En resumen, la cultura es el mecanismo adaptativo básico. No entendida como conjunto de valores y ni siquiera como conjunto de normas, pero sí como prácticas o hábitos heredados y somatizados que conforman un repertorio de respuestas a problemas e incertidumbres.
E. Lamo de Espinosa, Sociedades de cultura, sociedades de ciencia (adaptado)
Cada tipo de cultura es el resultado de la experiencia acumulada por las distintas generaciones que han ido filtrando las respuestas que resultaban más adaptativas. Este conjunto de respuestas adopta en muchos casos la forma de elaboraciones complejas que se revisten de carácter sagrado y se perpetúan como tales en el tiempo, incluso si aquellas situaciones que les dieron origen ya no se repiten y, por tanto, han perdido su sentido original, pues se han vuelto opacas para los sujetos de las generaciones siguientes que ya no entienden las razones que pudieron llevar a adoptar determinadas normas o reglas. Las cosas se hacen así porque lo indica la tradición.
Normalmente, el grado de exigencia y de sacralidad de las normas viene determinado por su importancia en lo que a la supervivencia del grupo se refiere. Así se van forjando las primeras grandes elaboraciones del saber que adquieren forma de relatos míticos y que sólo más tarde en la historia, con los pensadores griegos, empezarán a ponerse en crisis para ser sometidos a una revisión progresivamente más racional. Estas construcciones del saber tienen que ver con lo que el mundo es y cómo actuar sobre él, así como sobre lo que la propia sociedad es y cómo comportarse en ella, pues tan esencial es para la sociedad su adaptación al entorno natural como mantener el orden social y el respeto a sus estructuras e instituciones que, en su origen, buscan cumplir funciones de supervivencia y pervivencia de la propia sociedad. Surgen así las normas morales y sociales, las leyes, las costumbres, etc., cada una con un grado de exigencia distinto, según sea más o menos vital para la supervivencia y la realización de las funciones del sistema social.
Dos formas de saber: como acumulación y como reflexión
Si se analizan los contenidos de lo que hemos llamado cultura, podemos distinguir dos tipos de saberes que obedecen a dos necesidades igualmente fundamentales: adaptarse al entorno y dotarse de sentido. Junto al saber sobre el mundo, que trata de comprender cómo son las cosas y cómo transformarlas y que dará lugar a la ciencia, se desarrolla el saber sobre la vida, que intenta dar sentido a la existencia humana y su destino, que se pregunta por la muerte y el más allá, tal como se observa en las grandes culturas de la Antigüedad, puesto que el ser humano necesita expresarse, trascenderse. Surge así una "sabiduría" sobre la vida que tiene su expresión en las reflexiones religiosas, en la moral y en el arte, y que trata de responder a unas necesidades que están más allá de lo utilitario y material, pero que han ocupado un lugar central en todas las civilizaciones.
Una diferencia importante entre el saber sobre el mundo y las cosas o "de la ciencia" y el saber sobre la vida o "del sentido" (abordado por la religión, el arte, la moral...) es su distinto ritmo de progreso. El primero es acumulativo y creciente y avanza olvidando las respuestas anteriores que se ven sustituidas por otras respuestas más adecuadas. El segundo es reflexivo y vuelve una y otra vez sobre sus pasos y sobre los grandes interrogantes de la humanidad; en él, los pensadores antiguos siguen siendo actuales y lejos de olvidarlos se convierten en estímulo para seguir profundizando en las cuestiones que ellos ya plantearon en muchos casos. El saber de la ciencia es demostrable y, por tanto, no admite apenas discusión una vez establecido adecuadamente; por el contrario, el saber del sentido exige la discusión y el consenso.