El
resultado de la dominación por parte de las sociedades industriales de los
pueblos sobre los que ha ido organizando y acrecentando su crecimiento y
predominio ha revestido innumerables facetas y muy diversas son las
consecuencias de lo que, usando la terminología específica de la Antropología,
hemos denominado choque cultural. La
desaparición de las culturas y hasta el aniquilamiento físico de algunas
sociedades se puede considerar como “favorable” si la comparamos con algunas de
las situaciones en las que han quedado los restos de algunas de estas
sociedades dominadas, en las que se dan hasta manifestaciones de lo que
podríamos definir como un “paulatino suicidio inconsciente colectivo.” La desesperación
les ha llevado a una desgana de vivir, que se ha manifestado en un abandono
total de sus labores; o sea, a prescindir de esa lucha del hombre contra la
naturaleza cuya consecuencia es, como sabemos, la desaparición de la sociedad y
de la cultura. No faltan tampoco ejemplos en los que, como entre algunos indios
de Norteamérica o tribus del Pacífico, la extinción ha venido dada por una
sensible disminución de la natalidad.
El choque con la civilización es tan fuerte entre esas sociedades, que ni el
mundo de sus categorías mentales ni su repertorio cultural pueden interpretar
coherentemente la llegada de los blancos con todo su bagaje material. Lo tienen
que poner en la misma dimensión que muchos otros fenómenos de la naturaleza,
que para ellos sólo tienen explicación si lo trasladan e interpretan como
fuerzas sobrenaturales que son entroncados con su correspondiente tradición
cultural. Viene a ser lo mismo que cuando los indígenas asignan a un volcán la
categoría de un Dios, o a un terremoto el castigo divino o a un modo de
expresar algún designio sobrenatural.
La incidencia del impacto colonial sobre un sinfín de culturas ha constituido
uno de los principales campos de estudio para los antropólogos, como también
para aquellos que ven este mismo fenómeno desde la perspectiva de la Sociología
Política y de la Sociología del Subdesarrollo. Sin embargo, hay que reconocer
que el antropólogo no sólo ha visto las consecuencias del colonialismo, sino
que también ha participado mucho en los avatares sufridos por esta peculiar e
importante modalidad de las relaciones intersociales.
Por su parte, las potencias colonialistas vieron la favorable importancia que
podía tener el conocer la cultura y la estructura de las poblaciones por ellos
administradas y la facilidad de llegar a ese conocimiento mediante las técnicas
y los resortes propios de los especialistas en el estudio de las sociedades.
En cualquier caso, no hay que tomar de un modo excesivamente crítico la actitud
de los antropólogos al servicio de las administraciones de colonias, ni tampoco
reseñar los aspectos negativos que ellos pudieran tener. También les cabe el
mérito de haber definido en numerosas ocasiones la política correcta a seguir
con las sociedades aborígenes, el haber salvado culturas y sobre todo, el haber
creado una cierta conciencia, hasta en el interior de las propias
administraciones coloniales, de que la “supremacía del hombre blanco” dejaba
bastante que desear y podían encontrarse en las culturas autóctonas rasgos complejos cuya validez, en su contexto, era muy superior a las ventajas
aportadas por la “civilización”.
Hoy se llega a hablar de la existencia de una nueva rama de la Antropología: la
Antropología Industrial.
Esteva
Fabregat resalta también algunas de las consecuencias que se
manifiestan en los individuos por el hecho de verse afectados por este nuevo
tipo de relaciones sociales.
“La
personalidad social que se genera es de carácter neurótico donde se contradicen
los niveles de apetencia y las capacidades relativas de satisfacerlos. En su
cualidad más notable, el sistema de cultura industrial consiste en haber creado
módulos aparentemente abiertos, a través del concepto de oportunidad, a la
movilidad social. La dinámica del sistema consiste en que permite desarrollar
ideas constantes, una de las cuales se inserta en el individuo bajo la forma de
una lucha por el status, lucha o deseo idealmente necesario al objetivo de una
continuidad expansiva: la del mercado. Así se estimula un tipo de personalidad
materialmente productiva, pero neurotizada por su misma dinámica de ambiciones
personales, ambiciones amenazadas en su logro por apetencias semejantes puestas
en acción por otros individuos dentro del sistema”.
Por otro lado, hoy ya se puede decir que incluso se abren nuevos cauces para la
Antropología, como una perspectiva de un conjunto de disciplinas que ya no
piensan que su objeto sea sólo el de interpretar la sociedad, sino también de
transformarla. Las ideas ya no son pues, simples copias de las cosas, sino
fuerzas que se realizan en el mundo. La intervención humana en la realidad
social es acción y ciencia a la vez, ya que permite al mismo tiempo modificar
el mundo y, al transformarlo, conocerlo.