Inicialmente el término sofista, sophistés, poseyó un valor positivo de amplio alcance, significando sabio, experto o entendido en los asuntos de la vida, de la sociedad o en alguna actividad artística o pragmática (en administración, en retórica, en poesía, en música o en construir toneles y ánforas, etc.).
Pero, a partir de finales del siglo V, dicha palabra adquirió un fuerte tono peyorativo, pasando a tener el significado de sabiondo o falso sabio, embaucador, constructor de sofismas, etc. ¿Por qué surgió este matiz negativo?
A ello contribuyeron varios hechos, entre los que podemos considerar como más relevantes los siguientes:
a) La fuerte reacción antidemocrática surgida en Atenas hacia finales del siglo V a.C., secundada por la aristocracia y por una gran parte del pueblo que, preocupado por las costumbres y por los ritos tradicionales, veían con muy malos ojos el escepticismo religioso (o la tolerancia religiosa).
b) El desarrollo de ciertas ideas y actitudes que incidían notablemente en las creencias de los griegos. En este sentido, los sofistas:
- Tendieron a defender el relativismo de las normas, de las costumbres y de las creencias.
- Propugnaron ciertas posturas agnósticas: poniendo en cuestión la eficacia y la realidad de los dioses, e insistiendo en la imposibilidad de resolver racionalmente los enigmas de la religión.
- Percibían retribuciones económicas por su actividad pedagógica. Los sofistas, puesto que sus enseñanzas versaban sobre el modo de triunfar en la vida, recibían determinadas cantidades de dinero por dichas actividades. Este hecho suponía un relativo escándalo a los ojos de aquella sociedad, pues los griegos, en mayor medida que cualquier otro pueblo, poseían una visión teorética (contemplativa) y "deportiva" de la vida y, en consecuencia, tendían a sobrevalorar el ocio y el esfuerzo desinteresado y a rechazar el negocio, es decir, el trabajo remunerado. Desde estos principios difícilmente podían comprender la licitud de la percepción de emolumentos por la práctica de la enseñanza y, por tanto, les resultaba de dudosa honestidad dicha conducta. A este aspecto negativo, hay que añadir la animadversión despertada en aquellas personas que, deseando adquirir las artes y destrezas que dichas enseñanzas proporcionaban, no podían hacerlo por carencia de recursos materiales.
c) Las agrias políticas que contra ellos vertieron determinados filósofos (por ejemplo, Platón y Aristóteles) y otros escritores griegos.
1. Las ideas principales
Los sofistas no formaron escuela, sino que constituyeron un grupo relativamente numeroso de "humanistas" griegos con ciertos rasgos comunes, entre los que cabe destacar los siguientes:
a) Escepticismo y relativismo: Los sofistas insistían en que sólo podemos conocer aspectos o fenómenos de las cosas (fenomenismo), pues no existe una verdad objetiva y universal (escepticismo), ni nada es en sí verdadero ni falso (relativismo). Estos principios, según ellos, se justifican tanto desde los objetos como desde los sujetos, así, por una parte, de las múltiples realidades existentes en el mundo sólo una mínima parte se encuentra próxima a nosotros y de éstas únicamente se nos ofrecen algunos aspectos; por otra, todos nuestros conocimientos dependen de las sensaciones; pero el estado de las facultades sensitivas varía de acuerdo con las circunstancias, la situación y los propios sentimientos afectivos de cada persona. Así pues, cada individuo posee una opinión particular de acuerdo con los aspectos de la realidad que se le brindan, la situación en que se encuentra y las experiencias por él vividas. En este sentido, señalaba Protágoras, el sofista más importante, que "el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son". Esta posición les llevaba a afirmar la relatividad de las valoraciones cognoscitivas, éticas y estéticas y, en consecuencia, aseguraban que los mismos objetos (y al mismo tiempo) son y no son, la misma cosa puede ser buena y mala, bella y fea, y, en último término, la realidad, la verdad y la belleza dependen del gusto de cada persona, "si se mandara a todos los hombres reunir en un montón las cosas que cada uno de ellos crea feas y, después, viceversa, tomar del montón de éstas las que cada uno estime bellas, no se dejaría ni una, sino que entre todos las tomarían todas, porque no todos creen en las mismas cosas".
b) Preocupación por los asuntos humanos y por la educación: La afirmación de que "el hombre es la medida de todas las cosas" supone situar a los seres humanos (a cada ser humano) como centro o referencia de todas las cuestiones filosóficas. Desde esta posición, los sofistas se desentendieron, casi totalmente, de los temas cosmológicos y teológicos, y se inclinaron hacia los asuntos prácticos, esto es, hacia las cuestiones morales y políticas: las costumbres y las creencias, la justicia y el Estado, las instituciones y las clases sociales, etc.
En ese sentido, se llevó a cabo una tarea desmitificadora y, de acuerdo con su postura escéptica y relativista, se puso en duda la existencia de los dioses. Con anterioridad, el eléata Jenófanes, oponiéndose al politeísmo oficial, había cuestionado el antropomorfismo de los dioses: "los etíopes representan a sus dioses chatos y negros, y los tracios dicen que tienen los ojos azules y los cabellos rojos. Pero si los bueyes, los caballos y los leones tuvieran manos y pudieses dibujar... los caballos dibujarían figuras de dioses semejantes a los caballos y los bueyes a los bueyes". Y Anaxágoras había hablado de una divinidad o nous único, que presidía y regulaba el proceso cósmico. Los sofistas, por su parte, se inclinaron hacia el agnosticismo; Protágoras, por ejemplo, aseguraba que "nada podemos saber de los dioses, ni si existen o no existen, pues son muchas las razones que impiden que lo sepamos; por ejemplo, la dificultad del problema y la brevedad de la vida humana".
En consecuencia, reaccionando contra el carácter teológico, aristocrático y elitista de la enseñanza tradicional, se produjo una tendencia a la secularización y a la democratización de la cultura. La participación del démos (del pueblo) en las tareas políticas y judiciales implicaba la conveniencia de un nuevo tipo de educación más acorde con la particular organización de la nueva forma de gobierno, pues debido a la importancia concedida a las asambleas públicas dentro de la administración ateniense, los ciudadanos no debían limitarse al cumplimiento de las leyes, sino que habían de ser capaces, también, de participar en su elaboración. Los nuevos ideales pedagógicos, por consiguiente, se orientaron hacia una educación humanista: igualdad de los seres humanos, conciencia de sus limitaciones y de sus debilidades y preparación para la vida pública.
Ahora bien, si como vimos en el punto anterior, tanto las capacidades cognoscitivas como los valores éticos, estéticos, jurídicos, etc., fuesen relativos, si no existiese modo de distinguir los objetos verdaderos de los falsos, las cosas bellas de las feas, las conductas justas de las injustas, lo bueno de lo malo, ¿qué sentido puede poseer la educación?
Las respuestas de los sofistas se inclinaban hacia el utilitarismo: hacer ver qué objetos, qué instituciones, qué costumbres y qué comportamientos resultan preferibles (más útiles) y, de este modo, la función del sabio (del orador, del político) habría de consistir en hacer parecer como justos los objetos, las instituciones, etc., beneficiosos para la ciudad.
Pero las preguntas continúan: ¿qué objetos, instituciones, etc., son provechosos para la ciudad? No existen criterios universales, no es posible formular una respuesta categórica; útiles a la ciudad son todos aquellos objetos, instituciones, comportamientos, etc., que el conjunto o la mayoría de los ciudadanos juzgan convenientes para ella. Los criterios "humanos" adquieren preeminencia y, de esta manera, se pone de relieve el carácter formal de la educación, destinada a proporcionar al educando no contenidos, sino actitudes (habilidades) y procedimientos para defender (o para hacer triunfar) su voluntad y sus intereses, y para "convertir en fuertes las razones débiles", en último término, se trataba de sacar las consecuencias adecuadas del principio de Protágoras: "el hombre es la medida de todas las cosas...":
c) Valoración de la retórica y de la dialéctica: Los sofistas instruían a sus discípulos de modo especial en las aptitudes retóricas y dialécticas. El hecho de que en Atenas la dirección de los asuntos de gobierno descasara de modo decisivo en las asambleas públicas y de que en éstas pudieran intervenir todos los ciudadanos, favorecía el desarrollo de la oratoria y del debate y, en consecuencia, la exaltación de la palabra.
En este aspecto, los sofistas supusieron también una profunda renovación frente a las posturas tradicionales. En la tradición, se concebía la palabra como lógos, como elemento mediante el cual se expresaba el Ser, la realidad, la legalidad de lo que es y de lo que debe ser. Ahora bien, los sofistas propendían a declarar autónoma la realidad con relación al conocimiento y a éste respecto del lenguaje; así, Gorgias estableció las tres afirmaciones siguientes: "nada existe", "si algo existe es incognoscible por el hombre" y "si es cognoscible es inexplicable e incomunicable", por tanto, la palabra posee una realidad autónoma e independiente y puede ser empleada en múltiples sentidos: la palabra es un monstruo con mil poderes, "puede hacer desaparecer el temor y quitar los dolores, infundir alegría e inspirar piedad... pues, dirigiéndose al alma, la persuade, la constriñe y la convence a tener fe en la palabra y a consentir en los hechos".
Desde la perspectiva política, la utilidad de la palabra se pone de manifiesto en la defensa de los propios puntos de vista, pretendiendo "hacer que las razones débiles parezcan fuertes o las fuertes débiles (o que la causa peor parezca la mejor) de acuerdo con nuestros intereses", se trata, en definitiva, de utilizar la palabra como mero medio de bandearse en los asuntos públicos. La dialéctica y la retórica, pues, lejos de ser concebidas como ciencias o artes destinadas a mostrar la verdad, eran consideradas como medios de persuasión y sugestión orientadas a la defensa de intereses particulares y subjetivos.
d) Contraposición physis y nómos: La postura escéptica y relativista de los sofistas se refleja también en su crítica a las instituciones: la pólis, el derecho, etc. En la tradición griega se consideraba como natural (physis) aquello que poseía en sí mismo la razón de su propia existencia, lo que no había sido creado por la voluntad de los seres humanos, las entidades que existían por sí mismas de una manera lógica y de acuerdo con determinados principios naturales y, en ese sentido, la pólis, el derecho, la justicia, al igual que la razón y la lógica (o los animales y las plantas) eran (y surgían) por physis.
Los sofistas, en cambio, sostenían que todas las instituciones y normas morales, jurídicas y políticas son fruto del acuerdo y la convención (nómos), esto es, que dependen de la voluntad de los individuos humanos. Ellos son quienes establecen la pólis y la obligación de cumplir las leyes. Lo justo y lo injusto consiste, por tanto, en mera opinión o convención (nómos). De este modo, defendían que una cosa es la naturaleza (physis) y otra distinta las instituciones, las leyes y los valores (nómos).
En el desarrollo de estas ideas se dieron dos corrientes de signo contrapuesto, a saber: la primera, en la que destacaron Hippias y Antifón entre otros, propugnaba que la naturaleza es un principio de igualdad y fraternidad humana; mientras que, por el contrario, las convenciones (nómos) son la fuente de la desigualdad entre los seres humanos: por naturaleza todos los hombres son iguales, lo mismo el de oscuro origen que el de claro linaje, lo mismo el esclavo que el libre; por convención (nómos), en cambio, es diferente el griego del bárbaro, el libre del esclavo. Sin embargo, otros filósofos, como Calicles, Trasímaco, Critias... concibieron la naturaleza a nivel zoológico, como ley del más fuerte, y, prescindiendo del carácter racional de la naturaleza humana, mantuvieron que por physis los seres humanos son diferentes y son las convenciones (nómos) las que, oponiéndose a la ley natural (physis), tienden a defender la injusta igualdad, pues "la naturaleza misma demuestra que lo justo es que el más fuerte exceda al más débil y el más poderoso al impotente".
Protágoras de Abdera (480 - 410 a.C.) |
Casi todos los tratadistas preocupados por la filosofía griega coinciden en señalar como sofista más destacado a Protágoras de Abdera (480-410), que vivió en Atenas, fue amigo de Pericles y que al final de su vida se vio obligado a huir de esta ciudad, muriendo cuando viajaba hacia Sicilia.
Es posible afirmar que Protágoras se ocupó de cuestiones relativas al conocimiento y a la sociedad. Como hemos visto, partió de una concepción epistemológica de carácter fenomenista que le condujo al escepticismo y al relativismo: "el hombre es la medida de todas las cosas", negación del principio de contradicción o identidad de lo verdadero y lo falso. A la luz de estas posiciones procuró obtener las consecuencias pertinentes en el plano práctico, esto es, a nivel ético, social y político: convención y relatividad de los valores, de las organizaciones sociales y de la justicia o el derecho...
Gorgias de Sicilia (que llegó a Atenas hacia el año 425 a.C.) radicalizó aún más, si cabe, el escepticismo de Protágoras. En su obra principal, titulada Sobre el no Ser o sobre la Naturaleza, reaccionó contra los filósofos eléatas y su pretensión de encontrar la verdad por la vía de la razón, asentó las tres proposiciones siguientes: "nada existe", "si algo existiera no sería cognoscible" y "si fuera cognoscible sería incomunicable"; lo cual supuso sucesivamente: a) la negación de la posibilidad de admitir la existencia de una realidad en sí; b) la separación del Ser (de la realidad) y del conocer; c) el apartamiento del conocimiento y del lenguaje. Estas ideas equivalen a afirmar que el mundo por sí mismo no posee ningún sentido y que, por consiguiente, la interpretación de la realidad depende de los deseos o de la libre disposición de los seres humanos.
Protágoras, Gorgias e Hippias de Elis son los sofistas más importantes de la primera generación. Posteriormente, con los sofistas de la segunda generación, Antifonte, Trasímaco, Calicles, Critias... las doctrinas tendieron a desentenderse de su fundamentación epistemológica y se centraron de manera casi directa en las cuestiones prácticas, produciéndose a veces, posiciones contradictorias entre las opiniones de unos y otros.