jueves, 2 de septiembre de 2021

La educación homérica

Con Homero se inicia la tradición de la cultura griega. Su testimonio es el documento más antiguo acerca de la educación arcaica. 

Busto de Homero. Se trata de una copia romana de un busto helénico. Forma parte de la colección del Museo Británico de Londres.

1. Interpretación histórica de Homero

La Ilíada y La Odisea se presentan como dos documentos de carácter complejo, y se debe tener en cuenta la herencia de una vieja tradición legendaria y poética, más el aporte personal del poeta.
Se tiende a admitir que los textos homéricos existían desde el siglo VII a.C. Si se parte de esta fecha, se llega a fijar la composición de La Ilíada hacia una fecha no muy posterior a la mitad del siglo VIII. Si se supone como obra de un solo poeta, de un Homero real, más que como resultado del esfuerzo colectivo de varias generaciones de aedos, esta obra exige necesariamente la elaboración previa de toda la tradición, tan evolucionada, que implican la lengua, el estilo y las leyendas homéricas.
Es menester además puntualizar su valor documental. Homero es un poeta, no un historiador, y concede rienda suelta a su imaginación creadora, pero no se propone describir escenas realistas de costumbres, sino evocar una gesta heroica. La imagen que él se forja de aquella edad heroica es una imagen compuesta, en la que se superponen elementos desgranados a lo largo de un milenio de historia. Será lícito utilizar a Homero como fuente para conocer esa época oscura anterior.

2. La caballería homérica

Hablaremos de una "edad media homérica", no porque se trate de un periodo mal conocido que se inserta en otros dos que se conocen mejor, sino porque la estructura política y social de aquella sociedad arcaica presenta analogías formales con las de nuestro medievo occidental.
La sociedad de la edad media helénica era aún muy inestable y apenas ha dejado atrás la época de las invasiones. Los guerreros viven en la corte y se sientan a comer en la mesa del rey, por cuenta de las prestaciones o tributos percibidos por el soberano.
Esta vida comunitaria, esta camaradería de guerreros, dura hasta el día en que, a título de recompensa por sus leales servicios, el "fiel" es enfeudado mediante el otorgamiento de un dominio, provisto de los arrendatarios necesarios para su explotación y extraídos del dominio público. Concesión precaria en un principio, o a lo sumo vitalicia, pero que luego se estabiliza y se torna hereditaria. Entre La Ilíada y La Odisea, parece esbozarse una evolución: la nobleza se convierte cada vez más en dueña y señora de sus feudos, mientras la potestad real se va desmenuzando.

3. La cultura caballeresca

La cultura caballeresca griega fue el privilegio de esta aristocracia de guerreros. Los héroes homéricos no son soldados brutotes, guerreros prehistóricos. En cierto sentido, son ya caballeros.
La sociedad homérica sucedió a una vieja civilización cuyos refinamientos no habían desaparecido del todo. Los jóvenes kuroi prestan a su soberano lo que bien podría llamarse un servicio de palacio, pero un servicio noble, muy distinto del servicio de simples domésticos. También formaban parte de los cortejos y desempeñaban un papel en los sacrificios, a uno y otro lado del sacerdote.
Además de las ceremonias, también los juegos configuraban el aspecto dominante de la vida de estos caballeros homéricos. Juegos a veces libres y espontáneos, simples episodios de la vida cotidiana: juegos deportivos, diversiones musicales, danza y canto del aedo con acompañamiento de la lira. Intervienen también en concursos de oratoria y en debates orales.
En otras ocasiones, por el contrario, los juegos constituían una manifestación solemne, organizada y reglamentada cuidadosamente: la lucha, el boxeo, las carreras pedestres, el combate con lanza, el lanzamiento de la jabalina y, en primer término y sobre todo, un deporte que será el más noble, el más apreciado: la carrera de carros (La Ilíada: Canto XXIII).
Estos caballeros no son guerreros bárbaros: su vida es una vida de corte, una vida cortesana que implica ya un notable refinamiento de las maneras.
Esta cortesía también acompaña a los héroes en medio del combate, hasta en las tradicionales retahílas de insultos que preludian el encuentro.
Esta atmósfera cortés alcanza su cabal expresión normal en una gran delicadeza de las actitudes con respecto a la mujer.
Cortesía, pero también saber conducirse en el mundo, reaccionar frente a circunstancias imprevistas, saber comportarse y, ante todo, saber hablar.
Tal es la estampa del perfecto caballero de la epopeya homérica. Esta cultura, de rico y complejo contenido, suponía una educación adecuada. Y ésta no se nos oculta: Homero se preocupa lo bastante por la psicología de sus héroes como para no tomarse el trabajo de hacernos conocer cómo fueron educados.

4. Quirón y Fénix

La figura típica del educador es la de Quirón. No sólo educó a Aquiles, sino también a otros héroes.
En un número de momentos literarios y figurativos, aparece Quirón enseñando a Aquiles los deportes y los ejercicios caballerescos, la caza, la equitación, la jabalina o las artes cortesanas, como la lira, e inclusive la cirugía y la farmacopea, nota curiosa de saber enciclopédico. El héroe homérico ha de saberlo todo pues es un héroe; sería ingenuo imaginar que el caballero arcaico fuera también un brujo curandero.
Homero nos presenta también a otro maestro de Aquiles, cuya figura ofrece de manera realista en qué consistía la educación caballeresca. Se trata de Fénix. A este amado vasallo iba a confiar el rey la educación de su hijo Aquiles. Se lo entregan desde muy corta edad; vemos a Fénix sentar a Aquiles en sus rodillas, cortarle la carne, hacerle comer y beber.
Pero su misión no se había limitado a vigilar su infancia: a él también le había sido confiado Aquiles cuando éste partió para la guerra de Troya, a fin de que lo ayudase en su inexperiencia. Debía aleccionar a Aquiles para que fuera, al mismo tiempo, un buen orador y un realizador de hazañas, fórmula ésta que condensa el noble ideal del caballero perfecto: orador y guerrero, capaz de prestar a su soberano tanto el servicio de la tribuna como el de las armas.
Advertimos así, en los orígenes mismos de la civilización griega, un tipo de educación claramente definido: el joven noble recibía consejos y ejemplos de una persona mayor, a la que había sido confiado para su formación.

5. Supervivencias caballerescas

Conviene examinar un poco más de cerca el contenido de la educación homérica, y también su destino. En ella deben distinguirse dos aspectos: una educación técnica, mediante la cual el niño se prepara y se inicia progresivamente en un determinado estilo de vida; y una educación ética, concebida ésta como algo más que una moral preceptiva, es decir, como cierto ideal de la existencia, un tipo ideal de hombre realizable.
Esta supervivencia parecería explicarse, a primera vista, por el hecho de que la educación griega, a lo largo de toda su historia, conservó a Homero como texto básico, como centro de todos los estudios.
Homero ha sido elegido y mantenido como texto básico de la educación porque la ética caballeresca ocupaba aún el centro de la vida griega, y Homero era el intérprete eminente de este ideal. Es necesario, pues, reaccionar contra el duradero favor que ha gozado: la epopeya no fue estudiada primordialmente como obra maestra de la literatura, sino porque su contenido la convertía en un manual de ética, en un tratado de ideal. En efecto, el contenido técnico de la educación griega evolucionó hondamente, reflejando las transformaciones profundas del conjunto total de la civilización; sólo la ética de Homero pudo conservar, además de su valor estético imperecedero, un alcance semejante.
La significación educativa de Homero residía en otra cosa: en la atmósfera ética donde hace actuar a sus héroes, en su estilo de vida. Con todo derecho se puede hablar de “educación homérica”.


6. La ética homérica


El ideal moral del perfecto caballero se encarna en la pura y noble figura de Aquiles; se define con una sola expresión: una moral heroica del honor. Ésta se remonta a Homero; en Homero reencontró cada generación de la antigüedad el eje fundamental de esta ética aristocrática: el amor a la gloria.

La base en que se apoya este amor a la gloria es aquel pesimismo hacia la vida breve, la obsesión a la muerte, el escaso consuelo que cabe esperar de la vida de ultratumba. 

Esta vida de aquí no representa para ellos el valor supremo. Siempre están dispuestos a sacrificarla en aras de algo superior a la vida misma, y en este sentido la ética homérica es una ética del honor. 

Este valor ideal, al que se sacrifica la propia vida, es la areté, voz intraducible. De una manera muy general, la areté es el valor, en el sentido caballeresco de la palabra, o sea, aquello que hace del hombre un valiente, un héroe: “Cayó como un valiente” es la fórmula que se repite constantemente para honrar la muerte del guerrero. El héroe homérico vive y muere para encarnar en su conducta un determinado ideal, una determinada calidad de la existencia, simbolizada por la palabra areté. 

Ese deseo apasionado de gloria es el impulso fundamental de esta moral caballeresca. El héroe homérico no es realmente feliz si no se siente, si no se afirma, como el primero, distinto y superior, dentro de su categoría. 

Es una ética del honor; implica la aceptación del orgullo, la elevada aspiración de quien ansía ser grande, o bien, en el caso del héroe, es la toma de conciencia de su superioridad real. 


7. La imitación del héroe


Para comprender la influencia educadora de Homero, basta leerlo y observar cómo procede él mismo, cómo concibe la educación de sus héroes. Hace que los consejeros de estos héroes les propongan grandes ejemplos entresacados de la gesta legendaria, ejemplos que deben despertar en ellos el instinto agonístico. 

He aquí el secreto de la pedagogía homérica: el ejemplo heroico, la parádeigma (el modelo), la imitación del héroe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario