... respecto a lo que es la felicidad ya no se hallan todos de acuerdo y el vulgo no la define de la misma manera que los sabios, porque el vulgo juzga que la felicidad consiste en cosas como el negocio o en las riquezas o en los honores.
Aristóteles, Ética a Nicómaco
Por tanto, ¿en qué consiste la felicidad? Y, ¿cómo alcanzarla? La felicidad de los seres humanos guarda una intrínseca relación con las actividades propios de los seres humanos. Mas, ¿cuáles son las actividades propias de los seres humanos? Las actividades propias de éstos dependen de sus facultades propias y esenciales.
Por tanto, para averiguar cuáles deben ser aquéllas debemos determinar, de modo previo, éstas. A este respecto, vemos que los seres humanos poseen multitud de facultades, de las cuales unas (comer, correr, sentir, recordar, etc.) las poseen en común con el resto de los animales, mientras que otras (pensar, querer) son propias y exclusivas de ellos. Por tanto, a éstas habrá que atender. Las facultades propias de los seres humanos son el entendimiento y la voluntad y, en consecuencia, la auténtica felicidad de los seres humanos habrá de consistir en el ejercicio correcto de dichas facultades. Pero, ¿en qué estriba el ejercicio correcto de éstas? Primeramente, en averiguar qué es el bien (esfuerzo intelectual) y, en segundo lugar, en tratar de alcanzarlo: o, expresado de otro modo, en averiguar qué debemos hacer y en hacerlo correctamente, esto es, en comportarnos adecuadamente.
Así pues, cumpliendo nuestro deber alcanzamos la felicidad, pero ¿en qué consiste ésta? A esta pregunta Aristóteles nos respondía que en conseguir el fin más alto que al ser humano le es posible. Y, ¿cuál es este fin? Oigamos su respuesta:
Tanto, pues, se extiende la felicidad cuanto la contemplación, y los que más participan del contemplar, también participan más de la felicidad y esto no accidentalmente, sino por razón de la misma contemplación, porque ella, por sí misma, es cosa valiosa.
Aristóteles, Ética a Nicómaco
La felicidad, pues, consiste en contemplación. Para Aristóteles, la facultad más alta de los seres humanos es el intelecto, y su actividad propia la contemplación (entender), de ahí que concluya afirmando que la felicidad ha de consistir en contemplar (entender, en griego contemplar se dice theoría); pero, ¿contemplar qué? La belleza y el orden del cosmos, la auténtica realidad de las cosas.
Resulta evidente, por una parte, que este filósofo permanece en el intelectualismo y el elitismo griego: sólo los sabios pueden ser felices, pues sólo éstos tienen acceso a cierta comprensión del cosmos y, en consecuencia, se excluye de la felicidad a la persona corriente y común, es decir, a la inmensa mayoría de los seres humanos, pues éstos ni suelen ser sabios ni pueden dedicar su tiempo a la contemplación, ya que la tarea cotidiana de lograr el sustento, el vestido y la vivienda suele llevarles casi todo su tiempo. Pero, por otra parte, dicha concepción, en manera alguna, posee un carácter ascético, pues si la felicidad depende de modo fundamental de la contemplación, ésta por sí sola no basta y debe venir acompañada de la amistad de ciertas personas, del placer proporcionado por el sexo y la compañía de los hijos, de cierta disponibilidad de bienes materiales, una aceptable salud, etc. En este aspecto, este autor parece más sensible a los sentimientos y a las necesidades comunes de las personas que la mayoría de los filósofos de su tiempo.
La virtud
La virtud es un hábito selectivo que consiste en un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón tal y como lo determinaría un hombre prudente. El término medio lo es entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto... mientras que la virtud encuentra y elige el término medio. Por eso desde el punto de vista de su entidad y de la definición que enuncia su esencia, la virtud es un término medio: pero desde el punto de vista del bien y de la perfección es un extremo.
Pero no todo hecho ni todo afecto admite el término medio, pues hay algunos cuyo mero nombre implica la maldad; por ejemplo: la malignidad, la desvergüenza, la envidia, y entre las acciones el adulterio, el robo, el homicidio. Todos estos casos y los semejantes a ellos se llaman así por ser malos, no por sus excesos o defectos.
Aristóteles, Ética a Nicómaco
En el comportamiento moral desempeñan una función fundamental los hábitos. Entendemos por hábito una disposición a obrar de una manera determinada que se adquiere mediante la repetición de actos; por ejemplo, si reiteradamente estudiamos adquirimos el hábito de estudiar y si reiteradamente fumamos el de fumar. Cuando los hábitos son buenos o positivos, se denominan virtudes, cuando son malos o negativos, vicios. Los vicios nos alejan de nuestro deber y de nuestra felicidad; las virtudes, en cambio, nos ayudan a conseguirlos. En este sentido, como indicamos anteriormente "la virtud es un hábito selectivo que consiste en un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón como lo determinaría una persona prudente".
La virtud, por una parte, en tanto implica una elección (o una determinación) supone una dimensión intelectual: es la razón la que debe elegir de un modo "prudente" (por tanto, los ignorantes difícilmente sabrán elegir); pero, por otra, es necesario, además, poseer la fuerza de voluntad suficiente para superar la pereza y las inclinaciones negativas, es decir, es preciso estar habituado (poseer el hábito) de comportarse del modo debido. Así, tenemos que desde el punto de vista moral, una conducta correcta conlleva tanto un esfuerzo intelectual como un esfuerzo volitivo, pues si la virtud es un término medio, resultará difícil acertar y muy fácil equivocarse, ya que existirán muchas formas de ser malo (vicioso) y sólo una de ser bueno (virtuoso); pero, además, resulta también que en el vicio caemos fácilmente, en cambio, en la virtud nunca caemos, sino que a ella sólo llegamos mediante un constante esfuerzo.
Ninguna de las virtudes morales se adquieren por naturaleza... Antes bien, las virtudes se engendran en nosotros obrando como en las otras artes; porque lo que sólo podemos hacer si lo hemos aprendido, lo aprendemos haciéndolo, por ejemplo, nos convertimos en albañiles construyendo edificios, en tañedores de cítaras tañendo. Del mismo modo, haciendo actos justos nos hacemos justos, viviendo templadamente templados y haciendo actos valerosos en valientes, lo cual se prueba cotidianamente en las ciudades, porque los que hacen las leyes pretenden que los ciudadanos se hagan buenos; y esto es lo que persigue la voluntad de cualquier legislador; y quienes no lo hacen así lo yerran todo. Y en esto difiere la buena de la mala república. Asimismo, cualquier virtud y cualquier arte del mismo modo que se alcanza se destruye, porque tañendo la cítara se hacen los buenos tañedores, pero también los malos y algo semejante sucede con los albañiles y los demás casos, porque edificando bien se harán buenos albañiles y edificando mal malos... Y de la misma manera sucede con las virtudes, porque obrando de modo contrario unos de otros nos hacemos unos justos y otros injustos; y ante el peligro unos se hacen valerosos y otros cobardes; y lo mismo sucede en las codicias y en las iras, unos se convierten en templados y mansos y otros en lujuriosos e iracundos... Por tanto, conviene declarar cómo deben ser los actos, pues los hábitos nacen conforme a la diversidad de los actos. No es pequeña, en consecuencia, la importancia de acostumbrarnos desde pequeños de esta o de la otra manera.
El pensamiento político de Aristóteles difiere sustancialmente del de Platón en varios puntos esenciales; así, por una parte, Platón intentó formular sus concepciones políticas partiendo exclusivamente de principios teóricos, y Aristóteles, por el contrario, procuró informarse de las realizaciones concretas; en este sentido, se le atribuye el análisis de más de 150 Constituciones y formas políticas de diferentes países; y, mientras que Platón intentó diseñar un estado ideal que superase las tendencias negativas de los seres humanos y los condujera hacia su perfección, Aristóteles, en cambio, pretendió adaptar el estado a las circunstancias concretas, a las condiciones sociales e históricas particulares de la sociedad en que se realiza.
Según este filósofo, a diferencia de las bestias y de los dioses, el ser humano es social por naturaleza, de tal modo que sólo puede llegar a alcanzar su calidad de ser humano conviviendo en sociedad; por tanto, la ciudad (la polis) es anterior al individuo.
La forma de organización social ideal es la polis o ciudad-Estado, compuesta de un núcleo urbano y de varias aldeas próximas. En cuanto a la organización del gobierno, distinguió entre formas puras o correctas y formas corruptas o degeneradas. Entre las primeras, señaló la monarquía o gobierno de una persona, la aristocracia o gobierno de unos pocos y la democracia o gobierno del pueblo y como formas degeneradas, la tiranía, la oligarquía y la demagogia.
De acuerdo con su tendencia a considerar las particularidades y las circunstancias concretas, no estableció ninguna preferencia por una determinada forma política, sino que vino a concluir que la mejor forma de gobierno está dada en cada caso concreto por las necesidades, el grado de desarrollo y la idiosincracia de los pueblos; no obstante, con cierta frecuencia parece que sugería que Atenas era oligarquía moderada, sometida a cierto control del pueblo.
Consta, pues, que el hombre es por naturaleza animal social en mayor medida que las abejas y que ningún otro animal que viva agrupado; porque, como ya hemos dicho, la naturaleza no hace nada en vano, y entre todos los animales sólo el hombre tiene uso de razón y de lenguaje; porque la voz es indicio de la pena o del deleite que se siente; y así pueden hacer uso de ella otros animales, porque la naturaleza de los mismos se extiende hasta experimentar penas y deleites y comunicárselos entre sí. Mas el lenguaje sirve para mostrar lo que es provechoso y lo que es perjudicial y, por la misma razón, lo que es justo y lo que es injusto. Y estas capacidades son propias y peculiares de los hombres y de ellas carecen el resto de los animales, pues sólo aquéllos tienen conocimiento y sentimiento de lo que es bueno y de lo que es malo, de lo que es justo y de lo que es injusto y de otras cosas similares.
La virtud, por una parte, en tanto implica una elección (o una determinación) supone una dimensión intelectual: es la razón la que debe elegir de un modo "prudente" (por tanto, los ignorantes difícilmente sabrán elegir); pero, por otra, es necesario, además, poseer la fuerza de voluntad suficiente para superar la pereza y las inclinaciones negativas, es decir, es preciso estar habituado (poseer el hábito) de comportarse del modo debido. Así, tenemos que desde el punto de vista moral, una conducta correcta conlleva tanto un esfuerzo intelectual como un esfuerzo volitivo, pues si la virtud es un término medio, resultará difícil acertar y muy fácil equivocarse, ya que existirán muchas formas de ser malo (vicioso) y sólo una de ser bueno (virtuoso); pero, además, resulta también que en el vicio caemos fácilmente, en cambio, en la virtud nunca caemos, sino que a ella sólo llegamos mediante un constante esfuerzo.
Ninguna de las virtudes morales se adquieren por naturaleza... Antes bien, las virtudes se engendran en nosotros obrando como en las otras artes; porque lo que sólo podemos hacer si lo hemos aprendido, lo aprendemos haciéndolo, por ejemplo, nos convertimos en albañiles construyendo edificios, en tañedores de cítaras tañendo. Del mismo modo, haciendo actos justos nos hacemos justos, viviendo templadamente templados y haciendo actos valerosos en valientes, lo cual se prueba cotidianamente en las ciudades, porque los que hacen las leyes pretenden que los ciudadanos se hagan buenos; y esto es lo que persigue la voluntad de cualquier legislador; y quienes no lo hacen así lo yerran todo. Y en esto difiere la buena de la mala república. Asimismo, cualquier virtud y cualquier arte del mismo modo que se alcanza se destruye, porque tañendo la cítara se hacen los buenos tañedores, pero también los malos y algo semejante sucede con los albañiles y los demás casos, porque edificando bien se harán buenos albañiles y edificando mal malos... Y de la misma manera sucede con las virtudes, porque obrando de modo contrario unos de otros nos hacemos unos justos y otros injustos; y ante el peligro unos se hacen valerosos y otros cobardes; y lo mismo sucede en las codicias y en las iras, unos se convierten en templados y mansos y otros en lujuriosos e iracundos... Por tanto, conviene declarar cómo deben ser los actos, pues los hábitos nacen conforme a la diversidad de los actos. No es pequeña, en consecuencia, la importancia de acostumbrarnos desde pequeños de esta o de la otra manera.
Aristóteles, Ética a Nicómaco
La política
El pensamiento político de Aristóteles difiere sustancialmente del de Platón en varios puntos esenciales; así, por una parte, Platón intentó formular sus concepciones políticas partiendo exclusivamente de principios teóricos, y Aristóteles, por el contrario, procuró informarse de las realizaciones concretas; en este sentido, se le atribuye el análisis de más de 150 Constituciones y formas políticas de diferentes países; y, mientras que Platón intentó diseñar un estado ideal que superase las tendencias negativas de los seres humanos y los condujera hacia su perfección, Aristóteles, en cambio, pretendió adaptar el estado a las circunstancias concretas, a las condiciones sociales e históricas particulares de la sociedad en que se realiza.
Según este filósofo, a diferencia de las bestias y de los dioses, el ser humano es social por naturaleza, de tal modo que sólo puede llegar a alcanzar su calidad de ser humano conviviendo en sociedad; por tanto, la ciudad (la polis) es anterior al individuo.
La forma de organización social ideal es la polis o ciudad-Estado, compuesta de un núcleo urbano y de varias aldeas próximas. En cuanto a la organización del gobierno, distinguió entre formas puras o correctas y formas corruptas o degeneradas. Entre las primeras, señaló la monarquía o gobierno de una persona, la aristocracia o gobierno de unos pocos y la democracia o gobierno del pueblo y como formas degeneradas, la tiranía, la oligarquía y la demagogia.
De acuerdo con su tendencia a considerar las particularidades y las circunstancias concretas, no estableció ninguna preferencia por una determinada forma política, sino que vino a concluir que la mejor forma de gobierno está dada en cada caso concreto por las necesidades, el grado de desarrollo y la idiosincracia de los pueblos; no obstante, con cierta frecuencia parece que sugería que Atenas era oligarquía moderada, sometida a cierto control del pueblo.
Consta, pues, que el hombre es por naturaleza animal social en mayor medida que las abejas y que ningún otro animal que viva agrupado; porque, como ya hemos dicho, la naturaleza no hace nada en vano, y entre todos los animales sólo el hombre tiene uso de razón y de lenguaje; porque la voz es indicio de la pena o del deleite que se siente; y así pueden hacer uso de ella otros animales, porque la naturaleza de los mismos se extiende hasta experimentar penas y deleites y comunicárselos entre sí. Mas el lenguaje sirve para mostrar lo que es provechoso y lo que es perjudicial y, por la misma razón, lo que es justo y lo que es injusto. Y estas capacidades son propias y peculiares de los hombres y de ellas carecen el resto de los animales, pues sólo aquéllos tienen conocimiento y sentimiento de lo que es bueno y de lo que es malo, de lo que es justo y de lo que es injusto y de otras cosas similares.
Aristóteles, Política