La
primera característica que se presenta al estudiar la cultura es la de su
índole social. Toda sociedad tiene su cultura y la existencia de ésta es una
emanación de aquella. La cultura es supraindividual
en un doble sentido. Por una parte, no es una característica patrimonial de un
individuo aislado, sino de un grupo de ellos; y por otra, su vigencia y
persistencia trasciende en el tiempo a los individuos y, con las posibles y
consiguientes variaciones, tiende a perdurarse.
Por lo tanto, de esta primera característica de supraindividualidad se derivan otras dos. Primero, la cultura es aprendida, definida como herencia social; es un efecto del proceso de socialización del que ya
hablaremos. Y en segundo lugar, es también compartida;
se produce una coparticipación con el resto de los integrantes del grupo social
al que se pertenece. En las sociedades más complejas y con fuerte
estratificación, la coparticipación de la cultura se da de un modo fragmentado,
pues no se participa en igual medida de todos los elementos que integran la
cultura; son diversas las instituciones y valores que afectan a los poderosos y
a las capas inferiores de la pirámide social; los materiales son diferentes por
categorías sociales, etc…, sin embargo, los diversos subgrupos sí coparticipan
estrechamente de los componentes característicos de su cultura o de su
subcultura.
Como
corolario derivado de la supraindividualidad
tenemos la característica de la universalidad.
Todos los grupos humanos y todas las épocas conocidas han tenido una cultura.
Este concepto de universalidad no
debe ser confundido con el de la presencia de los universales en todas las
culturas, aspecto este que ha sido objeto de mucha atención en el campo de la
Antropología. Por universales se entienden determinadas instituciones que se repiten
en todas las sociedades presentes, o se tienen noticias de su existencia en
todas las culturas conocidas, aunque ya hayan desaparecido. Son consecuencia de
la existencia de las necesidades básicas mencionadas por Malinowski, y también, de modo
más parcial, de las que este mismo autor consideraba derivadas. Así en todas
las sociedades hay cierto tipo de organización familiar, aparecen ciertas
prohibiciones, se da un plan difusamente organizado para luchar contra la
naturaleza, aparecen creencias, hay roles diferenciados, etc. Sin embargo, hay
que hacer notar que aún cuando determinadas instituciones aparecen en todas las
sociedades, la forma reviste caracteres que pueden ser muy diferentes. En todas
las sociedades están institucionalizadas las relaciones sexuales permanentes, y
sus consecuencias, pero entre la familia monógama y la poliándrica hay un
abismo. El tabú del incesto es también un universal de la cultura, pero en
determinadas sociedades, aunque existe, se admiten excepciones –familias reales
de los faraones egipcios y de los incas peruanos- en tanto que en otros pueblos
la regla no admite la mínima excepción. Pero, además, no en todas las
sociedades este tabú afecta a las mismas personas, pues puede ser la
prohibición más o menos amplia, y en unos casos determinadas personas son
consideradas parientes y en otros no.
La
cultura participa de una doble y contradictoria característica. Es a la vez estable y cambiante. Participa de una cierta dosis de permanencia y otra de
cambio.
Lo que sucede es que esta doble característica de ser estable y cambiante, si
bien se da en todas las sociedades, no se manifiesta con el mismo valor en sus
dos componentes. En unas sociedades primará la estabilidad y en otras el
cambio.
Otra característica, que viene implícita en la mayoría de las definiciones y en
los aspectos aquí tratados, es la de que llena la vida de los miembros del
grupo; es una manera integral de vivir, y no sólo un cuadro superficial
de costumbres. La cultura comprenderá hasta los detalles más mínimos,
como la posición durante el sueño, o las maneras de sentarse a la mesa.
Los miembros de la sociedad a la que pertenecen no son conscientes de su
existencia. La cultura se da como natural; como algo consustancial a la
existencia del individuo, y las motivaciones de la conducta no se cuestionan
jamás.
Es frecuente que los miembros de una sociedad presenten determinadas reacciones
ante fenómenos sociales producidos en otro contexto cultural.
Íntimamente ligada con esta característica de la cultura está la aparición del etnocentrismo,
que podemos definir como “la opinión socialmente generalizada y aceptada por la
cual se considera que los valores, cualidades físicas, sociales o culturales, o
el simple modo de vida de nuestro grupo social, son superiores o preferibles a
todo lo demás”. El racismo es una manifestación del etnocentrismo, pero no es
la única ni la más importante, ni tampoco la más usual. Este fenómeno del
“nosotros” y de negación de los “otros” no sólo aparece en las sociedades con
mayor poder político-económico, o con un patrimonio tecnológico más elevado, sino que se ha manifestado en todos los pueblos incluyendo los más
atrasados.
Una variación del etnocentrismo es el sociocentrismo, que es la visión de todos
los fenómenos exteriores a través de las pautas y conocimientos propios del
grupo observador.
Esta influencia de la cultura sobre la conducta de los hombres está reconocida
incluso dentro del propio marxismo, aun cuando muchos autores que participan de
esta ideología hayan olvidado este efecto y exageren el papel de la economía
hasta dotarla de totalidad exclusiva en cualquier situación. Por supuesto que
es innegable que la base que determina la historia es lo que Marx denomina infraestructura; o sea, el modo de
producción imperante en cada momento histórico, que estará condicionado, o al
menos influido, por las características del habitat. Pero ello no obsta para
que reconozcamos que entre la infraestructura y la supraestructura exista una relación de interacción, aunque ésta
se ejerza en dependencia del movimiento de la misma infraestructura que domina
toda la historia.
Friedrich Engels (1820-1895) |
El
propio Engels reconoce esto de modo
explícito:
“Somos nosotros mismos quienes hacemos nuestra historia pero la hacemos, en
primer lugar, con arreglo a premisas en condiciones muy concretas. Entre ellas
son las económicas las que deciden en última instancia. Pero también desempeñan
su papel, aunque no son decisivas, las condiciones políticas, y hasta la
tradición, que merodea como un duende en las cabezas de los hombres”.
Pero, por otro lado, la cultura no sólo se vincula al pasado mediante el peso
de la tradición por los condicionamientos de las producciones sociales que
heredamos y sobre las que construimos nuestro presente, sino que también se
proyecta al futuro mediante las modificaciones de la conducta aprendida.
Podemos describir la cultura, también, como el esquema de actuación de un
grupo social.
La cultura viene a ser, pues, la existencia de un código implícito que regula
de modo inconsciente la actuación de los miembros de un grupo.
Los funcionalistas, cuya matriz ha partido de los antropólogos, ponen como
característica de la cultura su funcionalidad. Malinowski, máximo representante de esta
corriente, toma a cada cultura como una unidad de partes inseparables, en que
cada una cumple una función en orden a la estabilidad del sistema. Todo aquello
que encontramos en una cultura tiene que cumplir necesariamente, según esta
escuela, una función, hasta el punto de que las llamadas supervivencias –restos
“fósiles” de culturas pertenecientes a épocas pasadas- no son tales, sino que,
por el contrario, tienen una vigencia, “cumplen una función”. De lo contrario
hubieran desaparecido.
Las pautas de conducta que forman la cultura deben de estar ajustadas unas
con otras en forma tal que eviten conflictos.
Una sociedad no puede durar, ni funcionar con efectividad en un momento dado,
si la cultura que le está asociada no llena algunos requisitos. Esta cultura
debe de contar con técnicas para incorporar individuos al sistema de valores
de la sociedad, y prepararlos para que ocupen determinados lugares en su
estructura. También ha de tener técnicas para recompensar la conducta
socialmente deseable y anular la que no lo es. Todo esto se realiza de un modo
automático e inconsciente sin que los integrantes de la cultura se percaten de
la existencia de la mayoría de normas y sanciones que la sociedad les impone y
a los que ellos se someten.
Por lo tanto, toda desviación de la conducta culturalmente admitida en una
sociedad supone una acción punitiva y toda persona que, expresa o tácitamente,
no se somete a las reglas sociales, será clasificada como un transgresor. La
figura de los tipos del transgresor varían de acuerdo con la intensidad de la
norma incumplida, con la situación y hasta con el momento histórico. El
transgresor puede ser clasificado como un hereje, un delincuente, un loco, o
simplemente como un excéntrico.
Una característica de la cultura, muchas veces olvidada, es que no sólo influye
sobre aspectos puramente sociales, sino que también ejerce una influencia sobre
aspectos físicos.
La cultura influye en la aparición de características que podemos calificar
como pura y simplemente físicas. La minoría japonesa residente en Estados
Unidos tiene una talla superior a la de sus hermanos de raza que permanecen en
el archipiélago nipón. Esto es consecuencia del diferente tipo de vida y
principalmente de la alimentación.
También puede calificarse como una característica, o consecuencia de la
cultura, el hecho de que la mayoría de la gente nazca, viva y muera como
miembro de una misma cultura. Sin embargo, en la actualidad sólo
podemos decir que esto sucede para la generalidad de las personas, pero no para
la totalidad, ya que el cambio es una dimensión de la sociedad industrial y las
culturas de la hora presente incluyen los mecanismos para la adopción de nuevas
situaciones.
A cada cultura corresponde un tipo básico de personalidad.
Linton, la gran figura de la escuela de Cultura y Personalidad, considera que
la personalidad es fundamentalmente una configuración de respuestas que el
individuo ha creado como resultado de su experiencia. Pero una buena para de
las experiencias serán comunes al resto de la sociedad, y todos sus miembros
estarán dotados de respuestas adecuadas para que sea posible la comunicación.
Por lo tanto, la cultura influye de un modo bastante determinante en la
formación de la personalidad, aunque siempre dentro de un haz de influencias en
el que entran también el medio ambiente y los rasgos de tipo físico de cada
individuo.