jueves, 17 de mayo de 2018

Roma: La economía y el trabajo

El trabajo en Roma estaba mayoritariamente relacionado con actividades agropecuarias. La actividad agrícola y ganadera era desempeñada por esclavos, que vivían en las fincas todo el año, bajo las órdenes de un capataz.
Aunque la vida romana estaba centrada en las ciudades, la mayor parte de los habitantes vivían en el campo, trabajando la tierra, apacentando rebaños o cuidando de los olivares. Los agricultores producían los alimentos, los materiales y el aceite de los que dependían las ciudades.
Gran parte de Italia estaba dividida en extensas fincas propiedad de ricos hacendados, cuyos negocios principales se desarrollaban en las ciudades, pero cuya riqueza procedía en su mayor parte de sus haciendas.
Estas grandes fincas, llamadas latifundios, eran trabajadas siempre por esclavos, cuyo número aumentaba después de cada batalla. Los métodos de explotación fueron mejorando con el tiempo, pero jamás se produjeron grandes cambios tecnológicos, porque se disponía de una mano de obra barata, los esclavos.
Los lotes agrícolas de menor tamaño que el latifundio y en manos de los plebeyos, tenían sus límites orientados según los puntos cardinales. Con una rudimentaria regla de medir, se determinaba, de modo aproximado, la línea este-oeste, llamada decumanus, y su perpendicular, el cardo, o eje celeste orientado de norte a sur.
En Roma, igual que en Grecia, el trabajo manual era considerado indigno del hombre libre, para quien tenían más importancia las artes y la política. Pero a estas actividades podían dedicarse sólo los ciudadanos ricos. La familia romana organizaba su vida en torno a los productos agrícolas, de donde obtenía todo lo necesario para vivir. De esta elaboración familiar se pasó a una elaboración colectiva; es decir, alguien empezó, por ejemplo, a elaborar el pan para otras familias y a distribuir sus productos entre más gente. Nacieron así las primeras tiendas y los primeros comercios -llamados tabernas-, que se fueron disponiendo uno al lado de otro en una misma calle, tal y como muestran los restos encontrados en la ciudad de Pompeya.

1. Las profesiones
La producción agrícola colectiva y su distribución en los comercios permitió que los residentes en las ciudades se pudieran dedicar a otras tareas especializadas, y de este modo surgieron las distintas profesiones. Por ejemplo, en la construcción trabajaban distintas personas; cada una tenía un trabajo específico y una tarea determinada, desde que se cortaba el árbol hasta que se dejaba la casa construida y terminada.
La especialización permitió el surgimiento de nuevos profesionales, como orfebres, alfareros, panaderos, tejedores, tintoreros, etc.
Los objetos romanos que se han conservado demuestran la gran maestría de sus artesanos en la elaboración de toda clase de utensilios, tanto de arcilla, cuero, tejido y madera como de metal y vidrio. Una de las industrias que alcanzó un mayor desarrollo fue la de producción de cerámica. Las vasijas de alfarería para uso doméstico existían desde mucho antes de los romanos, pero con la creciente demanda se desarrollaron los alfares en zonas dotadas de arcilla de buena calidad. Las piezas de vajilla fina eran muy populares; las mejor conocidas eran las de Samos, llamadas terra sigillata. Muchos de los alfareros eran libertos o esclavos, en su mayoría hombres.
Otros oficios se desarrollaron a escala mucho menor, ejercidos por artesanos, en sus propios talleres, en las ciudades. El oficio se adquiría mediante un largo aprendizaje consistente en observar cómo trabajaban quienes tenían experiencia y práctica. Los hijos aprendían de sus padres, y los esclavos, de sus amos o capataces.

2. Los materiales
La madera se empleó en todas partes para la construcción y fabricación de objetos cotidianos: cuencos, cubos, barriles, arcas, tablillas de escribir, etc.
Los métodos de construcción experimentaron con los romanos una importante revolución con el empleo de ladrillos y tejas de arcilla cocida. La fabricación de ladrillos y tejas estaba organizada a gran escala, aunque había asimismo numerosos tejares pequeños. Una vez extraída la arcilla natural, permanecía a la intemperie durante el invierno, tral el cual quedaba lista para usarla. Los ladrillos y tejas se fabricaban metiendo la arcilla en moldes y dejándola secar en ellos hasta que se endurecía, tras lo cual las piezas se apilaban en un horno y se cocían. Con los ladrillos se levantaban muros y arcos, y con las tejas se cubrían los tejados.
El vidrio se venía elaborando desde hacía siglos, pero en la última centuria antes de Cristo se descubrió que era posible su soplado, formando burbujas, a las que se podía dar, de manera rápida y barata, toda clase de formas útiles para las vajillas. Pronto se pasó a soplar el cristal dentro de moldes, lo que permitió la producción en serie de botellas y frascos decorados. El vidrio dejó de ser un lujo y se convirtió en material de amplio uso.
Los romanos fueron también grandes expertos en el labrado de los metales, con los que confeccionaban joyas. Emplearon mucho el oro, la plata, el plomo, el cobre, el hierro y otros metales de menor valor.


Aprendieron a separar el metal del mineral y a fundirlo para verterlo en moldes, e incluso llegaron a mezclar metales para obtener aleaciones como el bronce o el latón.
El hueso era otro de los materiales de uso más extendido. Servía para elaborar muchos objetos de uso común, como mangos de cuchillo, agujas para el pelo, peines, etc.
Para la confección de tejidos utilizaban el lino y la lana, preferentemente. Es bien conocido el proceso que seguían los romanos para preparar esos tejidos, desde su tosco aspecto hasta su lavado y tintura final.
Uno de los oficios más importantes en la industria textil romana era el de las bataneros, llamados fullones, que lavaban la lana en unas grandes tinajas pisándola repetidas veces.
A este proceso de lavado seguía el cardado y su posterior preparación para fabricar toda clase de vestimentas: el manto, la toga, la túnica, etc. Las labores necesarias de hilado y tejido de los hilos para confeccionar prendas eran tareas tradicionalmente femeninas, que las mujeres ricas rehuían. El emperador Augusto obligó a su hija Julia a realizarlas para dar ejemplo, con el fin de que no decayeran las costumbres romanas y como demostración de las virtudes femeninas.
Además del lino y la lana, los romanos apreciaban muchísimo el algodón indio y la seda, importada de China; pero solamente las mujeres ricas podían permitirse tan lujosos tejidos.
Como complemento al vestido, la mujer romana se maquillaba cuidadosamente, por lo que la industria de productos cosméticos tuvo también un cierto desarrollo. Las mujeres conseguían una tez pálida aplicándose polvos de tiza o albayalde. Para realzar el color rojo de mejillas y labios, se utilizaba el almagre; los ojos se sombreaban con pastas compuestas de cenizas. El pelo se recogía en moños, muy del gusto de las romanas.

3. El dinero
Para nuestros antepasados de la Antigüedad, la economía se basaba en la agricultura y en la ganadería. La actividad comercial empezó siendo un mero intercambio de mercancías. Este intercambio, llamado trueque, consistía en cambiar un producto por otro, sin utilizar el dinero, que no se conoció hasta siglos más tarde. 
Posteriormente, en Mesopotamia, Egipto, China y la India se empezaron a utilizar determinados productos como piezas de cambio. Primero fueron granos de cebada o maíz y más tarde lingotes de oro, cuyo valor había que establecer en el momento del cambio, lo que se hacía pesando la pieza.
Fue en Grecia donde se emplearon las primeras monedas, que eran de cobre. Pronto la plata sustituyó este último material, y con ella se fabricó el dracma, la unidad monetaria griega.
La utilización del dinero hizo que el comercio creciera. La gente compraba más y con más agilidad. Aumentaron con ello la industria y la riqueza. La acumulación de dinero permitió el inicio de préstamos. Quien más tenía prestaba a quien lo necesitara a cambio de un interés muy alto. Éste fue el primer paso hacia la creación de la banca. Las personas dedicadas a esta actividad se llamaban trapezitae, porque hacían la gestión en una mesa llamada trapeza. En el griego moderno, la palabra trápeza (τρἀπεςα) significa "banca".
La primera operación bancaria conocida se realizó durante las guerras médicas, cuando Temístocles depositó la cantidad de 700 talentos en manos de un trapezita o banquero.
Así pues, Grecia fue la que estimuló el comercio y la especialización de las tiendas. A éstas iban a comprar los esclavos y los metecos.
Pero fue Roma la que definitivamente fijó un valor para cada moneda. Eso, junto con la precisión de los pesos y las medidas, dio seguridad al valor del dinero. El as fue la unidad monetaria de los romanos. La palabra dinero viene, precisamente, de la palabra latina denarius, que era la moneda de plata que valía diez ases. 
Hasta el año 400 a.C. seguía siendo habitual el trueque empleando piezas de ganado, porque tenían valor universal. Pero ya antes de las guerras púnicas, el comercio se desarrolló de forma espectacular y se hizo necesario el uso del dinero. Al principio se utilizó una piececita de bronce, el as, que equivalía al peso de una libra de bronce, aproximadamente. Después, el estado le dio un valor fijo, y entonces se estampó en el as la imagen de un buey o de una oveja. Precisamente por este motivo al dinero se le llamó pecunia, porque en latín pecus significa "ganado". Estas primeras monedas eran lingotes fabricados con una mezcla de cobre y estaño, con un peso de alrededor de un kilo y medio y con un tamaño de 24 cm de largo por 18 cm de ancho.

As primitivo romano
Y un poco más tarde empezaron a acuñarse las primeras monedas de forma redonda. Las imágenes que tenían estampadas eran la del dios Jano, en el anverso, y una proa de un barco, en el reverso. Su diámetro era de unos 8 cm.
En el año 300 d.C., empezaron a aparecer las monedas de plata, llamadas sestercios y denarios.
Cuando los romanos escribían una cantidad de dinero, solían abreviar la palabra sestercio con las letras HS, y el denario, con la letra X. El tamaño y el peso de las monedas fue siendo progresivamente menor.
Julio César acuñó la primera moneda de oro, llamada aureus nummus. A partir de entonces, las actividades bancarias aumentaron, y se desarrolló la profesión del banquero, que en latín se llamaba argentarius. Los argentarii controlaban los cambios de moneda y los depósitos de dinero. Esta profesión de banquero era regulada por el Estado, que llevaba un riguroso control de los libros bancarios, llamados calendaria, porque los vencimientos tenían lugar en las calendas, es decir, el primer día de cada mes.
César fue el primer emperador en hacer estampar su efigie en las monedas. Antes de él, las monedas tenían la efigie de los dioses.
La moneda solía contener también un mensaje. Posteriormente, el mensaje de las monedas se escribió con letras que debían leerse girando la pieza. De ahí, el nombre de leyenda, "debe leerse", que se da a ese mensajee que viene escrito en las monedas.
A pesar de que la moneda es el medio de pago habitual en nuestra sociedad desde hace siglos, no debemos pensar que las operaciones de trueque pertenecen a un pasado lejano. En el siglo XVII todavía existía el trueque en Senegal. Su moneda de cambio era la sal, y en el golfo de Guinea se utilizaban telas de algodón con las cuales se pagaba el precio de un esclavo.

4. El erario y el fisco
Erario, según el Diccionario de la Real Academia, es lo mismo que Hacienda pública, y ésta no es más que el "conjunto de haberes, bienes, rentas, impuestos correspondientes al Estado para satisfacer las necesidades de la nación".
Y el erario es, precisamente, ese conjunto de haberes y bienes, pero en forma de dinero, es decir, en metal. El metal con que se hacía el dinero antiguamente era el cobre (aes, aeris, en latín). Y de ahí le viene el nombre al erario público, o Hacienda pública.
La palabra fisco viene del latín fiscus, "cesta de mimbre", en la cual se transportaba el dinero a Roma desde las provincias. Este dinero pasaba a formar parte del tesoro del emperador.
De modo que la diferencia entre erario y fisco hace referencia a quién sea el destinatario del dinero. En el erario es el pueblo, es decir, las instituciones que administran el dinero público. En el fisco es el emperador. Y a partir de la palabra fisco se formó, naturalmente, el verbo confiscar, que es "quitar los bienes a alguien y dárselos al fisco". También fiscal tiene el mismo origen.