La pedagogía comparada tiene indudablemente unas posibilidades y unos límites. No se trata de asignarle un papel superior al que debe corresponderle. Aunque resulta habitual que el especialista o investigador de cualquier disciplina pretenda presentarla como algo superior o más importante que cualquier otra rama de estudios, deben reconocerse las propias limitaciones. Asín, entendemos que el papel de la comparación y en general del análisis comparativo es más una función esclarecedora y orientadora que normativa, lo cual limita indudablemente su capacidad de aplicación. La extracción de conclusiones de tipo general y normativo como fruto de la comparación, podría inducir posiblemente a determinados errores o a la justificación de determinadas actitudes o medidas, a veces interesadas y defectuosas, por ejemplo en la planificación educativa. Por consiguiente, debe tenerse plena conciencia de la relatividad de aplicación de las conclusiones y resultados de la comparación.
Por lo tanto, conviene conocer las posibilidades reales de la pedagogía comparada y sus limitaciones. Esta disciplina puede y debe esclarecer los problemas pedagógicos, manteniendo una postura receptiva respecto a las cuestiones educativas nacionales e internacionales. Muchos problemas actuales de la educación coinciden extraordinariamente en los diferentes países, y la pedagogía comparada puede colaborar a un mayor entendimiento, debiendo utilizarse como instrumento básico de las reformas, de las innovaciones y de la planificación educativa en general. Pero no cabe establecer leyes ni considerar a la pedagogía comparada como si de una ciencia normativa se tratase. No puede dar normas sobre procedimientos educativos ni desarrollar una determinada filosofía o teoría de la educación.
Como señala Holmes, la educación comparada ha de estudiar la problemática comparada de la educación; es decir, destacar la importancia del estudio comparado de los diferentes problemas educativos.
En cuanto a la utilidad de la pedagogía comparada, muchos comparatistas se han ocupado de esta cuestión, desde Jullien, que ya señalaba a principios del siglo XIX que la educación comparada puede ofrecer medios para perfeccionar la ciencia de la educación y podía ser un factor de unión y paz entre los pueblos, hasta M. Sadler, I. Kandel, F. Schneider, P. Rosselló, G. Bereday, y sobre todo E. King.
Además de facilitar el conocimiento del propio sistema educativo, la utilidad de la educación comparada resulta incuestionable, aun considerando todas las limitaciones de esta disciplina. Ángel Diego Márquez (1923-2001) sintetiza debidamente esta utilidad con las siguientes líneas:
En todos los precursores de nuestra disciplina se encuentran ideas similares en cuanto a los beneficios que en el campo de la educación deparan los estudios comparados: permiten un mayor conocimiento y una mejor comprensión de los sistemas nacionales y de los factores que los condicionan; posibilitan detectar las fallas más notorias de los sistemas, y ofrecen información acerca de las soluciones adoptadas en otros países para subsanar iguales o similares fallas; contribuyen a la reforma de la educación y al constante perfeccionamiento de ésta; favorecen un más amplio entendimiento entre los pueblos y, por ende, facilitan la comprensión y la colaboración internacional y contribuyen al logro de la paz.
Ángel Diego Márquez (1972): Educación comparada. Teoría y metodología