarios o secundarios, las conductas deseables, ya sea estructurando nuevas conductas a través de aproximaciones sucesivas, ya sea extinguiendo mediante refuerzos negativos conductas indeseables.
El material existente sobre programas de modificación de conducta es muy abundante; programas que varían en función del tipo de refuerzos, de la frecuencia en aplicarlos, y de que la forma de aplicación sea individual, de grupo, de autorreforzamiento, etc.
Es muy importante en la modificación de conducta que la conducta a abordar, así como los objetivos a cubrir y la secuencia del programa, estén claramente operacionalizados y objetivados. Ya podemos intuir que el marco de actuación es la conducta observable y medible, que en su mayor parte puede atribuirse a causas ambientales.
El verdadero problema para ellos son las conductas específicas del sujeto, mientras que para las teorías y modelos psicodinámicos la conducta perturbada o la ausencia de determinadas conductas es simplemente el síntoma de un conflicto o deseorganización personal más profunda.
El condicionamiento clásico, también llamado respondiente, y el condicionamiento operante o instrumental son las dos modalidades más utilizadas en la modificación de conducta y consisten en asociar una respuesta específica a un estímulo o situación de estímulo específico. En el primero de ellos son precisos cuatro componentes básicos: estímulo incondicionado, respuesta incondicionada, estímulo condicionado y respuesta condicionada.
A finales del siglo XX, la mayor parte de las investigaciones y terapias utilizaban los supuestos del condicionamiento operante fundado en un patrón que viene a decir: un organismo aprende a ejecutar una acción con el fin de obtener una recompensa o refuerzo, ya que los organismos tienden a repetir las acciones que son reforzadas y a no repetir las que no lo son. El aprendizaje de discriminación es una variante de este último tipo de condicionamiento.
Robert P. Ingalls resume los pasos necesarios para aumentar la frecuencia de determinadas conductas:
- Especificar la conducta a aumentar.
- Determinar el reforzador adecuado.
- Establecer la línea de base de la conducta.
- Organizar la situación de modo que exista la máxima probabilidad de que la respuesta buscada ocurra.
- Hacer contingente el reforzados sobre la conducta deseable.
La adquisición reeducación del lenguaje, las conductas asociales, auto o heteroagresivas, los miedos, la adquisición de hábitos de autocuidado, de problemas sensoriales, motores, etc., pueden ser abordados desde la metodología de la modificación de conducta.
Las terapias de inspiración psicodinámica
Sería un error grave identificar las psicoterapias con el psicoanálisis clásico. La variedad y proliferación de psicoterapias es también muy abundante, de tal forma que entre muchas de ellas es poco lo que existe en común, a no ser el objetivo que se proponen de querer cambiar el comportamiento, los sentimientos o la adaptación del sujeto en sentido positivo y mediante la comunicación con él.
Éstas pueden ser tolerantes, muy estructuradas, no directivas, individuales, de grupo, verbales y no verbales..., y en ellas pueden hallarse implicados desde los profesionales de las mismas -psiquiatras, psicólogos clínicos, psicoanalistas- hasta los profesionales de la educación, que con su presencia sincera, comprensiva, de apoyo y aliento llevan a cabo en múltiples ocasiones auténticas psicoterapias.
La terapia psicomotriz, la ludoterapia o terapia por el juego, la musicoterapia, la acuoterapia, la terapia por el arte, la dramatización, la danza, etc., con sus técnicas específicas, son variantes importantes y sumamente útiles con las cuales el profesional de la educación debe estar familiarizado, porque le serán de suma utilidad en su trabajo diario con los sujetos que presenten algún tipo de excepcionalidad y también -¡por qué no!- con los sujetos considerados normales.
Las distintas psicoterapias humanístico-existenciales (centrada en el cliente de Rogers; la gestáltica de Perls; el análisis existencial de Maslow, May, etc.) se preocupan fundamentalmente de los problemas emocionales de los sujetos, estableciendo una relación personal con el fin de remover, modificar o detener los síntomas, los tipos de comportamiento perturbados, y promover el desarrollo y madurez personales, reorganizando y adecuando la configuración personal del sujeto, analizando su peculiar dinámica conflictual y ayudándole a ser él mismo, a que sea plenamente autónomo.
Pensamos que las psicoterapias, en general, se basan en la imagen del hombre como ente capaz de ser, o al menos de llegar a ser, libre para conocer y poder hacer elecciones responsables, para autorealizarse.
En todas las excepcionalidades de origen y manifestación tanto emocional como social, y algunas de las intelectuales, tienen perfecta cabida las psicoterapias a las que nos estamos refiriendo.
Es muy probable hallar asociado a cualquiera de los tipos de excepcionalidad un bajo y pobre autoconcepto, actitudes hacia el sí mismo físico, moral-ético, personal, familiar y social negativas y empobrecedoras, y las psicoterapias pueden prestar una gran ayuda a la equilibración y optimización de la percepción, vivencia y realidad personal.
2. Recursos tecnológicos
La irrupción de la tecnología en la educación es un hecho evidente e innegable. Si uno de los criterios fundamentales en la educación, y más en la educación especial, es la personalización, no cabe duda de que los medios tecnológicos están contribuyendo a dicha personalización, a pesar de las resistencias de los sectores que consideran la tecnología como empobrecedora de la persona humana y por lo mismo como no favorecedora del proceso educativo.
Decir que contribuye a la personalización es lo mismo que decir que contribuye a la toma en consideración del carácter diferencial de los sujetos y de las necesidades peculiares de cada uno, haciendo factible la adaptación y seguimiento adecuado de cada persona que necesita de ayudas especiales. Está contribuyendo a la optimización de la educación diferenciada posibilitando la instrucción, el entrenamiento, la formación, la orientación de los sujetos con deficiencias físicas, sensoriales, psíquicas y sociales.
Además de los medios audiovisuales e informáticos, otras técnicas menos complejas (ábacos, grabadoras, ayudas ópticas...) pueden ser un buen soporte de la educación especial, que harán más rentable la presencia del educador. Las ayudas tecnológicas contribuyen especialmente al proceso de comunicación y a la rehabilitación.
3. Materiales didácticos
Otros medios auxiliares de la labor educativa, mucho menos tecnificados y costosos que los recursos que acabamos de mentar, son los llamados materiales didácticos de formas, colores y superficies de muy diversa índole. Mediante ellos podemos acercar el mundo real al niño, hacérselo más accesible, educando sus sentido, su comprensión, su motilidad. Nos estamos refiriendo a materiales diseñados y construidos especialmente para llevar a cabo con mayor rentabilidad la tarea educativa; pero las posibilidades de obtención de materiales son infinitas, ya que los objetos a nuestro alcance son muchos: el papel, la goma, las tijeras, unos palillos, etc.
Pero, y ello lo ha de tener muy presente el educador, la arbitrariedad debe dejar lugar a la adecuación y sensatez en la utilización de dichos recursos, no vaya a ser que su inadecuación conduzca a la inutilidad y al fracaso.
Materiales que no sólo son útiles para estimular y ampliar el campo perceptivo, sensorial y comprensivo del sujeto, sino que también, en muchas ocasiones, son introducidos como elementos mediacionales de la relación educativa e incluso como elementos terapéuticos, ya que pueden estar revestidos de una gran carga emocional, al proyectar el sujeto su mundo emocional sobre ellos y permitir, a partir de los mismos, movilizar, reestructurar la configuración personal anómala en que el sujeto se ve sumido.
4. Recursos humano-personológicos
Cuanto hemos afirmado de los recursos existentes no tiene sentido y de poco nos servirá si no contamos con el profesional de la educación.
La preparación intelectual y la capacitación tecnodidáctica del profesional de la educación, por óptimas que sean, quedarán totalmente desvalidas, serán inconsistentes, si no se ven respaldadas por la madurez personal del educador, porque, como afirman Mazet y Houzel, una técnica, por más buena que sea, no logra su finalidad si no se apoya sobre cierta calidad de la relación; si el educador no establece una relación existencial que procure ganar afectivamente al sujeto afectado, sin prisas, sin imposiciones ni agobios, con una presencia sincera y equilibrada que ofrezca la oportunidad de experiencias favorables y reestructurantes, de muy poca utilidad le serán los métodos y técnicas que ponga en juego.
El "ser", mejor aún, el "saber ser" del educador potenciará el "saber estar" y el "saber hacer".
Si el sujeto "objeto" de educación especial no se ve acogido, no se siente apoyado por la persona del educador, si no se siente respetado y valorado, el proceso de reestructuración, de recuperación, de potenciación de sus capacidades y persona toda se verá seramente entorpecido.
En definitiva, que el equilibrio y madurez personales del educador, sus actitudes hacia sí mismo, los otros, la vida -que no se aprenden precisamente en los manuales ni se pueden suplir por recetas más o menos estereotipadas, sino en la vida misma-, son el elemento capital para estructurar un ambiente sano y emocionalmente equilibrado que permita, en la adaptación a los ritmos personales de cada sujeto, la relación existencial que postulamos como absolutamente necesaria para la evolución del mismo.