Después de Aristóteles, con el resurgimiento de las nuevas doctrinas morales (especialmente el estoicismo) desaparecen en Gracia muchos inveterados preconceptos, pero desaparece también, en una cambiada situación política, el ideal educativo clásico. De hecho, triunfa la enseñanza de los sofistas, esencialmente oratoria y dialéctica. Los poderes públicos, aunque formalmente quieren mantener la continuidad de la tradición, acaban descuidando poco a poco la educación efébica. El servicio militar es abreviado y, a continuación, se hace facultativo o francamente reservado a los ricos. Las palestras de la polis no educan ya armónicamente el espíritu y el cuerpo. Decae la formación moral y civil junto con la educación física. Crece la importancia de los estudios literarios, filosóficos y científicos, pero se enseña preferentemente al intelecto sin educar realmente según el concepto tradicional.
El moralismo estoico y epicúreo tiene un alto valor educativo como enseñanza que pretende señalar en la razón la actividad directriz de la voluntad humana, poner un freno al desorden de las pasiones, exaltar la soledad del sabio frente a la vanidad del mundo y recomendar el recogimiento para buscar esencialmente en el propio equilibrio interior la felicidad que nadie puede regalar. La perfecta imperturbabilidad, la impasibilidad y la tranquilidad son una nueva forma con la que se expresa el optimismo universal, intelectualista y estético de los griegos. Pero las doctrinas morales del estoicismo y del epicureísmo llevan el signo de la decadencia del tipo clásico de educación. Para los epicúreos, la moral y la educación son un hecho completamente individual: Epicuro, en contraste con la tradición griega, no da ningún valor a la areté política y recomienda a sus seguidores "vivir escondidamente" (lathe biosas). Así la repudiación de la familia y del Estado como posiciones demasiado comprometedoras y perturbadoras, la búsqueda de la ataraxia (ausencia de la turbación), de la aponia (ausencia del dolor) y la apatía estoica eran en el fondo una renuncia a la acción y a la actividad educativa concreta, que se explica como esfuerzo e impulso caritativo hacia los demás. El individuo, para ser sabio, debía aislarse de la vida; el aristocraticismo griego se convierte en egoísmo; los horizontes educativos se recortaban y limitaban dentro de un círculo del que se desterraba una amplia visión de la complejidad de lo real. El esfuerzo educativo individual encerraba a cada individuo en la contemplación de una moral abstracta, para la que estoicos y epicúreos vivían "como solitarios y no como hombres que vivieran en república".
Más tarde, aproximadamente entre el 46 y el 125 d.C., en un ambiente en el que Roma había ya conquistado el mundo civil, vivió Plutarco, quien volvió a tomar la mejor tradición educativa de los griegos. Desaparecidos los estados-ciudades, dio a la familia el lugar más destacado en la formación del ánimo juvenil; pero en substancia propuso de nuevo el modelo característico del pasado, y acentuó, bajo la influencia romana, la necesidad de formar en los jóvenes el valor, la fuerza y el deseo de gloria. El equilibrado buen sentido que predomina en sus escritos ha hecho que se le aplaudiera como maestro en todos los siglos y particularmente en el Renacimiento. Por sus Vidas paralelas es considerado como un gran campeón de la libertad y estimulador del heroísmo, y su obra suscitó entusiasmos patrióticos, furor de gloria y amor por la virtud civil en ánimos como los de Rousseau, Schiller, Federico II, Napoleón y Beethoven. Fue el último gran mensaje educativo de Grecia.
Sin embargo, el conquistado concepto de la educación como consecución de la armonía personal no desaparecía con el ocaso de la Grecia política. Reaparecerá después, bajo las vestiduras más severamente morales y prácticas, en la educación romana, y turbará incluso los sueños de los grandes Padres de la Iglesia. Sacada nuevamente a la luz durante el Humanismo, llamará continuamente, tras su sugestiva enseñanza, a un gran número de seguidores hasta en épocas recientes: baste recordar la obra de Wilamovitz, quien se acercó a Platón como a un maestro de vida y de doctrina, y a su importante discípulo Jaeger, quien, después de haber propuesto de nuevo a Platón y a Aristóteles como la expresión ideal de la más completa humanidad, en su Paideia atribuye al pensamiento de la antigua Grecia una imperecedera función educadora.
Y no de un modo equívoco, puesto que a pesar de un cierto contraste que se nota a veces en la educación clásica de los griegos entre una tendencia a la formación gimnástico-deportiva y una formación literaria, entre una cultura de retóricos y una de verdaderos filósofos, el ideal pedagógico clásico fue el de formar por entero al hombre en las fuerzas del cuerpo y en las del alma, en la sensibilidad y en la razón, en el carácter moral y en la percepción de la realidad, en el desarrollo del individuo y en el amor a la patria. Su culto de la personalidad, informada por un elevado gusto estético y guiada sabiamente por un claro concepto de la vida, tiene un valor humano eterno que nuestra civilización puede perfectamente envidiar a la griega. Nuestra civilización, basada frecuentemente sólo en la cantidad de las cosas y en la estadística, ha de aprender de la antigua que la educación vale más que cualquier otra cosa, y más que el mismo revoltillo de nociones, la formación de las cualidades personales; que el clamor ensordecedor de las máquinas y la maciza uniformidad de la multitud anónima puede ser signo de peligrosa decadencia más que de progreso si no se eleva el tono espiritual y moral de las personas; que la escuela, que es el templo de la belleza, del saber y de la bondad, no es frecuentada sólo por el vulgar deseo de obtener una capacitación útil para ejercer una profesión o conquistar un cargo, y que, por último, la escuela mejor no es la burocráticamente perfecta, sino aquella en la que brilla la llama calurosa y estimulante de un verdadero maestro. El ideal clásico de la παιδεία se cumplirá en la humanitas romana y en la moralidad religiosa del Cristianismo, y entonces la armonía de la persona como objetivo de la educación tendrá verdaderamente una interpretación integral. Pero ya en el principio, según la frase de Juvenal «mens sana in corpore sano», se halla implícita una crítica del tecnicismo exagerado y de la exaltación de la fría ciencia que descuida al individuo concreto para confundirlo con los demás hombres; y en el refinado aristocraticismo de la educación helénica se puede ya entrever el modelo para una educación ya no privilegiada, sino decidida a formar en todos los hombres un tipo humano digno de ser realizado en todo tiempo, en los que la música, como decía Platón, es el medio y resultado de la educación, como expresión de la armonía psicológicamente existente entre la geometría y las otras ciencias y la vida moral, y en los que la progresiva elevación del instinto a la razón es conocida, como decía Aristóteles, como una jerarquía de fines que el hombre debe proponerse en la vida social y en el vida del universo.
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