lunes, 17 de marzo de 2014

La familia griega

La familia en Grecia estaba formada por el padre, la madre, las hijas, los hijos, las esposas de los hijos y los esclavos. El poder que tenía el padre en la familia griega era menor que el que tendría más tarde en la familia romana. Podía abandonar al recién nacido que no quisiera reconocer como hijo suyo, y también podía dar a sus hijas en matrimonio a quien él escogiera; pero, en cambio, no podía tener control sobre sus hijas una vez casadas: éstas dejaban de estar bajo la autoridad paterna y se instalaban en su nuevo hogar.

1. El matrimonio
En la sociedad griega, el matrimonio y la maternidad eran considerados como la máxima aspiración del sexo femenino. Por eso, cuando moría una joven antes de casarse, todos se lamentaban profundamente de que hubiese muerto sin haber alcanzado el rango de esposa.
La mujer ateniense, a la hora de casarse, no tenía derecho a elegir esposo ni a opinar sobre el asunto. Debía aceptar el compañero que le imponía su padre en el compromiso nupcial. Muchas veces, ella ni siquiera estaba presente cuando se realizaba este compromiso, ya que su palabra no contaba, sino sólo la respuesta del novio al padre de la novia, en un acto formal en el que se pronunciaban estas palabras: "Te entrego a mi hija para que sea campo fértil de hijos legítimos". "La acepto".
Al principio, el matrimonio se realizaba mediante una compra simbólica de la mujer. Después se incorporó el intercambio de bienes entre esposo y esposa.
Tenía lugar primero la ceremonia de la promesa, en la cual se fijaba la cuantía de la dote que iban a aportar, y luego, la ceremonia de la boda, con mucho júbilo y ruido, ya que, como no había registros civiles, sólo el testimonio de los asistentes daba validez a la boda.
La ceremonia duraba unos tres días. En el primero, la novia se despedía de su vida de soltera regalando sus juguetes a la diosa Ártemis. En el segundo, se celebraba el matrimonio, y luego un banquete al que sí asistían las mujeres (las mujeres griegas no tenían derecho a asistir a ningún acto o festividad pública). Al final del banquete, la mujer era conducida por su esposo a su nueva casa, donde era recibida por sus suegros. Y el tercer día, la esposa recibía la visita y los regalos de su familia.
Las bodas solían celebrarse en invierno. La nueva esposa pasaba de estar bajo la tutela de su padre a estar bajo la de su marido.
El matrimonio griego podía disolverse mediante el divorcio. El marido podía separarse de su mujer cuando quisiera, sin tener que alegar ningún motivo. La mujer, si era maltratada, podía presentar sus quejas formalmente y, si eran aceptadas, disolver su matrimonio, pero nada más. No tenía capacidad jurídica para otra cosa. En cuanto a los hijos, el marido podía conservar su tutela si así lo deseaba.
El concepto que actualmente tenemos sobre lo que representa nuestra vida privada frente a nuestra vida pública es totalmente diferente al que existía en la antigua Grecia. Entonces privado era todo aquello que ocurría dentro de la casa, en el ámbito doméstico, mientras que público era todo lo que afectara a algo o a alguien fuera del ámbito doméstico.
En este sentido, la vida de la mujer griega era una vida privada. Sin embargo, la vida del hombre griego era más importante cuanto más pública fuese.
Los griegos consideraban al hombre un "ser político por naturaleza", es decir, implicado íntimamente en todas las actividades urbanas: los negocios, las conversaciones en espacios públicos, etc. Aquel que no participase de estos asuntos era mal visto, y recibía el nombre de idiota, que en griego significa "particular", es decir, que se ocupa sólo de lo suyo.


2. Los hijos y las hijas
Ya desde su nacimiento, los hijos y las hijas eran recibidos de distinta forma. Si el recién nacido era niño, se adornaba la puerta de la casa con olivo; si era niña, con madejas de lana; claros símbolos de sus respectivas ocupaciones en la vida.
La familia celebraba el nacimiento del varón con una fiesta, lo que implicaba su reconocimiento por parte del padre. Si no había fiesta, el hijo no era reconocido y se le abandonaba, "se le dejaba expuesto".
Las causas de abandono podían ser económicas, la inseguridad del padre de que el hijo fuera suyo, la existencia de algún defecto físico en el hijo o la edad muy avanzada de los padres. En estos casos, el padre podía abandonarlo en una canasta cerca de un templo, donde fuese fácilmente visible, por si alguien quería adoptarlo. Las niñas eran abandonadas con mayor frecuencia.
Si el niño era reconocido por su padre, a los diez días le era impuesto su nombre. El primer hijo solía recibir el nombre de su abuelo paterno, y los siguientes hijos, el de otros parientes. Por eso podemos encontrar tantos nombres repetidos en Grecia: Jenofonte, Esquines y Diógenes son algunos de los más comunes.
A la hora de escoger un nombre para sus descendientes, los griegos seguían diferentes criterios: podían inspirarse en el nombre de los dioses, como Apolonio, por el dios Apolo; resaltar una cualidad físico, como Pirro, "el rojo"; o destacar una circunstancia especial del nacimiento, como Epicteto, "hijo adoptivo".
Tras el nombre, los griegos no llevaban apellidos, sino el nombre de su padre (Climón, hijo de Milcíades) o el nombre de su lugar de origen, el demos (Diodoro de Sicilia).
No sólo existía en Grecia una aptitud diferente respecto al sexo del recién nacido. También la había respecto al número óptimo de descendencia. El matrimonio, naturalmente, debía ser fecundado, pero no en exceso.