domingo, 11 de febrero de 2018

Antecedentes de la ciencia (II)

La ciencia y la técnica surgen progresivamente como fruto del ejercicio que lleva al ser humano a preguntarse cómo funcionan las cosas, qué es el mundo y qué puede saber de él. Es necesario diferenciar el saber vulgar que se tiene de la realidad del saber científico-técnico. El primero puede considerarse una opinión más o menos acertada, mientras que el segundo busca métodos rigurosos y eficaces que le permitan conocer la naturaleza y actuar sobre ella y, por consiguiente, tiene un carácter pragmático, modificando su proceder si no alcanza los fines que se propone.
Uno de los rasgos del conocimiento científico-técnico desde sus inicios es su generalidad. Ya los antiguos buscaban conocimientos generales que les explicaran cómo era el mundo de las apariencias y cómo se producían los cambios observables en el mundo cotidiano: el crecimiento, la degeneración, la ebullición, los cambios climáticos, etc. Pretendían explicar por qué y cómo se producían todos estos cambios, para los que elaboraron diferentes teorías.
Otra característica del conocimiento científico-técnico es su utilidad. La ciencia trata de entender las cosas, y la tecnología pretende aplicar esos conocimientos para mejorar su control de la naturaleza. Mediante este tipo de conocimiento, las culturas pretenden, además de conocer su mundo y controlarlo, adaptarse a él, lo que les permite sobrevivir, crecer y desarrollarse creando su propio nicho ecológico. Esto hace que en la lucha entre las culturas sobrevivan las mejor adaptadas a su entorno.
En los albores de la humanidad es posible que los primeros conocimientos se produjesen por azar, y que, dado que los hombres se dedicaban a la caza para subsistir, fueran las mujeres y los jóvenes quienes "inventaran" la agricultura, el control del fuego, la cerámica, los tejidos, etc., conocimientos que se transmitieron de una generación a otra y de una cultura a otra por los contactos que tenían en el comercio de cambio y trueque y en las guerras.
En este proceso se dieron momentos históricos en los que la capacidad de innovación interna alcanzó tal grado de realización y de difusión que provocó un salto cualitativo hacia delante en los conocimientos científicos y tecnológicos y en la adaptación de la sociedad a ellos, produciéndose una revolución social, como sucedió en el neolítico.

Lo cierto es que el éxito mismo de la ciencia durante el último medio milenio ha generado una impaciencia corrosiva. Olvidamos con demasiada facilidad lo recientes que son las bases empíricas y teóricas del conocimiento actual. Por prudencia, e incluso simplemente por buenos modales, lo más decoroso sería reconocer que también pueden ser incompletos. Pero los científicos revisten sus brillantes ideas con los atributos de verdades comprobadas; y los demás exigimos que la ciencia prosiga su trabajo con toda energía, para curar a los enfermos, enriquecer a los pobres (e incluso a los pudientes), protegernos de las catástrofes y darnos a todos algo en lo que confiar. El programa es impresionante e imposible. ¿Es posible cumplirlo?
Una vez más, la historia de este siglo es instructiva en este aspecto. Poco después de que los hermanos Wright realizaran el primer vuelo, Marconi cruzó el Atlántico con sus ondas de radio y Henry Ford diseñaba el primer automóvil popular. Estas tres innovaciones son la fuente de la que ha brotado gran parte del bienestar y de la prosperidad de este siglo. Pero ahora sabemos que el futuro será diferente.
John Maddox, Lo que queda por descubrir (1998)