viernes, 14 de junio de 2013

El método socrático

Sócrates afirmaba el carácter innato del conocimiento: según él, los seres humanos poseen ideas innatas de las que, sin embargo, no son conscientes, no se dan cuenta; por consiguiente, para investigar la verdad debemos examinar los contenidos que se encuentran en nosotros, en nuestra alma, como indicaba la inscripción de Delfos, el principio de la sabiduría radica en el conocimiento de uno mismo: "Conócete a ti mismo".
El método adecuado para llevar a cabo esta tarea consiste en un proceso inductivo que por medio del diálogo (método dialéctico), partiendo de los conocimientos aparentes, de las opiniones ingenuas y comunes, y de los prejuicios cotidianos logra descubrir la verdad. En este proceso podemos distinguir dos momentos: un primer momento negativo o refutación y otro positivo o mayéutica.

La refutación consiste en hacer ver a nuestros interlocutores que los conocimientos que creían ciertos e indudables no son tales. Sócrates salía al ágora y allí interrogaba al artista, al maestro, al general y sirviéndose de ciertas preguntas atinadas les hacía cobrar conciencia de su ignorancia. La refutación, pues, ponía de manifiesto que aquellas opiniones que parecían ciertas e indubitables eran problemáticas, falsas o carecían de fundamento. De este modo, conducía al interlocutor a una situación sin salida aparente en la que todos los conocimientos se tornaban problemáticos: "Sólo sé que no sé nada" (ironía socrática). En este punto, comenzaba el segundo momento, la mayéutica, que consistía en que, una vez eliminadas las falsas opiniones, los propios interlocutores pudieran encontrar en sí mismos la verdad.


Sócrates
(470-399 a.C.)
Sócrates, que era hijo de un escultor y de una comadrona, comparaba su oficio con el de sus progenitores: de la misma manera que su padre no "construía" estatuas, sino que ante un bloque de mármol se limitaba a eliminar las partes sobrantes hasta permitir que surgiera la figura que previamente existía en el interior, y de idéntico modo a su madre que ayudaba a dar a luz los niños concebidos con anterioridad por otras mujeres, pero ella no los concebía; así, él tampoco enseñaba nada, sino que se limitaba a orientar a sus discípulos para ellos hallaran las verdades que, con anterioridad, residían en sí mismos, en su interior, en su alma (innatismo); esto es, en opinión de este pensador el auténtico conocimiento consiste en traer a la consciencia los contenidos -las ideas- que previamente se encuentran en el alma de modo inconsciente.

1. El conocimiento universal
El método socrático, pues, consiste en un proceso inductivo en virtud del cual de la pluralidad accedemos a la unidad, de los conocimientos poco rigurosos y siempre dudosos o falsos al conocimiento intelectual, es decir, al conocimiento universal. Mediante la refutación se eliminan los prejuicios, los saberes parciales, las apariencias y gracias a la mayéutica se alcanza el concepto universal, que expresa la esencia inmanente a todas las cosas de una misma especie, lo que hace que las cosas sean lo que son. Por ejemplo, examinando muchas cosas bellas podemos llegar a determinar la esencia de la belleza; analizando varios comportamientos justos, la esencia de la justicia, etc.
Pero entre todos los conceptos universales o a través de todas las esencias, los que más interesan a Sócrates son los morales, esto es, aquéllos mediante los cuales podemos ordenar nuestra conducta y averiguar nuestras obligaciones y nuestros deberes. Se trata, pues, de conocer el bien, la virtud, la justicia, etc., para ser buenos, virtuosos y justos.

2. El intelectualismo moral socrático
Según este filósofo, desde el punto de vista moral, el bien y la virtud proporcionan la auténtica felicidad. Consecuentemente, si la virtud y el bien otorgan la auténtica felicidad nadie obrará mal intencionadamente, pues nadie querrá ser infeliz o desgraciado.
De este modo, Sócrates concluyó en un intelectualismo moral, según el cual se identifica el bien con el saber y el mal con la ignorancia: el sabio es bueno y el malo es ignorante, basta saber qué es el bien y la virtud para ser buenos y virtuosos o, expresado de otro modo, nadie se equivoca queriendo, por tanto, quien obra mal es porque no sabe.
Las consecuencias sociales de esta postura saltan a la vista: eduquemos, ilustremos a las personas y las haremos buenas; fuera las cárceles y los castigos, pues en el fondo nadie es culpable sino ignorante. Por otra parte, desde estos principios se puede entender mejor la pasión con que Sócrates se entregó a su misión de procurar educar a sus convecinos atenienses.
Desde la óptica de nuestro tiempo, no obstante, parece dudoso que se pueda mantener la ecuación: sabiduría = bondad = felicidad, pues la Historia nos ha mostrado que no siempre el saber se utilizó de manera correcta, sólo hay que recordar los horrores nazis o estalinistas para reconocer que allí no faltaba sabiduría, sino, al contrario, es evidente que una cosa es conocer lo que debemos hacer y otra, distinta, hacerlo; pues junto a las facultades intelectivas, los seres humanos poseen también determinadas pasiones, ciertos egoísmos y algunas tendencias instintivas, etc., que pueden desviarles de su camino moral. Ahora bien, a pesar de lo analizado y, aunque no sea suficiente saber para obrar bien, resulta evidente que debemos esforzarnos, de modo primario, en conocer lo que debemos hacer, pues sólo así podremos hacerlo.