1. El pensamiento griego idealizador y típico
Así como hay razas y culturas caracterizadas por un número muy limitado de humanos prototipos, seguidos por una masa dócil, a la cultura griega la caracteriza, en cambio, una increíble superabundancia de personalidades prototípicas, a cuyo lado se mueve inquieta una masa exigua e indócil. Un inagotable taller de proyección de modelos, y no una fábrica en serie, fue Grecia, genial como cultura y, por ello mismo, política y socialmente bastante menos consistente.
La propensión típica del pensamiento humano, de ver al hombre no en su individualidad pura, sino sostenido, elevado o rebajado por el tipo general en que le situamos, a ningún pensamiento caracteriza tanto como al griego. Al hombre clásico no le interesan las cosas tal y como se le ofrecen en su menesterosa realidad, sino lo que de normal y bien aliñado se halle en cada ser. El arte clásico es idealizador y universal.
Tal propensión se documenta en el arte y la literatura griega de todas las épocas y géneros. La poesía épica arcaica, idealizadora por definición, adapta al idealismo noble la vieja heroicidad guerrera. La didáctica, la elegía o la lírica coral siguen los pasos de la épica. La calidad plástica y erosiva del Mito griego, su concreción formal significativa, su apertura a nuevas experiencias históricas y su disponibilidad para la aprehensión ágil de nuevas aventuras, hacen a sus figuras capaces de constante reinterpretación.
La reducción a unas cuantas categorías racionales, limitadas y precisas, de la realidad compleja y múltiple es la pretensión idealizadora y universalizante que en la historia y en la poesía muestra el pensamiento griego.
2. El hombre arcaico
Para el "homo oeconomicus", el lujo no es algo superfluo, sino un instrumento de poder. La ociosidad, juegos y negligencia, típicas de la existencia del noble, requieren, naturalmente, una base económica. El trabajo de los oficios y artes manuales, actividad sórdida y grosera, carecía de la ley de la inteligencia. La riqueza forma parte de la felicidad del héroe de Píndaro; pero una riqueza adornada de una virtud conseguida sin fraude, como la de Solón.
Claro es que no puede afirmarse sin más que los griegos desconocieran la estimación del trabajo. La verdad es que, a lo largo de toda la literatura griega, desde Hesíodo, discurren dos concepciones antinómicas a este respecto. Una que ve en el trabajo la esencia misma del hombre; otra que lo considera abyecto y obra de esclavos. Responden a dos distintas concepciones de la vida: la de la sociedad aristocrática doria y la de la democracia jónica.
El "homo socialis" es una figura ausente de la tipología humana arcaica. Hay, por supuesto, un sentido general de comunidad entre los hombres y una conciencia limitada de ciertos deberes de socorro y asistencia para con el huésped o mendigo; pero estos deberes se basan en motivos religiosos, no en la existencia de una cierta conciencia social.
El "homo politicus" arcaico es el noble heredero de los reyes homéricos descendientes de Zeus.
El "homo theoreticus" es el ideal consciente de una vida exclusivamente consagrada al conocimiento. Establece varios tipos de vida y se centra en el problema de la elección de una vida mejor. El filósofo dejó de ser considerado como el arquitecto del espíritu y de la sociedad. Hubo que vincular la vida filosófica con la vida práctica.
El hombre griego arcaico es un "homo religiosus". Scheler ha hecho notar que no es la nueva concepción de los valores, ni su acuñación histórica en nuevos contenidos plásticos lo que produce las variaciones históricas que hallamos en las ideas sobre lo divino, sino que es el cambio primario de contenido de lo que se tiene por divino lo que hace que cambien los modelos prototípicos reales. Al Dios-héroe de los poemas épicos corresponde un modelo prototípico personal muy distinto de aquel que corresponde al Dios-justo, Dios legislador de los filósofos jonios.
3. El hombre clásico
La línea arcaica de menosprecio del trabajo material y de los valores utilitarios de la vida se continúa en la Atenas clásica en las voces de los intelectuales más caracterizados. Jenofonte, militar y laconófilo, considera el trabajo manual como estigma social y degeneración física que daña al alma, sin tiempo para cultivar la amistad y practicar la ciudadanía. Pero con Sócrates el concepto de trabajo se había universalizado, extendiéndose a cualquier clase de actividad, proclamando la dignidad moral del trabajo y considerando que, en el doble plano económico y moral, el trabajo productivo es conveniente.
En Platón, sus ideas aristocráticas, su hostilidad idealista contra la materia luchan con la herencia socrática y con el estado de conciencia de la polis democrática. Aristóteles exige la mutua conexión entre la actividad material y la espiritual: la inteligencia evita que, en el trabajo material, el hombre se convierta en ciego instrumento. Los estoicos extenderán el trabajo al servicio de la inteligencia y productor de bienes exteriores, posibilita el ocio, necesario soporte de la vida intelectual.
El "homo socialis" comienza a perfilarse bastante claramente a finales del periodo clásico. La conciencia de comunidad entre los hombres, frente a la divinidad o al animal irracional, lleva al hombre clásico al descubrimiento de dos dominios específicamente humanos: la razón como condición de toda creación ordenada, y el estado-ciudad, como deber común a todos los ciudadanos.
A partir del año 420 a.C., los relieves funerarios atenienses representan a la esclava con la misma talla que a la mujer libre. La sofística y la tragedia dignifican progresivamente a la mujer. El esclavo, hombre sin derechos de la sociedad griega, comienza a ser tratado con más humanidad y benevolencia.
Por otra parte, la tajante aposición entre griego y bárbaro se mantiene a lo largo de todo el periodo clásico. La idea de la Helenidad, del carácter universal de la cultura griega, había sido entrevista, antes de Isócrates, por algunos sofistas. La gracia de la paideia es atributo exclusivo del griego y no del bárbaro.
El ideal estético del hombre griego clásico no es un esquema atemporal o inespacial, sino fuertemente arraigado en su ambiente político. El arte y la literatura clásica trascienden la esfera puramente estética y apuntan a una finalidad social y política. El arte griego fue instrumento de paideia.
La religión clásica es una religión de la polis, una religión política. Las divinidades poliadas exaltan el patriotismo local. La religión se convierte en un servicio del Estado.
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