Para que una disciplina adquiera el rango de ciencia debe cumplir, necesariamente, tres requisitos fundamentales: haber delimitado con precisión su objeto propio de estudio, disponer de métodos particulares de investigación y presentar cierta unidad y generalización de sus principios.
La pedagogía prospectiva reúne los dos primeros requisitos propios de una disciplina científica, puesto que ésta dispone de una considerable cantidad de métodos de investigación minuciosamente ajustados al estudio de su objeto, claramente delimitado. Sin embargo, pecaríamos tal vez de excesivo optimismo si nos atreviéramos a afirmar que la pedagogía prospectiva ha conseguido también una adecuada unidad y generalización de sus principios y conclusiones. Muchos investigadores estarían de acuerdo en que aún quedan por sistematizar muchos aspectos, y en que gran parte de las leyes de tendencia elaboradas no han sido, quizá, circunscritas con el debido rigor dentro del rango de generalización científica que les corresponde.
No obstante, esto no quiere decir que no pueda conseguirlo en un futuro inmediato. El hecho de ser la pedagogía prospectiva una disciplina muy reciente (se remonta aproximadamente a la década de los sesenta del siglo XX) justifica, cuando menos parcialmente, que no haya conseguido todavía una satisfactoria integración de sus resultados dispersos, obtenidos por la aplicación de métodos muy dispares y con enfoques no uniformes, dentro de una estructura unitaria y coherente.
Orientación teleológica de la pedagogía prospectiva
Como acertadamente señaló Robert Jungk (1977), la pedagogía prospectiva tiene que enfrentarse, cuanto menos, a tres problemas fundamentales para conseguir su ulterior y fecundo desarrollo: conseguir la actualización y perfeccionamiento de sus métodos, evitar el peligro de encerrarse en el academicismo y, sobre todo, soslayar el riesgo de ponerse al servicio de grupos particulares de poder político.
Este último punto es, ciertamente, el más conflictivo y difícil de resolver, pues aun cuando el objeto de la prospectiva debería consistir, como señala Friedrich Edding, "en concienciar al hombre sobre su responsabilidad en decidir cómo tendría que ser el futuro y no en decirle cómo será", lo cierto es que en la mayoría de los casos los resultados de la prospectiva no trascienden a la opinión pública y quedan para uso exclusivo de los organismos de decisión y planificación. Roger Garaudy ha denunciado este hecho y ha afirmado que "la gran desgracia de la prospectiva es la de practicarse demasiado cerca de los centros actuales de decisión, trátese de empresas, de organismos, de disposiciones territoriales, de planificaciones o de servicios de defensa nacional. Por tanto, ya desde el comienzo son impuestos a la prospectiva condicionamientos impresionantes".
Es un hecho constatado que la mayor parte de los trabajos prospectivos se han limitado a orientarse por este camino evidentemente antieducativo y manipulador. Ahora bien, la pedagogía prospectiva, lejos de ser un instrumento de manipulación, puede convertirse en pieza clave de una nueva cultura y una verdadera educación. Lo cual sólo podrá conseguirse en el caso de que la pedagogía prospectiva no se limite a ser una mera disciplina tecnológica que planifique el porvenir de una sociedad tecnocrática valiéndose de un conjunto de métodos más o menos adecuados y eficientes. Naturalmente, para ello debe optar decididamente por ser, ante todo, una reflexión sobre los fines, y no una simple previsión tecnológica de los medios.
Desde esta perspectiva teleológica, la pedagogía prospectiva puede asumir una función esencialmente educativa, soslayando cualquier riesgo de manipulación, y llevar a cabo una amplia labor formativa sobre los discentes al ejercitarlos en la tarea de recrearse en el porvenir y capacitarlos para gestar un futuro en consonancia con sus anhelos y su potencialidad creadora personal.