sábado, 27 de agosto de 2016

Teoría de la conducta organizada

El rasgo esencial de la cultura tal como la vivimos y experimentamos, como la podemos observar científicamente, es la organización de los seres humanos en grupos permanentes. Tales hechos están relacionados por cierto acuerdo, por leyes o costumbres tradicionales, por algo que corresponde al contrato social de Rousseau. Los vemos siempre cooperando dentro de un determinado ámbito material: un sector de ambiente geográfico reservado para su uso, un equipo de herramientas y artefactos, una porción de riqueza que les pertenece por derecho. En esa cooperación ellos siguen tanto las reglas técnicas de su status o profesión, las normas sociales de etiqueta y consideraciones consuetudinarias, como las costumbres religiosas, jurídicas y morales que conforman su conducta. Es siempre posible también definir y determinar sociológicamente qué efecto producen las actividades de un grupo humano así organizado, qué necesidades satisfacen, qué servicios presta cada uno a sí mismo y a la comunidad en su conjunto.
Será bueno hacer aceptable esta general aserción por medio de una breve referencia empírica. Consideremos primero bajo qué condiciones la iniciativa privada llega a ser un hecho cultural. La invención de un nuevo recurso tecnológico, el descubrimiento de un principio nuevo, la formulación de una idea novedosa, una revelación religiosa o un movimiento estético o moral, permanecen culturalmente intrascendentes a menos que se traduzcan en una serie organizada de actividades cooperativas. El inventor debe sacar patente y formar una compañía para la producción de su invento. Debe, ante todo, convencer a alguien que éste rendirá al ser industrializado, y luego persuadir a otros de que el artículo es digno de adquirirse.
Hay que constituir y reglamentar una compañía, procurar el capitar, desarrollar las técnicas y por fin lanzar la campaña industrial. Ésta consiste en actividades productivas, comerciales y de propaganda que pueden tener éxito o fracasar; en otras palabras, puede cumplir una definida función económica satisfaciendo una nuevas necesidad después de haberla hecho nacer o bien satisfacer más cumplidamente una necesidad existente.
De la misma manera, un descubrimiento científico debe también ser corporizado y controlado a través del equipo material de un laboratorio, de la observación experimental, de los datos estadísticos y hasta de su publicación. Debe convencer a cierto número de personas y ser susceptible de aplicarse prácticamente o por lo menos vincularse con otras ramas de conocimiento, y sólo entonces puede decirse que ha cumplido la precisa función científica de hacer acrecentado nuestro saber.
Si debiéramos examinar desde este punto de vista cualquier movimiento, como por ejemplo el nudismo o la natalidad controlada, veríamos que en todos y en cada uno sería posible comprobar un cierto acuerdo sobre la expresión de un propósito común entre los participantes del movimiento.
Deberíamos también estudiar la organización de tal movimiento con respecto a su gobierno, derechos de propiedad, división de funciones y actividades, deberes y beneficios derivados. Sería necesario también registrar las reglas técnicas, éticas, científicas y legales o cuasi legales que regulan la conducta del grupo; sería bueno, además, confrontar estas reglas con la conducta actual de los individuos. Finalmente, tendríamos que aclarar la posición del grupo en cuanto se relaciona con la comunidad como un todo; esto es, definir su función.


De acuerdo con nuestros principios, hemos partido de nuestra propia civilización, convencidos de que la antropología puede también comenzar por casa. Empezamos también analizando si cualquier idea, invento, revelación religiosa o norma ética tienen importancia social o cultural sin haber sido organizados. Nuestra respuesta fue claramente negativa. Un punto de vista, un movimiento ético, el más grande descubrimiento industrial, son culturalmente nulos y vanos, en tanto estén confinados en el cerebro de una persona. Si hubiera Hitler desarrollado todas sus doctrinas raciales, todas sus visiones de una Alemania nazificada, y de un mundo esclavizado a sus legítimos amos, los nazis alemanes; si hubiera ultimado a todos los judíos, polacos, holandeses y al pueblo inglés, y llevado adelante la conquista del mundo; si hubiera hecho todo esto sólo en su mente, el mundo habría sido más feliz y a su vez la ciencia de la cultura librada de uno de sus más monstruosos si bien más esclarecidos ejemplos, de cómo la iniciativa privada, cayendo en suelo fértil, puede conducir al desastre y a la matanza universales, al hambre y a la corrupción. Podríamos hacer exposiciones similares en diferente tono acerca de los descubrimiento de Isaac Newton, de las obras de Shakespeare, de las ideas de Mahoma o San Francisco y aun sobre el mismo fundador de la Cristiandad. 
Ni a la historia, ni a la sociología, ni a la antropología conciernen aquello que ocurre en la mente de un individuo, pero permanece en ella cualquiera sea el caudal de genio, visión, inspiración y malignidad que pudiera encerrar. De allí el principio general desarrollado, según el cual la ciencia de la conducta humana comienza cuando ésta se organiza.
Hay, sin embargo, tipos de actividades concertadas, que no son debidos al desenvolvimiento de una iniciativa individual dentro del movimiento histórico donde aquéllas se cumplen. Todo ser humano nace en el seno de una familia, una religión, un sistema de conocimiento, y con frecuencia en un estrato social o bajo una constitución política que, habiendo probablemente existido desde antiguo, no son modificados ni alterados durante su existencia. Séanos permitido, por lo tanto, complementar nuestro análisis precedente y mirar a nuestro alrededor, observar nuestras propias actividades en un día de trabajo o en la historia de una vida. Comprobaremos una vez más que dondequiera y en todo acto concreto el individuo puede satisfacer sus intereses o necesidades y llevar a cabo cualquier acción sólo dentro de los grupos organizados y por medio de la organización de las actividades. Considerad vuestra propia existencia o la de cualquiera de vuestros amigos o relaciones. El individuo duerme y se despierta en su casa, en un hotel, en un compamento o en alguna institución, sea un monasterio o el internado de un colegio. Cada uno de éstos representa un sistema de actividades organizadas y coordinadas en el cual se prestan y reciben servicios; en el que se provee de un abrigo material con mínimo o máximo "confort"; donde se vive a costa de alguien o se paga por ello; que reúne un grupo organizado de personas que lo administran, y que está sometido a una serie de reglas, más o menos codificadas, que los ocupantes deben seguir.
La organización de todas y cada una de estas instituciones, ya sea de mera residencia, doméstica o correcionales, está basada en una ley constitucional, en un conjunto de valores y convenios. Cada una de ellas satisface una serie de necesidades de los integrantes y de la sociedad en general y cumple de este modo una función. A menos que se trate de un monasterio, el individuo, después de despertarse, realiza las indispensables actividades higiénicas, toma su desayuno y sale. Se dirige luego al lugar de sus negocios, compra algo o pregona sus mercancías o sus ideas en alguna de las formas de venta. En todos los casos sus actividades están determinadas por su relación con algún asunto comercial o industrial, con una escuela o institución religiosa, con una asociación política u organización recreativa en las cuales es autoridad o subordinado. Si examináramos la conducta diaria de cualquier individuo, varón o mujer, joven o viejo, rico o pobre, hallaríamos que todas las fases de su existencia deben relacionarse con uno u otro de los sistemas de actividades organizadas en los que puede ser subdividida nuestra cultura, a la cual aquéllos, en su conjunto, constituyen. Hogar y negocio, residencia y hospital, club y escuela, comité político e iglesia, en todas partes hallamos un lugar, un grupo, un conjunto de normas, reglas de técnica, un estatuto y una función.
Un análisis más profundo mostraría, además, que en cada caso tenemos un fundamento muy claro y definido en el estudio del ambiente material, con los objetos específicos que le pertenecen, como los edificios, el equipo y el capital incorporado a una institución. Hallaríamos también que para formarnos una idea clara de un club atlético o de un laboratorio científico, de una iglesia o un museo, deberíamos estar familiarizados con las reglas legales, técnicas y administrativas que coordinan las actividades de los miembros.
El personal que corre con el funcionamiento de cualquiera de las instituciones recién mencionadas, debe ser sometido al análisis como un grupo organizado. Esto significa que debemos establecer la jerarquía, la división de funciones y el "status" legal de cada miembro, así como su relación con los otros. Las reglas o normas, sin embargo, son expresadas invariablemente como una definición de la conducta ideal. El examen de este ideal con referencia a la realidad presente es una de las tareas más importantes del antropólogo o del sociólogo dedicado al trabajo científico de campo. Por eso hemos distinguido siempre en nuestro análisis, clara y explícitamente, las reglas o normas, de las actividades.
La organización de cada uno de los sistemas de estas últimas, implica también aceptar ciertos valores y leyes fundamentales. Se trata siempre del ordenamiento de ciertas personas para un propósito determinado, que ellas mismas aceptan y que la comunidad reconoce. Aun suponiendo que consideráramos una banda de criminales, veríamos que ellos tienen también su propia ley, la cual define sus objetivos y propósitos, en tanto que la sociedad, especialmente por medio de sus órganos legales, califica tal organización como criminal, esto es, peligrosa, y como algo que debe ser descubierto, desarraigado y sometido a castigo. Así, una vez más, se ve claro que el cuerpo de normas constitutivas, esto es, el objetivo u orientación del grupo, y la función, o sea, el resultado integral de las actividades, deben ser claramente distinguidos. Las normas constitutivas representan la idea de la institución, tal como es concebida por sus miembros y definida por la comunidad. La función, en cambio, es el papel que la misma institución juega dentro del esquema total de la cultura, según resulta de la investigación sociológica en un grupo evolucionado o primitivo.
En resumen, si quisiéramos describir la existencia individual en nuestra propia civilización o en cualquier otra, deberíamos ligar estas actividades con el esquema social de la vida organizada, es decir, con el sistema de instituciones que en tal cultura prevaleciera.
Una vez más: la mejor descripción de cualquier cultura en términos de concreta realidad, consistirá en precisar y analizar todas las instituciones en virtud de las cuales se considera organizada.
Este tipo de enfoque sociológico ha sido practicado por historiadores y especialistas en economía, en política y en varias otras ramas de la ciencia social, en sus valoraciones de culturas y sociedades. El historiador trata frecuentemente acerca de las instituciones políticas. Al economista conciernen, desde luego, las instituciones organizadas para la producción, el tráfico y el consumo de los bienes. Aquellos que se interesan por la historia de la ciencia o de la religión y nos ofrecen análisis comparativos de sistemas de conocimiento o de creencia, tratan también en primer término, con más o menos éxito, acerca de los fenómenos del conocimiento y de la fe del hombre, considerados como entidades organizadas. No obstante, con referencia a lo que se llama habitualmente aspectos espirituales de la civilización, y desde el punto de vista de la organización social, este sensato y sustancial enfoque no ha sido siempre reconocido. Las historias del pensamiento filosófico, de la ideología política, de los descubrimientos o de la creación artística han descuidado con frecuencia el hecho de que cualquier forma de inspiración individual puede llegar a constituir plenamente una realidad en la cultura, sólo en el caso de que sea capaz de captar la opinión pública de un grupo, dotar a la inspiración de medios materiales para expresarse e integrar de este modo una institución.
El economista, por otra parte, se inclina con frecuencia a menospreciar la circunstancia de que, si bien es cierto que los sistemas de producción y de la propiedad determinan incuestionablemente el nivel de las manifestaciones de la vida humana, son a su turno determinados por formas de conocimiento y de ética. En otras palabras, la extrema posición marxista, que consideraría la organización económica como el determinante supremo de la cultura, parece subestimar dos puntos cardinales del análisis aquí ofrecido: en primer término, el concepto de normas constitutivas en virtud de las cuales encontramos que todo sistema de producción depende del conocimiento, del nivel de vida (definido a su vez por una serie de factores culturales) y del orden legal y político; en segundo lugar, el concepto de función, por el cual comprobamos que la distribución y consumo de los bienes dependen tanto del carácter total de una cultura como de la producción misma.
Suponiendo que pasáramos de nuestra propia cultura a otra más exótica, hallaríamos exactamente las mismas condiciones. La civilización china difiere de la nuestra en la organización de la vida familiar y con respecto al culto de los antepasados; en la disposición de las ciudades y su estructura municipal; en la vigencia del sistema de clan y, por lo tanto, también en el ordenamiento económico y político del país. Estudiando una tribu australiana, conoceríamos los pequeños grupos familiares, las hordas en las cuales las familias se agrupan, el matrimonio según las clases, los grupos de edad y los clanes totémicos. La descripción de cada uno de estos complejos adquirirá significación y resultará comprensible sólo si relacionamos la organización de la sociedad con su ambiente material; si podemos registrar el código de reglas de cada grupo y, sobre todo, mostrar cómo los nativos lo derivan de algunos principios generales que tienen siempre el antecedente legendario, histórico y mitológico de una antigua revelación originaria. Vinculando los tipos generales de actividad y sus efectos en la vida total, podríamos apreciar la función de cada sistema de actividades organizadas, y así mostrar cómo concurren para proveer a los nativos de alimento y vivienda, de adiestramiento y de orden de sistemas orientadores dentro de su ambiente, y por fin de creencias, gracias a las cuales estos pueblos logran por sí mismos armonía con el destino general de su vida.
Así, tanto en las comunidades primitivas como en las civilizadas, vemos primero y ante todo que cualquier acción humana efectiva encamina a la conducta organizada. Comenzamos a percibir que ésta puede ser sometida a un definido esquema analítico. El tipo de tales instituciones o aspectos aislados de la conducta organizada presenta ciertas similitudes fundamentales a través del amplio ámbito de las variaciones culturales. Podemos ahora, por otra parte, definir explícitamente el concepto de institución como la legítima unidad aislable en el análisis cultural.