1. Introducción
La vida religiosa, las actividades culturales y las manifestaciones artísticas de los siglos XIV y XV son testigos de un conflicto permanente entre lo viejo y lo nuevo, lo que se recibe como legado del pasado y lo que pugna por abrirse paso. El desgarramiento profundo de la Iglesia anunciaba la necesaria reforma. El agotamiento de la escolástica impulsó la crítica y dio alientos al humanismo en ciernes. La hojarasca del Gótico final facilitó la vuelta a las normas clásicas. El individualismo penetraba por todas partes. Se adivinaba una concepción global del universo que tuviera al hombre como auténtico centro.
La crisis de los siglos finales de la Edad Media afectó también al mundo del espíritu. La Iglesia, gravemente minada por el Cisma, estaba necesitada de una profunda renovación. Ganaban terreno el individualismo y la secularización. El mundo intelectual construido por los maestros universitarios del siglo XIII se revelaba ineficaz para los nuevos tiempos. Desde el siglo XIV se acentuó la crítica a la escolástica y a las autoridades, al tiempo que se volvía la mirada hacia la tradición clásica.
2. La vida religiosa
La Iglesia hispánica vivió a fines de la Edad Media una profunda crisis, manifestada tanto al nivel de sus dirigentes como del común de los creyentes. El Cisma tuvo una incidencia muy acusada en la Península. La obediencia a uno u otro pontífice se basaba en circunstancias políticas. En general, tanto Castilla como Aragón, estuvieron al lado del pontífice de Avignon. La alianza con Francia pesó decisivamente en esta decisión, pero en el caso de Aragón contó el hecho de que el último papa de la línea de Avignon, el irreductible Benedicto XIII, fuera de origen aragonés. Al final, en el concilio de Constanza, la intervención de la delegación de Castilla fue decisiva para acabar con el Cisma. Pero sus huellas no se borraban tan fácilmente, entre ellas la intensificación del nacionalismo religioso y la creciente intervención regía en la vida de la Iglesia.
La reforma en el seno de la Iglesia se hacía necesaria, entre otras razones de peso, por la caótica situación del clero, tanto el alto como el bajo. Los grandes dignatarios de la Iglesia eran miembros de la oligarquía nobiliaria y frecuentemente estaban más preocupados por sus asuntos temporales que por los espirituales. Un prototipo de obispo belicoso de la época podría ser el arzobispo de Toledo Alfonso Carrillo. Por lo que se refiere al bajo clero eran notorias tanto su escasa preparación como la relajación de las costumbres. Los intentos renovadores no faltaron en la Iglesia hispánica, aunque en verdad apenas cuajaron. Hay que destacar la introducción de una nueva orden, la de los Jerónimos, que, apoyándose en el favor real, adquirió pronto una gran difusión en la Península. La renovación se intentó también en algunas órdenes de antiguo asentamiento, creándose diversos monasterios benedictinos en la línea reformista, como San Benito, de Valladolid. Hubo también una creciente preocupación por mejorar la formación del clero. Nombres como Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, o el catalán Cardenal Margarit, ocupan un lugar de honor en esta línea renovadora.
La crisis material y espiritual de la sociedad impulsó el desarrollo de una religiosidad popular de gran emotividad, que se recreaba en los aspectos macabros y bordeaba el terreno de lo supersticioso. Triunfaban los predicadores fogosos que arrebataban a las multitudes, por ejemplo, San Vicente Ferrer. En estas condiciones prendía fácilmente la mecha del antijudaísmo. Otras veces la crisis desembocó en la herejía, como sucedió en el País Vasco con el movimiento de los herejes de Durango, que brotó a mediados del siglo XV. Al parecer los herejes seguían las tendencias de los franciscanos espirituales. El movimiento fue cortado de raíz, a base de una represión durísima.
3. La cultura
El clero siguió detentando el monopolio de la especulación. Quizá los nombres más destacados de la teología hispánica de fines de la Edad Media sean el dominico Juan de Torquemada y el franciscano Alonso de Madrigal, el "Tostado", ambos castellanos del siglo XV. Por otra parte, en los siglos XIV y XV se crearon nuevas universidades, especialmente en la Corona de Aragón (en 1300 la de Lérida, en 1354 la de Huesca...), pero su papel intelectual estaba en declive, pues sus métodos se habían anquilosado. En realidad las tendencias más innovadoras del pensamiento se estaban desarrollando al margen de los centros universitarios.
La expansión de la nobleza en el reino de Castilla fue acompañada por el desarrollo de una cultura dominada por lo artificioso y por un estilo de vida refinado y aparatoso. Algunas de las figuras más insignes en el campo de la creación literaria eran miembros de la alta nobleza, desde el Infante Don Juan Manuel y el canciller López de Ayala en el siglo XIV hasta el Marqués de Santillana y Jorge Manrique en el XV. Pero también desde las entrañas del pueblo brotó otra literatura, que no perdía ocasión para ejercer la crítica social. En esta línea se encuentran desde el Arcipreste de Hita, con su jugoso Libro del Buen Amor hasta las Coplas del Provincial o de Mingo Revulgo.
En la Corona de Aragón prendió la tradición científica legada por musulmanes y judíos. En Mallorca surgió un importante centro cartográfico que tuvo en el judío Jehuda Cresques, luego convertido al cristianismo, a su principal figura. En otro orden de cosas merece recuerdo la obra de Francesc Eiximenis, imprescindible para conocer la sociedad de la época. Por otra parte, el contacto con Italia y el mecenazgo de algunos príncipes, de Alfonso V en primer lugar, impulsaron una corriente humanista en Cataluña, uno de cuyos principales portavoces fue Bernat Metge. La prosperidad económica de Valencia en el siglo XV tuvo su paralelo en el campo de la cultura, representada por Ausias March.