En la época helenística, la educación deja de ser materia de iniciativa privada y se convierte en objeto de reglamentación oficial. La educación es ya, en casi todas partes, objeto de preocupación de las ciudades. La educación se convierte en una institución estatal.
De todas las instituciones educativas, la más oficial es la efebía. La efebía es un sistema obligatorio de formación cívica, aunque sobre todo militar, del soldado-ciudadano. Los jóvenes alistados cumplían dos años de servicio: el primero, en los cuarteles del Pireo, donde recibían instrucción física y militar; el segundo, en maniobras del servicio de campaña, en una guarnición de los puestos fronterizos fortificados. Pero esta condición militar no es exclusiva: el efebía del siglo IV constituye también una especie de preparación moral y religiosa para el ejercicio pleno de los derechos y deberes del ciudadano. Desde el siglo II a.C., aparece, paralelamente a la educación física, una verdadera enseñanza intelectual que trata de proporcionar a los efebos por lo menos ciertos estudios de literatura y filosofía.
1. Escuela primaria
La educación verdadera nunca comienza antes de los siete años, edad en que el niño es enviado a las escuelas. Hasta entonces sólo se trata de una crianza. El niño queda al cuidado de las mujeres, la madre en primer término, pero sobre todo, la nodriza, que por lo común es una esclava de la familia o una mujer libre que conoce las costumbres de la familia. El niño se inicia ya en la vida social, bajo la forma de los buenos modales, imponiéndose cierta disciplina moral. Desde el punto de vista intelectual, estos años están consagrados a la adquisición del lenguaje, por lo que es necesario elegir una nodriza con pureza de dicción y lenguaje. También comienza la iniciación a la tradición cultural, a través de la música de cuna y la literatura de cuentos. Además son años en los que predomina el juego.
A los siete años, comienza la escuela, la educación colectiva. Entre los maestros que contribuyen a la formación de la infancia figura el paidagogos, sirviente encargado de acompañar al niño en sus cotidianos trayectos entre la casa y las escuelas. El pedagogo ejerce sobre su pupilo una vigilancia continua, que a veces se alarga hasta la adolescencia. Además, inculca los buenos modales al niño, conforma su carácter y su moralidad.
La escuela primaria asume la enseñanza de las primeras letras. El institutor que enseña a leer se llama "maestro" a secas, y el establecimiento donde él enseña se denomina "escuela" sin más. El local debía ser una sala cualquiera, ni siquiera acondicionada para el uso escolar, precedida de una sala de espera donde permanecía el pedagogo.
El oficio del maestro reviste el carácter de un oficio humilde, menospreciado, porque la enseñanza no pasaba de ser un oficio comercial y servil: es preciso buscar clientela y hacerse pagar. El oficio era además mal pagado. El maestro no necesita una preparación profesional, a no ser desde el punto de vista moral: carácter y honorabilidad. El maestro de escuela se encarga de un sector de la instrucción: el maestro equipa técnicamente la inteligencia del niño, pero no es él quien lo educa. Lo esencial de la educación es la formación moral, la formación del carácter, del estilo de vida. El maestro se limita únicamente a enseñar a leer, lo cual es mucho menos importante.
El niño sigue los cursos de tres establecimientos diferentes: la escuela de primeras letras, la escuela de música y la escuela de gimnasia. Pero la música aparece principalmente en el periodo secundario de la educación. A lo largo del día se repartían las horas del trabajo en las diferentes escuelas.
Las tareas de la escuela primaria era leer, aprender de memoria, escribir y contar. Éste es el programa de esta escuela. Pero sobre todo leer. Es preciso aprender primero las letras, después las sílabas, las palabras aisladas, las frases, y luego los textos. Nunca se podía iniciar una etapa sin aprender las dificultades de la precedente. La lectura se hallaba estrechamente asociada a la recitación. Los fragmentos no sólo se leían, sino que se aprendían de memoria. El programa de las matemáticas se limitaba a enseñar a contar. Se enseñaba la serie de los números enteros, cardinales y ordinales, tanto por su nombre como por su símbolo.
2. Los estudios secundarios
El niño que prosigue sus estudios aborda la segunda enseñanza en el momento en que por fin sabe leer y escribir perfectamente. Deja la escuela elemental para seguir los cursos de un maestro especializado, el grammatikós. El objeto específico de su enseñanza es el estudio profundo de los poetas y otros escritores clásicos. La tarea del gramático con respecto a un autor determinado, comprende cuatro operaciones: crítica del texto, lectura, explicación y juicios. La pedagogía helenística quiso extraer de los poetas una enseñanza moral. El conocimiento de los poetas constituye uno de los atributos principales del hombre culto, uno de los supremos valores de cultura.
Pero a partir del siglo I a.C., el estudio literario de los poetas se completa con el estudio metódico de los elementos del lenguaje, es decir, de la gramática, de la técnica. Se seguían estudios de morfología, que se completaban con ejercicios de redacción, de composición literaria.
Pero los estudios literarios no eran los únicos que integraban el programa de la enseñanza secundaria, sino también estudios científicos. El segundo ciclo de enseñanza englobaba ciencias matemáticas como la geometría y la aritmética, y otras ciencias artísticas como el dibujo, la música y la poesía lírica.
3. La enseñanza superior
Formas menores
La educación física continúa siendo una parte esencial del programa educativo; pero ya no basta: los jóvenes ricos que frecuentan el colegio efébico aspiran a recibir una cultura espiritual. La formación deportiva del efebo se completa por medio de lecciones, conferencias y audiciones. Tal enseñanza se completa con audiciones de músicos o poetas, y conferencias de matemáticas, astrónomos y médicos. Pero el programa versa esencialmente sobre lo que enseñan los filósofos y los rétores. Los efebos disponían también de bibliotecas de estudio, anexas al gimnasio, construidas y sostenidas por contribuyentes generosos. Ya que el deporte continuaba en un lugar de honor, estos estudios quedan un tanto relegados en segundo plano. Del inmenso programa abarcado, el efebo no podía adquirir otra cosa que nociones muy generales, una iniciación elemental: nociones sobre todo, pero sin llegar a fondo en nada.
La retórica
En realidad, lo que define al hombre verdaderamente culto no son los estudios científicos, sino el hecho de haber asimilado una u otra de las dos formas propias de la enseñanza superior, a veces rivales, a veces combinadas, que son la cultura filosófica y la cultura oratoria. La retórica es la que domina.
Cursar estudios secundarios significa para la mayoría de los estudiantes oír las lecciones del rétor, iniciarse en el arte de la elocuencia. La retórica quedó como el objeto específico de la enseñanza superior griega. Concluidos sus estudios literarios, el adolescente abandonaba al gramático para asistir a la escuela de un maestro especializado en la elocuencia, el rétor. Los tres elementos que integraban esta enseñanza eran la teoría, el estudio de los modelos y los ejercicios de aplicación. El discurso debía comprender seis partes: exordio, narración, división, argumentación, digresión y peroración. El estilo debía ser brillante (empleo de figuras de pensamiento y de dicción), correcto, rítmico y adaptado al tema. Se cuidaba el arte de presentarse, de regular la emisión y la voz, y el arte de persuadir subrayando las palabras mediante gestos. Este aprendizaje de la retórica aumentaba sin cesar con preceptos y nuevas exigencias. Se requerían largos años para alcanzar la meta establecida.
La filosofía
La cultura filosófica se dirige a una minoría, a una élite de espíritus. La filosofía helenística no solamente es un determinado tipo de formación intelectual, sino también un ideal de vida que pretende informar al hombre en su totalidad. La enseñanza filosófica se recibía ante todo por escuelas oficiales, fundadas por un maestro. Existían también maestros aislados que enseñan bajo su propia responsabilidad en la ciudad donde se establecen. Por último, están los filósofos trashumantes, conferenciantes populares que al aire libre se dirigen al auditorio que al azar han encontrado.
La enseñanza de ésta presenta aspectos de una enseñanza progresiva. El estudiante ha concluido ya su formación secundaria y comienza a adquirir nociones generales de historia de la filosofía, por medio de manuales. Después se adquirían algunos conceptos sobre las doctrinas filosóficas, que en realidad eran un mero complemento de cultura general. La verdadera enseñanza comenzaba después. Ofrecía un doble aspecto: en primer lugar, el comentario de los filósofos clásicos, y después, el maestro transmitía a sus discípulos su propio pensamiento y su sabiduría. Se trataba de discursos más libres que los que exigía la retórica, dentro de un tono familiar, a propósito de un texto comentado, de una incidencia de la vida cotidiana o de un problema planteado.
Al filósofo se le exigía que fuese no solamente profesor, sino también guía espiritual, director de conciencia. Lo esencial en su enseñanza no se impartía desde lo alto de la cátedra, sino en el seno de la vida común que lo unía con sus discípulos.
La enseñanza completa de un filósofo debía abarcar tres partes: lógica, física y ética, o sea, una teoría del conocimiento, una doctrina sobre el mundo y una moral. El filósofo aspira a definir, conquistar, poseer y transmitir una sabiduría personal, y crear en el discípulo una individualidad moral. No se despreocupan tampoco por los problemas políticos y sociales.
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