1. Orientación como educación
La orientación como educación confía al maestro la función de orientar, y las actividades curriculares son las que favorecen la labor de guía, sirviéndole de apoyatura. De ahí que orientar y educar sean prácticamente palabras sinónimas, pues ambas tareas consideran fundamentales las aportaciones de la psicología evolutiva, la dinámica de grupos, de las diferencias humanas (pedagogía y psicología diferenciales) y de las teorías de las relaciones humanas.
Los objetivos primordiales de la labor del maestro en un marco orientador serían ayudar al alumno a tomar decisiones genéricas ante su futuro, lograr que se sienta aceptado y sepa considerar sus limitaciones -desarrollando una imagen realista de sí mismo-, adiestrarle en experiencias de relación dentro del grupo y enseñarle a comprender y valorar su unicidad en relación con la de los demás.
Este enforque subraya que lo óptimo sería fundir enseñanza -instrucción- y orientación. Los defensores tradicionalmente conocidos son, entre otros: R. Strang, que defiende la orientación en el aula; M. Ohlsen, que preconiza la orientación hecha por el tutor; W. Glasser, que defiende la urgencia de una orientación en el medio escolar hacia la salud mental mediante un tratamiento sociológico; y C. R. Rogers, que crea la orientación no directiva o centrada en el alumno. Para ellos, orientar es un conjunto de acciones que deben llevarse a cabo en clase y no precisan de personal especializado estrictamente hablando; va dirigida a todo el alumnado -no sólo a aquellas personas con conductas de aprendizaje patológicas-, y su proyecto más característico es el esfuerzo de adaptar el curriculum a las necesidades individuales del aprendizaje, tanto cognoscitivo como afectivo.
2. Modelo educativo-vocacional
El origen de la orientación como función independiente fue posible gracias al modelo educativo-vocacional aplicado a las tareas de guía. El crecimiento tecnológico de la era moderna, la complejidad del mundo laboral, el despliegue de áreas científicas especiales -tests, medida y evaluación profesional, consejo individual y en grupo-, y otras circunstancias, facilitaron la proliferación de teorías de la elección ocupacional y del desarrollo vocacional que ocupan un respetable espacio en las enseñanzas universitarias de todo el mundo.
Los principios de este enfoque intentan preparar al joven para su inmersión en el mundo del trabajo, para el desempeño de un papel profesional futuro, para su madurez como ciudadano útil a la sociedad, etc., basando sus estructuras científicas en los procesos de desarrollo vocacional y en los supuestos de tipo psicológico, socio-psicológico y sociológico.
Tradicionalmente se ha venido utilizando el consejo profesional de aplicación tanto individual como colectiva. Ya sea inspirándose en el modelo de F. Parsons -conocer a las personas, estudiar las características y requisitos de las profesiones u ocupaciones, y comparar ambos aspectos-, ya sea compartiendo las aportaciones de E. Williamson -análisis, síntesis, diagnosis, prognosis, consejo y seguimiento-, ocurre que estos tipos de orientación profesional se usan en los momentos críticos.
A partir de J. Crites, J. C. Hansen, M. Katz y A. Hardwick, se impone, en los países anglosajones por lo menos, el concepto procesual, progresivo o evolutivo de los principios educativo-vocacionales: el orientador vocacional trata de cubrir un área muy amplia del potencial personal, y con una gran variedad de técnicas, de modo que se consiga, en lo posible, integrar la educación vocacional en el curriculum y actividades escolares y extraescolares. Toda la plantilla de profesionales de la educación, en un esfuerzo sistemático, educa al adolescente mediante un amplio programa que se inicia en los primeros grados y que va dirigido a todos los escolares. Esta inclusión de los objetivos vocacionales en las programaciones está muy extendida y propone los siguientes logros en los alumnos orientados:
- Profundizar en el conocimiento de sus propias habilidades.
- Explorar sus aptitudes, intereses y personalidad.
- Tomar conciencia de su propia imagen, como determinante de su elección profesional y su estilo de vida.
- Desarrollar actitudes realistas y prácticas ante las exigencias académicas y laborales.
- Tomar conciencia de los rápidos cambios del mundo del trabajo para los que precisará entrenamiento y madurez.
- Comprender la legitimidad y el valor de cualquier ocupación.
3. Otros enfoques
Otros encuadres de la actividad orientadora no menos importantes es el centrado en el problema, también denominado de orientación adaptativa, preconizado a raíz de la compleja problemática diferencial de los sujetos susceptibles de ser orientados; por ejemplo, orientación para superdotados, para grupos minoritarios, para la familia, para los jóvenes que están en la calle, drogadictos, parados, jubilados, personas que sufren la desigualdad de oportunidades, etc.; o también, el consejo u orientación personalizada, de cariz dual (un orientador y un orientado), que trata de satisfacer necesidades específicas que precisan ayuda intensiva, y basado en las teorías de la personalidad. Este enfoque ha demostrado ser altamente útil en caso de discapacidad intelectual, delincuencia juvenil, consejo familiar, desajustes, problemas de la personalidad, relaciones padres/hijos, y echa mano tanto de la entrevista -centro del programa de consejo- como de la información y de la aplicación de tests, sobre todo según las afirmaciones de los teóricos autodenominados eclécticos. La orientación como sistema o conjunto de servicios, en el cual es necesario el trabajo en equipo de especialistas para cubrir un espectro amplio de ofertas: a) la información educativa, ocupacional y personal/social; b) la creación y uso de inventarios, recogida, almacenamiento y diseminación de datos; c) el uso ético de los mismos; d) el consejo; e) la orientación académica a padres y alumnos; f) la investigación y evaluación del sistema, etc. Finalmente, la orientación para el desarrollo, más preventiva, completa y supera las anteriores, pues acumula y coordina enfatizando la importancia de una planificación adecuada de la educación y el aprendizaje, de la política funcional-educativa y de la comunicación entre personas y grupos. Para R. H. Matewson, la orientación es "un proceso sistémico, profesionalizado, de ayuda al individuo por medio de procedimientos educativos y clarificadores para conseguir un mejor conocimiento del propio carácter y posibilidades y relacionarse a sí mismo más satisfactoriamente con las exigencias sociales de acuerdo con valores morales y sociológicos".
Los que practican esta orientación evolutivo tratan de superar el interés por el desarrollo intelectual del alumno -pues de ello ya se viene preocupando el sistema educativo tradicionalmente- y dirigen su atención hacia el desarrollo de los componentes emocionales y humanos. De ahí que el orientador se preocupe del deservolvimiento del ser humano que exigirá del orientado:
- Que se conozca a sí mismo mediante la búsqueda personal.
- Que se encuadre o ubique conscientemente en los sistemas significativos para su propia persona, su mundo y su idiosincracia.
- Que consiga una madurez específica aceptando su propia identidad.
- Que sepa autovalorarse y evaluarse para alcanzar a dominar actitudes positivas ante su propia estructura de la personalidad.
Desde la perspectiva del contexto social, las actividades orientadoras tratan de conseguir la socialización y la salud mental, las intervenciones indirectas en la organización institucional con la asesoría a directivos o consulting, la orientación entre semejantes o pares, la clarificación de los valores, y otras finalidades no menos interesantes.
Expuestas estas sencillas ideas acerca de la extensión y profundidad de la orientación escolar, profesional y social, queda claro que orientación y educación en muchos casos se solapan y tienden a confundirse. Presentamos una gráfica a continuación que quizá aclare algo los ámbitos en que se mueven preferentemente una y otra, y la dialéctica que las une y, a la vez, las separa.