1. La monarquía autoritaria
Los Reyes Católicos realizan una clara concentración de poderes en sus manos, robusteciendo definitivamente la autoridad real frente a los grandes señores. Se apoyan en unas clases sociales nuevas (aristocracia cortesana, clases medias de las ciudades, campesinos liberados, clero, el incipiente capitalismo...) y se lanzan con un decidido impulso al exterior. La nueva monarquía abole privilegios medievales, asume el espíritu individualista del Renacimiento integrándole en las convicciones monárquicas, y se apoya en la fe religiosa.
Su gran preocupación de unidad nacional será abordada definitivamente: Granada será conquistada. Navarra es unida al trono tras la muerte de Isabel. Canarias comenzará a ser ocupada definitivamente tras Alcaçobas. Y aunque la muerte impedirá la unión con Portugal, su política matrimonial fructificará en tiempos de Felipe II.
2. La organización del Estado
Las Cortes serán sometidas en Castilla, reducidas sólo a esporádicas convocatorias de las 17 ciudades. En Aragón, donde persiste la reunión por estamentos, el rey Fernando pondrá cortapisas legales hasta minimizarlas. El derecho castellano queda unificado en las Leyes de Toro, creándose una especie de "Tribunales Supremos", las Chancillerías de Valladolid y Granada, además de diversas audiencias. El centro del poder de la monarquía pasará a través de unos nuevos organismos: los Consejos (el Consejo Real o de Castilla, el de Aragón, el de Hacienda, el de Indias...) que llegaron a absorber prerrogativas legislativas de las Cortes y fueron la base de una todopoderosa burocracia.
El patriciado urbano y las orgullosas ciudades castellanas quedaron sometidas con la designación de Corregidores, funcionarios representantes del rey en los Ayuntamientos. En Aragón fueron nombrados por sorteo. Fuertes instituciones como las poderosas y ricas Órdenes Militares, quedaron al servicio de la Corona al recaer vitaliciamente en el monarca el cargo de Gran Maestre. Por último, las milicias campesinas de los concejos, la Santa Hermandad, fueron asimiladas por el Estado, como policía que salvaguardase la ley en las zonas rurales.
3. La conquista de Granada
Ardiente aspiración de Isabel, en la que se mezclaba la pasión religiosa, y los deseos de finalizar la reconquista, fue la gran empresa que sirvió de catalizador del dinamismo social de Castilla, de foco de atracción hacia la monarquía, y de campo de experimentación del ejército español.
Don Fernando se aprovechó de las intrigas internas de la corte nazarí, apoyando al Príncipe Boabdil contra su padre Muley Hacén. Fue una guerra caballeresca, con hazañas heroicas por ambos bandos, sitios terribles y empleo masivo de artillería. Lo abrupto del terreno y la convicción de una lucha definitiva, de espaldas al mar, confirió a los granadinos una épica capacidad de resistencia. Con alternativas de victorias y derrotas, como la de la Axarquía, los cristianos avanzaron inconteniblemente año tras año, desde la primera campaña, en 1483, hasta la toma de Granada, cercada desde el campamento castellano de Santa Fe, en enero de 1942.
4. La Iglesia y las minorías religiosas
El bajo clero era inculto y tradicional. Lleno de fanatismo, estaba necesitado de una reforma en su disciplina. Cardenales y obispos actuarían como grandes señores, dueños de riquezas, igual que los monasterios. Pero a este grupo se podía acceder desde las más bajas clases sociales (Cisneros, Margarit), aunque estaba generalmente formado por miembros de las grandes familias, como el Cardenal Mendoza.
En España había, por último, dos fuertes minorías religiosas: judíos y mudéjares, estos últimos muy numerosos en la Corona de Aragón. Los judíos de Castilla dominaban las finanzas, el crédito y el pequeño comercio, ocupando cargos destacados en las administraciones locales y aun en la Corte. Había contra ellos un odio secular. Las persecuciones de conversos (los marranos), mueve a los Reyes a establecer el Tribunal de la Santa Inquisición, que castiga a los que siguen practicando en secreto los ritos mosaicos. Los abusos, por la admisión de denuncias sin comprobar y la utilización de la tortura, fueron frecuentes.
Por fin, llevados por el afán de unidad religiosa, y presionados por parte del pueblo y el fanatismo del bajo clero, los Reyes Católicos decretaron la expulsión de los judíos que no quisieron bautizarse, en 1492. Pudieron salir entre 200 y 300 mil. El éxodo fue terrible. Sufrieron asaltos de sus mismos guardias protectores. Peregrinaron por el norte de África, donde muchos fueron asesinados o convertidos en esclavos, y un pequeño grupo arribó a Turquía (los sefardíes), donde conservan restos del idioma castellano e incluso las llaves de sus casas de Córdoba o Toledo. Su expulsión produjo un grave quebranto en la economía castellana, por la pérdida irreemplazable de un grupo social activo en el comercio y técnico en la banca y las finanzas.