jueves, 19 de marzo de 2020

La tradición aristotélica

1. El fin último
Aristóteles parte de un hecho: los seres humanos realizamos nuestras acciones y elecciones por un fin -ser felices- y, por tanto, la felicidad es el fin último que nos proponemos por naturaleza, es decir, de forma inevitable. Pero, además, como somos seres dotados de razón (lógos), actuaremos de acuerdo con ella si, en vez de tomar decisiones precipitadas, deliberamos serenamente y elegimos con inteligencia los medios que conducen a la felicidad. Quien así actúa ejercita la virtud de la prudencia.

2. La persona prudente
Es prudente quien, al elegir, no tiene en cuenta sólo el momento concreto, sino lo que le conviene para el conjunto de su vida. Por eso sopesa los bienes que puede conseguir y establece entre ellos una jerarquía, para obtener en su vida el mayor bien posible. Quien elige pensando sólo en el presente y no en el futuro es imprudente.
Por otra parte, el prudente se propone siempre fines buenos, a diferencia de quien sólo es hábil. Alguien puede ser habilidoso en suministrar venenos y emplear su habilidad para matar. El prudente emplea sus habilidades para fines buenos; en este caso, para sanar. Pero, además, domina otras dos artes:
  • Aplicar los principios morales, que se captan por una intuición intelectual, a los casos concretos. En moral es imprescindible saber aplicar lo general a las situaciones concretas con prudencia, porque cada caso es irrepetible.
  • Discernir qué deseos deben ser satisfechos, porque su satisfacción proporcionará felicidad, y cuáles no (por ejemplo, el deseo de asesinar, de ser hipócrita y servil). Y, en los que deben ser satisfechos, hasta dónde: cuál es el criterio de racionalidad.
Criterio de racionalidad prudencial
Así pues, todo conocedor rehúye el exceso y el defecto, y busca el término medio y lo prefiere; pero el término medio no de la cosa, sino el relativo a nosotros.
Aristóteles

3. El término medio
Según Aristóteles, el valor es un término medio entre la temeridad (exceso) y la cobardía (defecto); la templanza, un término medio entre la vida licenciosa (uso excesivo de los sentidos) y la insensibilidad (uso insuficiente de los sentidos); la generosidad, un término medio entre el despilfarro y la tacañería, y así en las restantes virtudes.
Obra racionalmente -hace uso de una recta razón- quien elige el término medio entre el exceso y el defecto, porque en eso consiste la virtud. Pero no el medio aritmético, sino el que es oportuno para cada uno de nosotros. Una persona habituada a comer mucho puede desfallecer de hambre con lo que le basta a otra que come poco. Un principiante en un deporte puede quedar agotado con un tiempo de entrenamiento insuficiente para un campeón. 

4. Adquirir la prudencia
Para ser prudente es necesario tener ya una aptitud, pero además entrenarse:
  • Saber recordar: La prudencia se funda en la experiencia. Podemos hacer que mejore nuestra vida presente recordando las enseñanzas de la pasada. La memoria es aquí el arte de conservar los recuerdos que se pueden necesitar más tarde.
  • Instruirse: Aprender cuáles son los medios más adecuados en cada caso. El prudente estudia y se informa.
  • Ser circunspecto: Tener en cuenta el mayor número de circunstancias posibles a la hora de tomar una decisión. Los principios son importantes, pero los datos de la situación son fundamentales para tomar decisiones racionales.
  • Agudizar la capacidad para prever el porvenir. Las personas decidimos en condiciones de incertidumbre; así, quien tiene un sexto sentido para prever el futuro hará elecciones más razonables.
Éstas son las características de una racionalidad moral entendida como racionalidad prudencial, tal como Aristóteles las expuso en su Ética a Nicómaco. Esta propuesta ha permanecido hasta nuestros días, con especial vigencia en la Edad Media, en filosofías como las de Averroes (siglo XII) o Santo tomás de Aquino (siglo XIII). Hoy surge con fuerza en el llamado "movimiento comunitario" (Alasdair MacIntyre, Michael Walzer, Benjamin Barber) y en la hermenéutica (Hans-Georg Gadamer).