Trabajo y ocio se presentan como actividades antitéticas, ocupaciones separadas, tiempos segregados.
Una
gran parte de las actividades educativas no formales, aunque estén
vinculadas funcionalmente al trabajo, transcurren durante el tiempo
libre. Aun cuando los objetivos perseguidos por los programas y medios
educativos no formales estén muchas veces relacionados con el trabajo,
no siempre la participación en ellos es fruto de una imposición
heterónoma, al menos explícita. Las más de las veces es el propio
individuo quien decide, por las motivaciones que sean, inscribirse en un
curso no formal de aprendizaje o intervenir en alguna actividad
formativa no escolar. Aun en la infancia, cuando el nivel de decisión
personal es más reducido, la participación en actividades no formales
depende mucho más del propio sujeto que la compulsiva escolarización. En
general, pues, el tiempo libre es el marco de la mayor parte de las
actividades educativas no formales. Otro asunto es que este tiempo
libre, por la especificidad de la actividad desarrollada, deje de
parecerlo; o, con más claridad, que la actividad que lo ocupa no se
avenga con lo que se suele entender como ocio. Ocio lo asociamos a
jugar, pasear, conversar, leer, asistir a espectáculos, practicar
nuestros hobbies, etc., y no tanto a seguir un curso de
perfeccionamiento profesional por correspondencia o matricularse en una
escuela de idiomas, aun cuando ambas ocupaciones puedan desarrollarse
durante el tiempo liberado del trabajo.
Sin
embargo, la pedagogía del ocio no hace referencia directamente a la
simple ocupación del tiempo libre con actividades instructivas o
educativas, sino más especialmente a la potenciación de lo que en sí
misma tiene de positivo la actividad de ocio. Y lo que es específico de
ella no es su contenido concreto (hacer una cosa y otra), sino ciertas
cualidades presentes en su origen y ejecución. Éstas serían: la carencia
de imperativos externos sobre el hecho mismo de realizarla y el modo de
hacerlo, y la satisfacción o disfrute intrínseco que produce. Así, el
ocio consiste más en una actitud que en un conjunto definido de
actividades; se identifica menos por lo que se hace que por el cómo se
hace y lo que ha conducido a hacerlo. La libertad y la tendencia a no
relegar el disfrute a lo que la acción producirá una vez concluida, sino
a buscarlo en la misma acción, es en lo que consiste la actitud de
ocio. La pedagogía del ocio habrá de partir del respeto a esta actitud, y
además deberá potenciarla. De otro modo, la intervención educativa sobre el ocio podría degenerar en un tipo de actuación que se ocupase fundamentalmente en distraer, divertir o aun "culturalizar" al personal a base de ofrecerle actividades estrictamente planificadas y dirigidas; se olvidaría que la autodeterminación en el qué y en el cómo de la actividad es precisamente uno de los valores más importantes del ocio. El ocio no hay que consumirlo sino crearlo, y la educación para el tiempo libre ha de dirigirse a fomentar y no a suplir la capacidad de hacerlo.
Con todo ello, puede ya distinguirse entre lo que constituyen actividades, programas y medios educativos no formales cuya única relación con el tiempo libre consiste en que transcurren en él, y las actuaciones educativas que toman como objetivo y medio el ocio en sí mismo. Son estas últimas las que cabría considerar propiamente en el marco de la pedagogía del ocio. Muchos programas y medios, aunque tengan lugar en el tiempo libre, quedarían excluidos. Y no porque no sean legítimos, valiosos o convenientes, sino porque aún se orientan funcionalmente en el reino de la necesidad.
La reflexión y la actuación pedagógica sobre el ocio no puede surgir más que de una situación en la que el tiempo liberado del trabajo sea cuantitativamente considerable y en la que se presienta su crecimiento hacia la llamada "civilización del ocio". Pero también han contribuido a la actuación pedagógica un conjunto de factores sociales ligados a las transformaciones de la vida cotidiana y familiar. Es un hecho la proliferación de instituciones y recursos dirigidos al tiempo libre, sobre todo infantil y juvenil, que asumen explícitamente una dimensión educativa: centros de esparcimiento, colonias de vacaciones, escultismo, ludotecas, parques infantiles, asociacionismo juvenil, talleres de expresión, etc.
Algunas de estas instituciones nacieron con el propósito ya definido de atender a una serie de aspectos educativos, muy directamente relacionados con las ocupaciones más propias del tiempo libre, que la escuela no atendía o no lo hacía suficientemente: la sociabilidad, el juego, la expresión artística, el conocimiento y respeto a la naturaleza, etc. Otras instituciones han ido evolucionando; primero han tomado el tiempo libre sólo como un medio y, posteriormente, han hecho de él su objetivo primario. El caso de las colonias de vacaciones es muy ilustrativo. Surgieron en el último tercio del siglo XIX con el predominante fin higienista de procurar a los niños débiles y enfermos de la ciudad unas estancias saludables en el campo, pasaron a entenderse más adelante como una extensión de la actividad escolar, para asumirse finalmente como medio destinado explícitamente a la educación del ocio.
Pero la eclosión de instituciones y recursos para el tiempo libre no se explica sólo ni fundamentalmente por la lucidez prospectiva de la pedagogía, en el sentido de que ésta se proponga preparar al niño de hoy para la "civilización del ocio" del mañana. Hay factores estructurales de la vida social que están en la base de la creciente necesidad de adecuar recursos para el ocio infantil. La transformación urbanística, el trabajo de los padres, la dispersión familiar, el paro juvenil, etc., son factores que crean la necesidad de colonias de vacaciones, centros juveniles, ludotecas, parques infantiles... En cierto modo, las ludotecas, por ejemplo, representan la compensación pedagogizada de la expropiación de la calle a que han sido sometidos los niños por los automóviles.
La escuela y la familia, como instituciones básicas encargadas de la infancia, van siendo insuficientes para atender educativamente a los niños, o, incluso, simplemente para custodiarlos. Las instituciones y recursos no formales acuden entonces a completar su acción y, en ciertos aspectos, a suplirla.