La cultura de una sociedad no se puede entender
de un modo estático. Es prácticamente imposible encontrar una sociedad
en la que no existan interferencias emanantes de afuera. Pero esto que sucede
hasta en las sociedades a las que se califica de más atrasadas y que viven en
los lugares y situaciones más aisladas, se manifiesta en un grado
insuperablemente mayor en el caso de la sociedad industrial en la que el
constante cambio no sólo es una de sus características, sino también uno de los
valores culturales más significativos de ese tipo de sociedad.
Por otro lado, la sociedad industrial también se caracteriza por la enorme especialización de funciones producto de la división social del trabajo, su gran complejidad, y, como consecuencia de todo ello, las grandes diferencias que se dan entre los diversos grupos sociales, a las que hay que agregar la distancia social.
Pero, como observa Linton, aún en las
culturas más sencillas y en las sociedades más simples el contenido de la
cultura es lo suficientemente rico para que en ningún individuo se comprendan
todos los elementos. Los patrones de división y de especialización en las
actividades hacen posible que el individuo funcione con éxito como miembro de
su sociedad sin necesidad de ese conocimiento completo. Aprende y emplea
ciertos aspectos de la cultura total y deja el conocimiento y ejecución de
otros aspectos a otros individuos, aunque al mismo tiempo todo individuo está
familiarizado con elementos de la cultura de su sociedad a pesar de que nunca
tenga que expresarlos en términos de acción. Esta familiarización con aspectos
de la cultura sólo participados por una parte de la sociedad es la que da el
valor de compartido que los antropólogos establecen como uno de los requisitos y
características esenciales de la cultura.
Los sociólogos, más que los antropólogos, aunque tampoco sea ajeno a estos, han
acuñado el concepto de subcultura. Del mismo modo que una sociedad se
divide en grupos y subgrupos se estima que pueden existir, aunque no
necesariamente, subculturas propias de todos o de algunos de los grupos
parciales en los que se divide la unidad total. Corresponden a las
especialidades de la cultura en los diversos grupos regionales, locales, clases
sociales, etc.
Sin embargo, es necesario que las diversas subculturas entre sí, y sobre todo
cada una de ellas con respecto a la total, mantenga un suficiente grado de
coherencia que los haga compatibles. De otro modo se trataría de culturas
coexistentes en el tiempo y en el espacio pero no de subculturas. El elemento
principal que se requiere para que una serie de rasgos y complejos compartidos
por la totalidad de un grupo social pueda ser calificada como de subcultura,
es el que esté influenciada por la situación dominante en el resto.
Oscar Lewis (1914 - 1960) |
En los últimos tiempos la Antropología Social ha buscado
nuevos derroteros, y uno de los campos hacia los que ha dirigido la actuación
ha sido el del estudio de las diversas subculturas urbanas y principalmente el
de la pobreza, guiado principalmente por la influencia de Oscar Lewis. Como señala este autor, la pobreza viene a ser el factor dinámico que afecta la cultura nacional creando una
subcultura por sí misma. Uno puede hablar de la cultura de la pobreza,
ya que tiene sus propias modalidades y consecuencias distintivas, sociales y
psicológicas, para sus miembros.
Oscar Lewis da una serie de rasgos como
propios de los integrantes de la pobreza en México, lugar que, junto con Puerto
Rico, ha constituido el centro de los estudios de este autor, pero, en su
mayoría, estos rasgos pueden ser encontrados en otras partes del mundo
afectadas por este mismo fenómeno social.
“Los
rasgos económicos más característicos de la cultura de la pobreza incluyen la
lucha constante por la vida, períodos de desocupación y de subocupación, bajos
salarios, una diversidad de ocupaciones no calificadas, trabajo infantil, ausencia
de reservas alimenticias en casa, el sistema de hacer compras frecuentes de
pequeñas cantidades de productos alimenticios muchas veces al día a medida que
se necesitan, el empeñar prendas personales, el pedir prestado a prestamistas
locales a tasas usuarias de interés, servicios crediticios espontáneos e
informales (tandas) organizados por vecinos, y el uso de ropas y muebles de
segunda mano”.
“Algunas
de las características sociales y psicológicas incluyen el vivir incómodos y
apretados, falta de vida privada, sentido gregario, una alta incidencia de
alcoholismo, el recurso frecuente a la violencia al zanjar dificultades, uso
frecuente de la violencia física en la formación de los niños, el golpear a la
esposa, temprana iniciación en la vida sexual, uniones libres o matrimonios no
legalizados, una incidencia relativa alta de abandono de madres e hijos, una
tendencia hacia las familias centradas en la madre y un conocimiento mucho más
amplio de los parientes maternales, predominio de la familia nuclear, una
fuerte predisposición al autoritarismo y una gran insistencia en la solidaridad
familiar, ideal que raras veces se alcanza. Otros rasgos incluyen una fuerte
orientación hacia el tiempo presente con relativamente poca capacidad de
postponer sus deseos y de planear para el futuro, un sentimiento de resignación
y de fatalismo basado en las realidades de la difícil situación de su vida, una
creencia en la superioridad masculina que alcanza su cristalización en el
machismo, o sea el culto de la masculinidad, un correspondiente complejo de
mártires entre las mujeres y, finalmente, una gran tolerancia hacia la
patología psicológica de todas clases”.
“Los
que viven dentro de la cultura de la pobreza tiene un fuerte sentido de
marginalidad, de abandono, de dependencia, de no pertenecer a nada. Son como
extranjeros en su propio país, convencidos de que las instituciones existentes
no sirven a sus intereses y necesidades. Al lado de este sentimiento de
impotencia hay un difundido sentimiento de inferioridad, de desvalorización
personal”.
“Los
que viven dentro de una cultura de la pobreza tienen muy escaso sentido
de la historia. Son gente marginal, que sólo conocen sus problemas, sus propias
condiciones locales, su propia vecindad, su propio modo de vida. Generalmente
no tienen ni el conocimiento ni la ideología para advertir las semejanzas entre
sus problemas y los de sus equivalentes en otras partes del mundo. En otras
palabras, no tienen conciencia de clase, aunque son muy sensibles a las
distinciones de posición social. Cuando los pobres cobran conciencia de clase,
se hacen miembros de organizaciones sindicales, o cuando adoptan una visión
internacionalista del mundo ya no forman parte, por definición, de la cultura
de la pobreza, aunque sigan siendo desesperadamente pobres”.
Otra
variante de las subculturas en la sociedad industrial es la emanante de
determinado tipo de vida en los llamados “bajos fondos”. La delincuencia o la
conducta desviada no son en modo alguno una secuela del momento histórico por
el que atraviesan las sociedades de mercado con un alto nivel de evolución
tecnológica. Aparece también en los pueblos que han adoptado el socialismo como
forma de organización político-económica, en las naciones del Tercer Mundo, en
los países más atrasados desde el punto de vista industrial, y hasta en el polo
opuesto de la sociedad postindustrial, que son las sociedades “primitivas”.
Como también apareció en otros momentos de la historia, a pesar de que se pueda
dar el ejemplo de varias sociedades cuyas culturas han establecido mecanismos
de control social lo suficientemente fuertes como para anular, al máximo
posible, estas anomalías de los patrones tradicionales colectivamente aceptados
y aprobados por el grupo. Pero la particularidad del momento presente, en lo
que respecta a este tipo de conductas, es que afecta a un mayor número de
personas. Las sociedades son mucho más numerosas por un lado y, por otro, el
proceso de urbanización, los constantes cambios y el resultado de que sea una
sociedad que vaya más dirigida a crear necesidades que a solucionarlas, llevan
consigo la consecuencia de la existencia de grupos no ya pobres sino
marginados, en donde la delincuencia, como manifestación de la conducta
desviada, hace su reino.
Estos grupos, viviendo al margen de la sociedad, crean estructuras peculiares
en su organización social, con la consiguiente y peculiar asignación de roles y
estatus, y sistemas de valores propios que los diferencian del resto de la
sociedad. Su jerga, el internacionalmente denominado “argot”, a veces, como en
el caso de los “quinquis” españoles, constituye en la práctica un idioma
aparte.
Por
todo esto podemos concluir que en dichos sectores sociales se da la existencia
de unos comportamientos generalizados, dentro de cada grupo, institucionalizados,
compartidos y transmitidos a los mismos miembros cuya incorporación se suele
hacer generalmente por adscripciones que poseen las características de una
subcultura.
En la actualidad, industrialización y proceso de urbanización están íntimamente
ligados. La sociedad industrial es urbana, pero la evolución de la humanidad ha
partido de la aparición de la agricultura, como uno de los sucesos más
importantes en la lucha del hombre contra la naturaleza. Producto de esta
situación ha sido la aparición de la dialéctica campo-ciudad.
Esta división en sociedad y cultura urbana y sociedad y cultura rural
ha sido sustituida en la titulación de esta segunda por el nombre de tradicional
y también por el de folk, más popularizado en los medios antropológicos,
principalmente norteamericanos, y por otro lado menos contaminado de las
restricciones que general y vulgarmente se asignan en muchos países a lo
tradicional y a lo rural. Tanto la sociedad folk, como la urbana,
de las que se derivan sus correspondientes culturas, las definiremos a
continuación a través de sus características, según los estudios de Palerm.
Construcción de un granero por una comunidad amish |
La
sociedad folk tiene las siguientes cualidades:
1ª.
Pequeño tamaño.
2ª.
Sus miembros poseen conciencia de pertenecer a una misma comunidad. Se da la
existencia de un sentimiento de pertenencia al grupo.
3ª.
Es homogénea; las actividades y los estados mentales de cada individuo se
repiten en los demás y se reproducen de generación en generación.
4ª.
Autosuficiente en una buena parte de aspectos y principalmente en el económico.
Es esta característica una de las que principalmente se altera cuando comienza
a afectar el proceso de industrialización y a urbanizarse las comunidades
rurales.
5ª.
Las relaciones sociales son predominantemente directas y personales.
6ª.
La tecnología es simple.
7ª.
La división social del trabajo es escasa y frecuentemente circunscrita a
algunas tareas. Sin embargo, sí suele existir una rígida división sexual del
trabajo.
8ª.
Es muy fundamental en la estructura y estabilidad de la sociedad folk el
papel desempeñado por la familia y el parentesco.
9ª.
Las sanciones que gobiernan la conducta son predominantemente de carácter
sagrado y sobrenatural. El delincuente suele ser considerado un pecador y el
pecado es asimilado al delito.
10ª.
La estabilidad tiene un carácter predominante. Las transformaciones y los
cambios se producen a un ritmo muy lento.
11ª.
La conducta de los individuos está determinada por la tradición.
En
líneas generales se puede afirmar que las características de la cultura y de la
sociedad urbana son los polos opuestos de lo manifestado como típico en
la sociedad y cultura folk. Por lo tanto, tendrá carácter de urbano lo
que participe de las siguientes notas:
1ª.
Gran tamaño.
Transporte metropolitano en Japón |
2ª.
Los diversos grupos e individuos que los integran se encuentran ligados por una
estrecha interdependencia, derivada de la gran división social del trabajo y de
la especialización de las funciones.
3ª.
Las relaciones entre los miembros son impersonales. Se da la existencia de
numerosos instrumentos que vehiculizan las relaciones sociales, siendo el
dinero y la mercancía uno de los principales.
4ª.
La tecnología es diversa, compleja y en constante desarrollo. La cultura
material es muy amplia.
5ª.
Diversas instituciones sociales, pandillas, grupos sociales, categorías
profesionales y ocupacionales, partidos políticos, clubs, etc., han reemplazado
en parte a la familia y a veces ejercen el primordial papel en el proceso de
socialización.
6ª.
La vida social y cultural se ha secularizado, lo mismo que las sanciones y los
instrumentos para solucionar los conflictos.
7ª.
Está en constante cambio, y frecuentemente sus transformaciones son tan rápidas
e intensas que los individuos apenas pueden ajustarse a ellas. Una buena parte
de efectos patógenos, como el elevado número de neurosis, es debido a esta
característica.
8ª.
Los medios de comunicación social cobran una gran importancia.
Como han puesto de relieve algunos antropólogos, tanto en sociedades eminentemente
urbanas podemos encontrar rasgos de cultura folk, como también sucede lo
contrario. Pero, en cualquier caso, siempre habrá el predominio de uno u otro,
y esta predominancia señalará un modo de vivir y comportarse diferente al que
se percibirá si el predominio fuera de otro tipo.
Es innegable que el marco de determinadas culturas o subculturas no queda
constreñido a las fronteras de una sola nación, pero no es menos innegable que
hoy los individuos socializados dentro de una misma nación comparten una
tradición específica y poseen regularidades de conducta culturalmente
integradas a pesar de que mantengan disparidades lo suficientemente
significativas.
Este factor de la imposición “desde arriba” de los modos de vida, valores,
aspiraciones y hasta angustias, es algo que no representa una novedad del
momento presente, ni es un producto de la sociedad industrial. En el transcurso
de la historia la dominación de unos grupos por otros ha sido una constante, y
hasta se puede afirmar que también el motor que ha generado la evolución hasta
la presente “civilización técnica”. Marx
puso de relieve que las ideas y creencias predominantes en una sociedad son las
mismas ideas y creencias de la clase dominante; de la clase que directa o
indirectamente ejerce el poder. La clase que domina materialmente, domina
también “espiritualmente”, pues dispone de los medios materiales y de los
medios culturales. Los valores de la clase dirigente no tiene por qué ser
forzosamente los únicos que persisten en ese momento, pueden existir otros,
incluso en contradicción; pero sí son los únicos que se consideran válidos
y universales. Los otros son irregularidades, desviaciones, delitos o
pecados, ingenuidades o productos de la ignorancia, pero nunca será la verdad,
lo mejor, lo bueno o lo adecuado. El instrumento de jerarquizar lo tienen los
que dominan –a través de ellos se decide lo que es bueno o malo, deseable o
indeseable.
En
la actualidad se considera que las sociedades son mucho más libres, que los
individuos tienen autonomía para generar los cambios que marcan el ritmo
dinámico de la sociedad. La novedad, como la libertad, son dos valores
espoleados constantemente. La sociedad moderna urbano-industrial ya no vive
sometida a las normas de sus mayores: a la tradición. Hoy las modas son
una parte externamente relevante del contenido de las culturas y subculturas de
la sociedad de consumo.
Pero
en realidad los casos son bastante diferentes y el llamado “mundo libre” deja
bastante que desear, y no digamos ya los pueblos de la naciones “no libres” de
ese “mundo libre”. Como opinaba Linton “las llamadas sociedades libres no son
en realidad sino aquellas sociedades que estimulan a sus miembros para que
expresen su individualidad en cosas de poca importancia, aceptables desde el
punto de vista social, pero que al mismo tiempo obligan a los miembros a vivir
entre innumerables reglas y prescripciones, haciéndolo tan sutil y cabalmente
que apenas lo notan. Pueden elegir el color de coche que deseen en su elección
anual para cambiar de vehículo, que se les exige socialmente para mantener un
estatus en una sociedad en la que luchar por la jerarquía es un requisito de
supervivencia. Pueden votar -¡cuando pueden!- a partidos similares, y pueden
llegar a escoger, entre los varios cínicos que le ofrecen los grupos de
presión, un Presidente. También pueden poner 1, 2, x, en las quinielas y
llegar a ser millonario; y si no lo consiguen, elegir entre la Coca-Cola y la
Pepsi-Cola y seguir lavando con jabones todos ellos contaminantes y, muchas
veces, fabricados por el mismo grupo económico.
Herbert Marcuse 1898 - 1979 |
Los
hombres ya no realizan colectivamente la cultura, ésta se les da hecha y se
conforman a ella; la libertad viene encajada. “El capitalismo moderno necesita
de hombres que se sientan libres e independientes, no sometidos a ninguna
autoridad o principio o conciencia moral” –dice Marcuse-, “dispuestos empero a
que los manejen, a hacer lo que se espera de ellos, a encajar sin dificultades
en la maquinaria social; a los que se puede guiar sin recurrir a la fuerza,
conducir sin líderes, impulsar sin finalidad alguna…”.
Es un principio básico del marxismo que la infraestructura,
o sea el modo de producción, determina la superestructura,
término que en el vocabulario marxista encierra la ideología, el arte, las
instituciones políticas… una serie de aspectos que bien coinciden con mucho de
lo que hemos considerado cultura, o tienen relación con ella, bien
influyéndola, bien determinando su curso. De acuerdo con este criterio de Marx
se pueden encontrar tantas culturas cuantas hayan sido las formas o
convicciones de producción que actuarán de modo preponderante, junto con otros
factores como el hábitat, clima, recursos, legado histórico, etc. que en
conjunto acaban dando la peculiar y específica forma final que adopta el modo
de vida en una sociedad.
Consecuentemente a la teoría marxista, con cambiar el modo de producción
cambiarían todo lo incluido en su terminología dentro de la superestructura,
pero ya reconoció el propio Marx “que la tradición de las generaciones
muertas pesa de un modo muy fuerte sobre el cerebro de los vivos”. Por otro
lado, no se puede menos que reconocer que diversos factores de “mentalidad”
pueden poner en peligro las realizaciones que se esperan de la infraestructura
y aún la implantación de un nuevo sistema productivo.
El término contracultura es
semánticamente inaceptable dentro de la perspectiva
socio-antropológica, no es posible una sociedad sin cultura, ni grupo
humano que no coparticipe de un conjunto de valores e instituciones comunes.
Sin embargo el contenido, origen y fundamento que ha servido para acuñar este
neologismo, sí está ligado con una serie de fenómenos sociológicos y
antropológicos.
Por
contracultura se entiende el
movimiento sostenido por un conjunto de individuos, principalmente jóvenes
aunque no necesariamente, que reaccionan contra el “modo de vida burgués”.
Aparecido principalmente, aunque tampoco exclusivamente, en los países
altamente industrializados del área capitalista, reviste una gama muy amplia de
versiones y variantes de acuerdo con las circunstancias y el lugar de su
aparición.
Pero
en cualquier caso, y aunque éste no sea el objeto ni el momento adecuado de
pasar a la crítica de estos movimientos, hay que tener en cuenta que si existe
una oposición, es una oposición dentro
de la sociedad a la que rechazan, y de cuya servidumbre no se liberan
totalmente, al menos en sus aspectos técnicos. Puede haber rechazo de un
sistema jerárquico, del trabajo organizado, del deseo de lucro o de la
superación por la competencia, de la ideología imperante o de un consumo
vinculante, pero al fin y al cabo no se rechaza la aspirina, el anticonceptivo
e infinidad de otros elementos producto de una sociedad y una cultura a la que
se manifiesta rechazar drásticamente. En cierto modo, los movimientos de
contracultura, interesante fenómeno sociológico de la sociedad más evolucionada
tecnológicamente pero muy estancada en muchos aspectos, no son más que una sociedad paralela permitida y fomentada
por la elasticidad inherente al sistema neo-capitalista, como un modo más de
evitar el conflicto y aminorar las tensiones que se manifiestan en su seno. En
realidad más que el prefijo contra
sería más justo usar el de aparte de
o fuera de, pero siempre junto con.