El ideal educativo helénico y el plan didáctico de Platón reaparecen, con muy pocas variantes, en la teoría pedagógica de Aristóteles, expuesta sobre todo en la Ética nicomaquea (X) y en La Política (I, VIII y VIII). Su temperamento positivo y práctico, que lo diferenciaba de Platón, lo induce a abandonar el ascetismo del maestro y a tener en mayor consideración a la familia, cuya importancia en la educación se ve en la necesidad de un continuo y natural complemento de la educación pública y común. En ella, en efecto, como el propio Platón lo había intuido ya en sus Leyes, es más fácil conocer la índole específica de los educandos y provocar en ellos la aparición de esos sentimientos y afectos que dulcifican la existencia y que de otro modo podrían ser difícilmente alimentados.
Sin embargo, la originalidad de Aristóteles se encuentra en la doctrina de los hábitos, que tiene un alto significado educativo. En la Ética nicomáquea dice que la virtud consiste en la consecución de la perfección específica del hombre, es decir, en su perfección como alma racional. Pero esto no significa que la virtud se identifique con la sophia (sabiduría especulativa). Aristóteles destaca justamente que una golondrina no hace verano, y que no basta un acto de virtud para que un hombre sea declarado virtuoso, como no basta un acto vicioso para declararlo corrupto. Para ser virtuoso es preciso formarse el hábito (la costumbre) de la virtud. Y para adquirir las buenas costumbres es necesario el esfuerzo personal, el ejercicio repetido y la intervención de la libre voluntad. Bien mirado, por este camino, se preparaban ya los gérmenes de una doctrina ético educativa individualista e independiente del Estado. El proceso educativo debía, en efecto, tener como fin la formación de buenas costumbres morales. El criterio para juzgar el hábito contraído y su validez como virtud es el "justo medio" entre los dos excesos opuestos (el valor, intermedio entre la temeridad y la vileza, la liberalidad, intermedia entre la avaricia y la prodigalidad, etc.). Pero esta "justicia" y armonía interior que es la virtud suma, no es algo igual para todos. Depende de las actitudes y disposiciones naturales del individuo y de sus particulares circunstancias (no se puede pretender, por ejemplo, que el justo medio que debe observar un adulto en el comer sea igual que el de un niño). Con esto el estagirita no sólo se apartaba del intelectualismo de Sócrates y Platón, sino que fundaba la educación sobre la concreta experiencia del educando y le daba una finalidad moral más inmediata y natural: la formación en cada uno de una voluntad habitual, moderadora de los excesos, capaz de observar el justo equilibrio (la armonía, según el ideal griego) en el desarrollo de los afectos y de las pasiones. Y anunciaba, también con la distinción de las distintas funciones del alma (vegetativa, sensitiva e intelectiva), la metodología pedagógica que se vincula con la psicología y quiere una educación sobre todo adaptada a las reales exigencias de cada individuo.
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