La función integral del municipio consiste en organizar un grupo de vecinos para que, conjunta y cooperativamente, controlen, exploten y defiendan su instalación y territorio. Es evidente que nuestra definición implica aquí un análisis que se refiera al claro trazado de los límites, un inventario de los recursos naturales, incluyendo la clasificación ecológica y cultural de las tierras y de las actividades a ellas relativas. Por tanto, tendríamos que estudiar los principales medios productivos de alimentos, como la recolección, la caza, la pesca, la agricultura y la cría de animales domésticos. Analizada la definición explícitamente, teniendo en cuenta los hechos observables, debería comprender el repartimiento de la autoridad, la caracterización del derecho municipal en la medida en que coordina y demarca las actividades de las familias que componen el grupo. Deberíamos también estudiar la mitología local y el vínculo entre la magia, la religión, las festividades recreativas y las producciones artísticas, con referencia al grupo local como portador de la tradición, como beneficiario de las empresas y como el conjunto corporativo cuyo deber es instituir, costear y organizar tales actividades.
Vemos así que, aunque a primera vista nuestras definiciones pudieran aparecer como "vagas, insípidas e inútiles" son en realidad condensadas fórmulas que implican guías extensas para la organización del trabajo sobre el terreno. Y éste es en realidad el sello distintivo de la definición científica. Ella debe inducir, en primer término, a una observación científicamente planeada y orientada de los hechos empíricos. Debería también definir brevemente el más amplio factor común de los fenómenos que se hallarán en cualquier campo de observación. De este modo, tales definiciones, funcionalmente concebidas, desde que cada una contiene el máximum de fuerza lógica y determinismo, son útiles al mismo tiempo en la observación comparativa de los hechos etnográficos y en su descubrimiento. La lógica del estudio funcional reside en el hecho de que no pretende predecir exactamente cómo ha de resolverse el problema presentado por una cultura. Establece no obstante que el planteamiento, desde que deriva de la necesidad biológica, condiciones ambientales y naturaleza del concomitante cultural, es al mismo tiempo universal y categórico.
Podemos afirmar que la función del grupo como unidad política es organizar la fuerza con miras a la policía, la defensa y la agresión. El término "policía" implica, desde luego, un mínimum de funciones judiciales, una autoridad o autoridades que constituyen un tribunal y una organización colectiva para fortalecer las normas. La función de los grupos de edad es la coordinación de características fisiológicas y anatómicas, en tanto que ellas se desarrollan en los procesos de crecimiento, y su transformación en categorías culturales. La función de las asociaciones es el cumplimiento de un propósito, interés o ideal específicos por medio de una organización ad hoc en la cual los elementos y actividades son dirigidos hacia el objetivo común. En los grupos profesionales vemos que el desarrollo de destrezas y técnicas, de actividades tales como la educación, el derecho y el poder, constituyen la función integral del grupo. Sólo un antropólogo o sociólogo algo superficial e insulso vería en estas definiciones fórmulas tan generales y vagas que fueran "inútiles". Su eficacia depende, obviamente: del traslado de cada término general a problemas concretos, traslado que hemos ejemplificado en el caso de nuestra definición de municipio y que cualquier etnólogo puede llevar a cabo en cada uno de los otros ejemplos.
Para el lector familiarizado al mismo tiempo con los estudios culturales y con los principios científicos, resulta sin duda también claro que el concepto de función es primordialmente descriptivo. Podemos decir que, introduciendo este concepto, suplimos un nuevo principio heurístico, al poner énfasis en la absoluta necesidad de un tipo adicional de investigación. Ésta consiste primordialmente en considerar cómo ciertas invenciones, formas de organización, costumbres e ideas, amplían el alcance de las posibilidades humanas, por una parte, y por otra, imponen ciertas restricciones a la conducta. En resumen, el funcionalismo consiste en la consideración de lo que es la cultura como principio determinante, desde el punto de vista de la elevación del nivel de vida individual y colectivo.
Esto se podría quizás aplicar a la muy repetida crítica de que la función de un fenómeno cultural consiste siempre en mostrar de qué modo funciona. Como una consideración de hecho, esta crítica es absolutamente correcta. Como objeción metodológica, simplemente manifiesta el bajo nivel de inteligencia epistemológica entre los antropólogos. El funcionalista, para tomar sólo un ejemplo, insistiría en que al describir el tenedor o la cuchara deberíamos también proporcionar la información sobre cómo se usan, cómo se relacionan con las costumbres convivales y de comensalía, con la naturaleza de las viandas y con el empleo de utensilios como mesas, platos, manteles y servilletas. Cuando un antifuncionalista demuestra que hay culturas en las que no se usan ni cucharas, ni tenedores, ni cuchillos, y que, por lo tanto, la función no explica nada, nosotros debemos simplemente señalar que la explicación que un hombre de ciencia da, no es sino la más adecuada descripción de un hecho complejo. El tipo de crítica asestado contra el funcionalismo en el sentido de que nunca puede probar por qué una forma específica de tambor o trompeta, de utensilio de mesa o de concepto teológico prevalece en una cultura, deriva del ansia precientífica de hallar "primeras" o "verdaderas" causas. Esto puede verse más fácilmente en la búsqueda persistente de los "orígenes" y "causas históricas" en los nebulosos dominios de un pasado que carezca de documentos o en los orígenes de un pueblo que no tiene historia ni ha dejado rastros de su remota evolución. Como asunto de hecho y como hemos insistido tantas veces, la historia no explica nada, a menos que pueda ser demostrado que un acontecimiento histórico ha tenido completa determinación científica y podamos probar esta determinación sobre la base de datos bien documentados. En etnología y en historia, muy frecuentemente, la persecución de las "verdaderas causas" conduce, en virtud de la falta de norma, al dominio, completamente indeterminado, de la hipótesis, donde la especulación puede discurrir libremente, no embarazada por los hechos.
Tomemos nuestro ejemplo del tenedor como instrumento para llevar un bocado sólido del plato a la boca. Es obvio que una vez que hayamos definido su función dentro del dominio de culturas que pueden observarse, hemos alcanzado, de facto, la máxima evidencia en lo que concierne a sus "primeros orígenes". Este trascendental hecho en la historia humana (porque el historiador y el evolucionista se hallan con frecuencia profundamente preocupados por la exactitud de trivialidades tales como los orígenes del tenedor, del tamboril o del rescador de espalda), se produce bajo el determinismo de muchas de las fuerzas que mantienen en vigencia el instrumento, su uso y su función en las vivientes culturas de hoy. Desde que su forma, su función y su papel dentro de la comensalía, como un fenómeno cultural, puede demostrarse que es sustancialmente el mismo dondequiera lo encontremos, la única hipótesis inteligente en cuanto a sus orígenes es que los del tenedor no son sino el cumplimiento de las operaciones mínimas que este utensilio puede realizar. Por otra parte, si estudiáramos su difusión o cualquier otro aspecto histórico, tendríamos que suponer el absurdo de que el tenedor puede ser usado bajo condiciones que hagan su empleo completamente inadecuado, esto es, no relacionado con necesidad alguna, individual o colectiva, o acaso tendríamos que concluir razonablemente que su destino histórico puede ser resumido, desde el punto de vista científico, en esa fórmula: el tenedor aparece donde se necesita y se modifica en forma y función de acuerdo con las nuevas necesidades y codeterminantes de la cultura.
El desdén hacia la función como algo esencialmente tautológico, y por lo tanto, no probatorio, debe ser desenmascarado; se trata de algo así como una pereza intelectual, si consideramos algunas de nuestras más complejas conquistas culturales. Tomad el aeroplano, el submarino o la máquina a vapor. Desde luego, el hombre no necesita volar, hacer compañía a los peces y trasladarse en medio para los cuales no está anatómicamente constituido ni fisiológicamente preparado. Sin embargo, al definir la función de cualquiera de esos inventos, no podemos afirmar cuál haya sido la verdadera marcha de su aparición en términos de necesidad metafísica. Desde el punto de vista de la descripción científica y de la teoría, lo único que un investigador inteligente de la cultura puede hacer, es mostrar la relación de tales invenciones con el estado del conocimiento humano; con las aspiraciones, propósitos y actividades que esos inventos han hecho posibles; y con la influencia de estos mecanismos en el sentido de extender la potencia corporal del hombre a la constitución y actividad de la cultura humana en su conjunto. En esto el verdadero historiador trabajaría exactamente en el sentido del enfoque funcionalista. No se particularizaría en la "forma" descuidando la "función". Tendría que considerar el fenómeno integral, destacar todos los factores importantes de su empleo permanente y sistemático.
De este modo hemos comenzado a ver la naturaleza de las necesidades derivadas en las culturas humanas. Este concepto significa desde luego que la cultura provee al hombre de aptitudes derivadas, capacidad y poder. Esto significa también que el enorme alcance de la acción humana sobre las innatas aptitudes del organismo, impone sobre el hombre una serie de limitaciones. En otras palabras, la cultura infunde un nuevo tipo de específico determinismo en la conducta humana.
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