- Las sociedades de cultura no son conscientes de su saber ni de las posibilidades de incrementarlo o, al menos, no se orientan a hacerlo. El saber es un elenco de respuestas ya probadas y que han demostrado potencial adaptativo. Por eso, la tradición tiene en ellas un peso considerable.
Son sociedades muy estables en las que nada cambia. Establecido un determinado ajuste al entorno, lo que hay que hacer es preservarlo para las generaciones siguientes lo más idéntico a sí mismo que sea posible. Los ancianos, como depositarios de las tradiciones y de los saberes acumulados, son personajes esenciales. Estas sociedades se basan en una economía de subsistencia orientada a atender las necesidades elementales del grupo. Son sociedades donde prima el grupo más que el individuo y existe una fuerte solidaridad. Se da coerción de las normas sociales sobre los individuos; la tradición, la costumbre y lo establecido imponen el orden social y los modos de hacer. Existe una pequeña o baja división social del trabajo y, normalmente, se organizan en grupos o comunidades reducidas.
- Las sociedades de ciencia, por el contrario, han hecho de la innovación y del cambio su principal estrategia adaptativa. La ciencia y la tecnología constituyen su principal eje de desarrollo económico y social. La consolidación de la ciencia moderna y su cada vez más estrecha vinculación con el desarrollo del capitalismo como sistema económico contribuirá a un espectacular desarrollo de la investigación científica y del desarrollo tecnológico aplicado a la producción y a la planificación social.
En las sociedades de ciencia, orientadas a la radical explotación del entorno mediante la aplicación de los conocimientos científicos y técnicos, éste se vuelve móvil e incierto, estando en permanente cambio y transformación, lo que retroalimenta un proceso de innovación y generación de nuevos saberes para responder a los nuevos problemas que presenta el entorno. Los cambios son tan importantes y se suceden tan deprisa que la supervivencia de la propia sociedad depende de su capacidad de planificación y de adelanterse a ellos mediante una incesante labor de elaboración de nuevos conocimientos. Por eso se dice que son sociedades orientadas hacia el futuro y no hacia el pasado.
De modo que lo definitorio de esta segunda revolución científica no es que los hombres sabían más, sino que, sobre todo, sabían que podían saber más, aprendieron a aprender y, por vez primera, el conocimiento, que hasta entonces había sido una producción en gran medida inconsciente, pasó a ser una actividad conscientemente buscada, deseada y querida. Ésa es la diferencia esencial entre el conocimiento (más propiamente la "sabiduría" o la "cultura") de las sociedades tradicionales y el conocimiento (más exactamente la "ciencia") de las sociedades modernas. Que aquéllas saben muchas cosas, pero ni saben que saben ni, sobre todo, saben que pueden saber más y, puesto que sus saberes no han sido sometidos a crítica y a análisis, a método, es un saber inconsciente; pero éstas, las sociedades modernas, no sólo saben que saben (y eso es la "ciencia", un conocimiento contrastado y certificado, discutido y aceptado, un saber que ha superado la duda), sino que, además, saben que pueden saber más y a ello se dedican con pasión, introduciendo una nueva variable histórica en la dinámica social: la ciencia.
Pues bien, el desarrollo de los conocimientos y la ciencia, resultado inevitable de la ampliación de la experiencia humana, vino a romper progresivamente con la práctica totalidad de los parámetros sobre los que se asentaba la robusta estabilidad de las sociedades tradicionales, introduciendo un factor de creciente (y retroalimentado) cambio social.
E. Lamo de Espinosa, Sociedades de cultura, sociedades de ciencia