El hombre, objeto y sujeto inmediato de estudio en la antropología pedagógica, es el hombre existente, real-concreto, no abstracto, ni conceptual, ni ideal. No partimos del hombre en lo que "debe ser" -aspecto ético-, sino del hombre en lo que "es" y tal como se ve y manifiesta a nuestros ojos -aspecto biológico, psicológico y social-. Sólo así una antropología pedagógica no se subordina, inicialmente, a la filosofía, y puede ser ciencia.
El objeto y sujeto de esta antropología pedagógica no es sólo el hombre fenomenológico presente a nuestra observación y primera experiencia (es decir, lo que "es" a nuestra mirada sensible y reflexiva), sino también, y principalmente, el hombre en lo que "puede ser", en lo que tiene de posibilidades y capacidades que pueden manifestarse a lo largo de su proceso de desarrollo. Este fondo de energías y potencias es real ya, aun en los estadios donde todavía no ha pasado a la operatividad. Y es precisamente la ayuda educativa la que va a encargarse de traducir en realidades todas las posibilidades humanas.
Esta antropología pedagógica resalta la naturaleza fundamentalmente subjetiva y automotivadora de la persona; es decir, que la persona se crea desde su interioridad o intimidad, una vez que se le ha dado el ser. Recuperar este hecho básico parece particularmente necesario en el tiempo actual, en el que como ha escrito Philipp Lersch, se ha llegado a la "desinteriorización del hombre", a la "mediatización del mundo" como sustitutivo del papel rector del hombre, por haber perdido la persona su "unidad interior", su "peculiaridad personal, su independencia, su libertad y responsabilidad".
Es evidente que la persona no existe aislada, no vive separada ni independiente de los demás, ni del mundo en el cual está encarnada y situada. Está integrada constitutivamente en el mundo de los demás. Ser persona es precisamente "ser en relación", en comunicación con el mundo exterior.
Por consiguiente, es objeto de esta antropología pedagógica el hombre existente, en su real y total multidimensionalidad, es decir, constituido como unidad complejísima, suma de múltiples dimensiones, planos o niveles. El hombre integral, síntesis de soma -aspecto biológico-, psique -aspecto psicológico y social- y espíritu -aspecto religioso teológico-, y, a la vez, el "hombre en el mundo", forman la encrucijada personal-social en la que se encuentra la persona, objeto de la antropología pedagógica.
Con el deseo de diferenciar más los elementos existenciales de la persona, esta antropología pedagógica se centra en la personalidad, entendiendo por tal el modo concreto de ser y comportarse cada persona, e insiste, a la vez, en el carácter dinámico y autorrealizador de la misma.
En efecto, quizá una de las características existenciales más observables del hombre sea su distintivo de "ser en devenir", ser en progresión, ser en desarrollo, ser en continua marcha ascendente. Es una realidad palpable que la naturaleza del hombre se está construyendo diariamente. La personalidad nunca está acabada, siempre se completa y enriquece.
En suma, este modelo de antropología pedagógica toma como eje-directriz, el "devenir", cambio, desarrollo, de este "ser en formación", desde una perspectiva a la vez concreta, evolutiva y diferencial. Presta, asimismo, máxima atención y consideración al contexto ambiental, relacional y social del educando.
Nos unimos, por tanto, al enfoque de Ricardo Nassif, para quien "el objeto de la antropología pedagógica será la totalidad del hombre en devenir", que traduce como hombre "en formación", "crecimiento", "desarrollo" y "maduración", y que quiere que la antropología pedagógica sea "diferencial y evolutiva", siguiendo a la vez la "historia del individuo en su marcha formativa".
Otra característica importante de nuestro enfoque es que se centra en el núcleo interior del "yo personal" de cada uno. Lo entendemos como un núcleo unitario en el que intervienen simultáneamente las tres vivencias de la persona: la afectiva, la cognoscitiva y la conativa o volitiva. De ahí que este núcleo central y directivo de cada persona integre las funciones o vivencias de autosentimiento, autoconocimiento y autodecisión. A este núcleo o "célula matriz" de la personalidad lo llamamos conciencia o autocosnciencia.
Fruto de esta realidad experiencial de la conciencia del yo, y arraigada en ella, la antropología pedagógica recupera otros existenciales constitutivos intrínsecos de la persona social: la libertad, la responsabilidad y la donación amorosa y espiritual. Gracias a ellos, la persona se vincula socialmente, se hace responsable de su mundo y sociedad, y se lanza por caminos de superación, creación y trascendencia.
Un punto no menos significativo de este modelo de antropología pedagógica que proponemos, es considerar la persona, y concretamente la personalidad, como ante una doble posibilidad de desarrollo, como capaz de tender hacia un desarrollo positivo y ordenado de su personalidad, o, contrariamente, hacia un desarrollo negativo y desordenado. La primera dirección quedaría reflejada por el camino hacia la madurez biopsíquica, y la segunda por el estado de inmadurez.
Esta antropología pedagógica concibe, por consiguiente, el camino de desarrollo de la persona hacia la madurez, como resultado de la tendencia dinámica de cada ser que busca la armonía y unidad de todas sus necesidades vitales. Y el camino contrario de inmadurez -en parte semejante a la neurosis- como una alternativa fallida de madurez. Resulta particularmente sugestivo (y creemos muy real) considerar ambas vías de desarrollo humano -hacia la madurez o hacia la neurosis- como el anverso y el reverso -cara y cruz- de la personalidad en crecimiento.