La prudencia, como virtud propia del intelecto y de la razón, tiene como misión descubrir la verdad y el bien, y, de acuerdo con ellos, dirigir el alma hacia la consecución de su fin propio; la función propia de la fortaleza estriba en ser fuertes, en ser capaces, por una parte, de mantener en un prudente equilibrio nuestras aspiraciones, nuestras ambiciones de gloria, dinero, orgullo, poder, etc. y, por otra, de soportar o reprimir de modo correcto las agresiones, asechanzas, ataques, etc., de nuestro prójimo; por último, la virtud de la templanza es la encargada de moderar las inclinaciones de nuestros apetitos sensibles: comer, beber, actividad sexual... A este propósito, en el diálogo Fedro comparaba las distintas almas con un carro en el que intervienen.
El auriga representa el alma racional, el caballo bueno y hermoso la irascible, mientras que el otro caballo simboliza la concupiscible. Para evitar que dichos caballos se desmanden y vayan por caminos extraños, el auriga debe regir, dominando los caballos del modo adecuado (justicia), ajustándose a las exigencias de éstos; sólo si lo logra podrá llegar con el carro a la meta debida.
Mito del carro alado de Platón |
Un auriga, que guía un tronco de caballos y después dos caballos, de los cuales uno es bueno y hermoso y el otro todo lo contrario... Necesariamente, pues, nos resultará difícil y duro su manejo.
Platón, Fedro
De modo análogo, pues, sólo el buen orden y la buena armonía entre las virtudes de la prudencia, fortaleza y templanza podrán conducir al surgimiento de la justicia. Tenemos así formuladas por primera vez en la historia las cuatro virtudes morales fundamentales: prudencia, fortaleza, templanza y justicia.
La tarea moral
En consonancia con todo esto, la conducta moral exige un doble esfuerzo, a saber: uno físico y otro intelectual. El primero se lleva a cabo mediante la gimnasia, el segundo gracias a las otras artes y a la dialéctica.
Mediante la gimnasia, en virtud de la disciplina y el esfuerzo gimnástico, dominamos las inclinaciones negativas del cuerpo, evitando la molicie y la obsesión por los placeres sensuales y, una vez conseguido dicho dominio, nos sentimos capacitados para iniciar el esfuerzo intelectual; de este modo, primeramente, debemos cultivar nuestro espíritu practicando las artes: Música, Astronomía, Geometría, Arte militar, etc., y, posteriormente, intentar el conocimiento intelectual de la verdad ayudándonos del ascenso dialéctico. Según Platón, para ser virtuosos debemos elevarnos cognoscitivamente del mundo sensible al mundo inteligible y una vez llegados aquí, continuar el proceso dialéctico de idea en idea hasta alcanzar la suprema idea, es decir, la suprema realidad: la Idea del Bien.
Quien vaya a cultivar la dialéctica no debe ser cojo en el amor al trabajo, con una mitad dispuesta al trabajo y otra mitad perezoso. Esto sucede cuando alguien ama la gimnasia y la caza y todo tipo de fatigas corporales, pero no ama el estudio ni es dado al diálogo y a la indagación, sino que tiene adversión por los trabajos de esta índole.
Platón, República
En resumen, la perfección ética exige la posesión de las virtudes morales; mas, a su vez, para tener dichas virtudes hemos de ser sabios, ya que sólo de este modo seremos capaces de orientar moralmente nuestra conducta. Pero para poder ser sabios es necesario que mediante el esfuerzo gimnástico consigamos el equilibrio de nuestro cuerpo. En consecuencia, la vida moral requiere la armonía entre las virtudes morales, que resulta inseparable del equilibrio entre el esfuerzo físico y el esfuerzo intelectual, entre el cuerpo y el alma, de ahí el ideal humanístico de Occidente: mens sana in corpore sano, espíritu deportivo y esfuerzo artístico e intelectual.