Los
dos primeros elementos de la cultura: las instituciones y los valores y
creencias, constituyen, con una parte de las técnicas, el primer subgrupo de la
primera clasificación, la de la cultura inmaterial, que se completa con
la material, integrada por todo lo incluido en los materiales y todo
aquello con realidad física, propio de la técnica.
Linton distingue dos tipos de cultura
bastante operativos: la cultura manifiesta y la encubierta. La
primera comprende todo aquello que es explícito y observable, por lo que todo
lo incluido en la anteriormente llamada cultura material lo estará
también en la manifiesta, aunque ésta es mucho más amplia que la material.
La
cultura encubierta es aquella que sólo puede deducirse de la cultura manifiesta.
Está formada, principalmente, por estados psicológicos y emana de los
conocimientos, las actividades y los valores de que participan los miembros de
una sociedad. Según Linton, los aspectos
manifiestos y los encubiertos son igualmente reales e importantes
para entender la conducta humana, pero para el investigador representan
problemas diferentes. El aspecto manifiesto es concreto y tangible, está
sujeto a la observación y registro directo y no ofrece conclusión alguna que no
pueda corroborarse con la ayuda de medios mecánicos, como la fotografía o la
grabación. Todo posible error en su campo no se deberá más que a una defectuosa
observación, pero será fácil corregirlo.
Pero
la información sobre la cultura encubierta presenta problemas de un tipo
completamente distinto. El problema de descubrir las pautas encubiertas de una
cultura, es el mismo que el de averiguar el contenido y la organización de la
personalidad de un individuo, por lo que las investigaciones están sujetas a las
mismas fuentes de error.
Como no es posible describir todas las formas de conducta que aparecen en la
realidad dentro de una sociedad, los científicos sociales tienen que recurrir a
describir aquellas que objetivamente son lo que vulgarmente se califica como
más típicas. El investigador se ve precisado a presentar una construcción
cultural, tanto para dar un cuadro comprensible de una cultura como para
manejar los datos culturales. Se tiene que proceder a buscar la moda
estadística –los valores que se dan en una serie con mayor frecuencia- dentro
del conjunto de las diversas situaciones que se presentan en la cultura real.
Las pautas de conducta pueden también ser entendidas como diversos tipos de
respuesta a determinadas conductas, pero esto, más que una definición es una
consecuencia, o característica similar a la que ya vimos en la cultura.
Las
pautas culturales las podemos dividir en tres tipos: pautas reales;
pautas teóricas o pautas culturales construidas; y pautas ideales.
Una pauta cultural real representa una variabilidad limitada de las
formas de conducta dentro de la que normalmente quedarán comprendidas las
respuestas de los miembros de una sociedad a una situación determinada. Así,
los individuos pueden comportarse de diferentes maneras sin salirse de la pauta
cultural real.
Las pautas teóricas corresponden a las modas de las variaciones dentro de una
norma cultural real. Por ejemplo, en la España urbana el horario de la
cena puede variar entre las nueve y media de la noche y las once y media, si
queremos apurar un poco más podemos ampliar este margen temporal a media hora
por cada uno de los extremos antes fijados. Por lo tanto, las pautas reales con
respecto a este aspecto vendrán dadas por las diversas situaciones en que la
cena tiene lugar entre las nueve y media noche. Si se encuentra a alguien que
tiene como norma hacerlo a las siete de la tarde o a las dos de la madrugada,
ello se deberá a sus específicas circunstancias, por lo que no sería más que lo
que antes hemos denominado anomalías. Sin embargo, la costumbre más usual es
que se cene entre las diez y diez y media, por lo que en ese espacio de tiempo
situaremos la pauta teórica con respecto a los hábitos horarios de cenar
los españoles.
Por
último, nos encontraremos con las pautas ideales. Son éstas puras
abstracciones y radican, principalmente, en el acervo de la clase de cultura
encubierta anteriormente descrita, como también tendremos que llegar hasta
la cultura inmaterial para reconocerlas. Se trata de todo ese conjunto
de opiniones que aparecen en todas las sociedades respecto, no a lo que son en
sí las cosas, sino a cómo deberían ser.
En
este orden de cosas, podemos distinguir diversas clasificaciones de la cultura.
Así, se pueden hallar tantos tipos de cultura como clases de sociedades
distingamos, y la misma clasificación que hayamos hecho de las diversas
sociedades, será aplicable a las culturas. Por lo tanto podremos dividir a las
culturas con los mismos criterios que a las sociedades como, por ejemplo,
culturas ágrafas, o con escritura, si son poseedoras o no de este
medio de comunicación; primitivas o modernas, de acuerdo con lo
cercanas que se encuentren a nuestro paradigma de modernidad; animistas,
politeístas, monoteístas, si tomamos como baremo clasificatorio a
la religión, etc. Sin embargo, el intento de proceder a una clasificación de
acuerdo con estos criterios nos puede llevar a un terreno bastante resbaladizo,
por hacer entrar en juego una dosis de subjetivismo, difícilmente evitable, que
nos lleva a clasificar las sociedades y las culturas de acuerdo con nuestro
etnocentrismo y atribuirles un rango de acuerdo con el que esos criterios
pueden tener en la sociedad desde la que parten las observaciones del
clasificador, como considerar superior lo moderno a lo primitivo, el monoteísmo
por encima del politeísmo, etc.