La historia aparece hoy como una ciencia en plena evolución. Las certidumbres o verdades "definitivas" de la historiografía positivista pertenecen al pasado, y el hecho de que tal concepción de la historia se mantenga en ciertos países por efecto del atraso, de la inercia o de la falta de información, no hace que esté menos superada. Como dice F. Furet, la historia serial, y lo mismo podríamos afirmar sobre las demás corrientes que tienen vigencia actual entre los historiadores, es una historia-problema, no una historia-narración. El dinamismo indudable de nuestra disciplina, ilustrado de forma espectacular por los rapidísimos progresos de la historia demográfica, no debe hacer olvidar, sin embargo, que muchos problemas y conflictos importantes siguen no resueltos aún.
Aunque no sirva de argumento para poner en duda la validez de las nuevas tendencias, el peso todavía muy grande de la historia tradicional en algunas áreas constituye seguramente un serio problema; sobre todo cuando historiadores resistentes al cambio ocupan puestos claves en instituciones académicas de enseñanza e investigación, oponiendo así un freno al progreso. En países como Francia o Inglaterra la posición tradicional es ya insostenible, pero en los Estados Unidos la existencia de un importante sector de investigación histórica basado en una metodología muy avanzada, no impide que predominen cuantitativamente los trabajos de corte antiguo; en América latina ocurre lo mismo, pero en proporciones más graves. Además, aun cuando existe la voluntad de trabajar según patrones actuales, ciertos problemas prácticos, técnicos y de organización, pueden constituir un obstáculo muy real: el alto costo de las investigaciones cuantificadas, realmente considerables, las cuales exigen grandes inversiones en personal y equipos; la deficiencia del entrenamiento de la mayoría de los historiadores -aun en cuanto al manejo de las técnicas más elementales de la estadística-, debido a la falta de adaptación de las estructuras universitarias a los cambios de la disciplina; el pequeño número de instituciones nacionales o internacionales destinadas a apoyar y coordinar los esfuerzos individuales o locales, impulsar la realización de trabajos en equipo, garantizar la rápida difusión de los resultados alcanzados, etc. Tales dificultades aparecen en alguna medida en todos los países, pero su gravedad es particularmente notable en el área latinoamericana.
Por otra parte, hay que reconocer que el desarrollo de las distintas ramas del saber histórico obedece a ritmos heterogéneos. La historia social, por ejemplo, se mueve con un cierto atraso en relación a la historia económica y a la demografía, a pesar de brillantes éxitos consecutivos al impulso que le dio Ernest Labrousse en el Congreso de Roma (1955), y que sus discípulos llevaron adelante; de la constitución de una historia de la mentalidades colectivas; de interesantes investigaciones cuantitativas sobre movimientos sociales. La historia política ha sido sólo marginalmente afectada, hasta ahora, por el gran movimiento de renovación metodológica. ¿Y qué decir de cierta "historia de las ideas", cronológicamente reciente en su desarrollo, pero decididamente cerrada a las innovaciones del método?
Jean Piaget 1896-1980 |
Jean Piaget propone dividir todos los estudios relativos a los hombres o las sociedades en cuatro grandes grupos, de los cuales nos interesan los dos primeros:
- Ciencias nomotéticas, que buscan descubrir "leyes": lingüística, economía, sociología, demografía, antropología, psicología.
- Ciencias históricas, que estudian la evolución temporal de todas las manifestaciones de la vida social.
- Ciencias jurídicas.
- Disciplinas filosóficas.
Es necesario señalar toda una corriente contemporánea que busca hacer de la historia una ciencia basada en la cuantificación y las estructuras, punto de vista seguramente fecundo, mas que consiste actualmente en hacer de la historia la dimensión diacrónica de la sociología o de la economía, lo que, en el futuro, podría atribuir a las disciplinas históricas el nivel de una especie de síntesis relativa a las dimensiones dialécticas de todas las ciencias humanas.
Creemos que tal tendencia -es decir, la asimilación progresiva de la historia al campo de las ciencias nomotéticas- está realmente presente en la evolución reciente de nuestra disciplina. Pero, ¿no estaremos más bien tomando nuestros deseos por la realidad?
No discutiremos aquí el problema de cómo definir una "ley" en el contexto de las ciencias sociales o humanas. En la realidad actual de éstas, lo que se designa como "leyes" comprende cosas bien distintas entre sí: en ciertos casos, relaciones cuantitativas que pueden expresarse por medio de funciones matemáticas; otras veces, hechos generales o análisis estructurales que sólo pueden ser fijados por el lenguaje formalizado de la lógica, o mismo por una expresión verbal no formalizada, etc. Como dice Labrousse:
No seamos demasiado exigentes a propósito de la noción de ley en historia. Creo que existen ciertas leyes históricas, pero que éstas no tienen el carácter relativamente inexorable de las leyes físicas. Lo que caracteriza la ley en las ciencias humanas es precisamente su carácter de pluralidad. La ley no es una necesidad, es una probabilidad "mayoritaria", y a veces de un grado bastante bajo. La ley no permite tanto prever como apostar.
Una de las formas posibles de comprobar si hay efectivamente una evolución de la historia -o mejor, de los sectores de ésta abiertos a la renovación metodológica- hacia la condición de ciencia nomotética, es ver si dicha evolución reproduce los aspectos o factores que, según Piaget, dominaron el proceso constitutivo de las ciencias humanas nomotéticas:
2º) La tendencia a aprehender la dimensión histórica o genética
3º) La influencia de los modelos ofrecidos por las ciencias exactas o de la naturaleza
4º) La tendencia a delimitar los problemas
5º) La elección de los métodos, en particular en cuanto a su función de instrumentos de verificación
Dejando de lado el segundo punto, demasiado evidente y aun tautológico si se trata de la historia, veremos si los demás son perceptibles en nuestra disciplina tal como ha evolucionado durante las últimas décadas.
Uno de los aspectos más excitantes de la historiografía más reciente -sobre todo aquella relativa a América- es justamente el desarrollo del método comparativo, considerado ya en los años veinte del siglo XX por Henri Pirenne como la condición de la transformación de la historia en ciencia (o, como lo expresaba Henri Sée, de su elevación de lo descriptivo a lo explicativo). En cuanto al tercer factor apuntado por Piaget, la influencia de los modelos ofrecidos por las ciencias exactas es, en el caso de la historia, evidente, aunque indirecta -a través de la mediación de las ciencias sociales-, y particularmente importante respecto a la asimilación de métodos estadísticos y probabilísticos, y de estructuras lógico-matemáticas desarrolladas por dichas ciencias.
No es difícil, tampoco, darse cuenta de que los otros dos puntos está igualmente presentes. Contra las generalizaciones totalizadoras de una historia inspirada en la ideología del "progreso" y cuyas hipótesis de base se situaban en el terreno de la filosofía de la historia, la tendencia actual de la disciplina es a una distinción analítica de niveles de estudio, en el interior de los cuales se busca delimitar la problemática, lo que vuelve posible su apertura a técnicas y métodos elaborados por otras ciencias (economía, demografía, etc.). Finalmente, es imposible negar que la voluntad de volver verificables sus proposiciones haya sido un factor esencial en cuanto a la evolución metodológica reciente de la ciencia histórica.
Claude Lévi-Strauss nos describe las ciencias sociales y/o humanas como disciplinas todavía en su "prehistoria", ciencias en proceso de construcción, cuyo punto de referencia y modelo lo constituyen las verdaderas ciencias: matemáticas, física, etc. De manera análoga, la historia nos aparece como una disciplina que, al contacto de las ciencias sociales, se vuelve a su vez, poco a poco, una ciencia social, alejándose en forma creciente de su pasado filosófico y literario como de las ilusiones cientificistas del positivismo.
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